Naturaleza plasmada en toponimia

Una toponimia, también conocida como onomástica geográfica, hace referencia a los nombres de los lugares, y se incorpora a nuestra lengua para referir los nombres de ciertos lugares y el origen de nuestros nombres en la península ibérica. Y si bien un toponimio puede deberse a un nombre de una persona o familia, me interesan más aquellos nombres que se basan en algún aspecto físico o material del lugar que designan, o más aún, tratar de dilucidar nombres que son de origen desconocido, pero generalmente procedentes de nombres comunes antiguos que, con el transcurso del tiempo o evolución lingüística de los territorios y sus gentes, han dejado de entenderse o se cambia su pronunciación. Quizás lo que más me atrae de la toponimia es la que se basa en la creencia popular de ciertos pueblos en los que exista una relación mística entre el nombre del lugar y lo que realmente significa, lo que puede evidenciarse con algún rasgo físico del paisaje que llamó la atención de los hablantes, o marcas naturales que permiten a los pueblos originarios guiarse en el paisaje. Y dependiendo del origen, la toponimia puede tener sus orígenes en las formas y la apariencia física del paisaje, las piedras, las plantas, los animales, los dioses, los colores, la presencia de agua y los recursos hídricos, la agricultura, los cultivos y los animales, la vida social y los caminos y senderos.

Y Paraguay es un tesoro en términos de toponimias; podríamos ser un ejemplo mundial de la Geonimia, disciplina científica que estudia la relación de las sociedades y su entorno. En nuestro trabajo con colegas y el apoyo de la Universidad de Oxford y la Federación para la Autodeterminación de los Pueblos Indígenas (FAPI) estamos comenzando a captar esta información de toponimias asociadas a los territorios de los diferentes pueblos indígenas del Paraguay, y tenemos un gran menú de opciones y aprendizajes. Antes de tomar decisiones de cambiar toponimias nativas por nombres más “modernos” y antroponímicos (como el caso de ciertos héroes de la historia nacional) deberíamos estar seguros de lo que estamos haciendo al reemplazar conocimiento tradicional por circunstancias más recientes y hasta de origen exógeno. Ya lo dijo Gustavo Laterza, al estudiar la nomenclatura toponímica paraguaya, de que necesitaríamos de una Academia que fije los gentilicios guaraníes.

Un ejemplo de hidronimia sería el mismo Paraguay, y un caso particular de limnonimia sería el Ypoa, hasta Yacyretá es otro ejemplo; un ejemplo de litonimia sería Itá Cajón, o Itá Cua, y hasta nombre de localidades como Ita Ybaté; y ¿los fitotopónimos y los zootopónimos? Quizás sean los más interesantes de investigar, solo con mencionar Pindoty (lugar donde hay mucha palmera pindó) o Caaguazú (bosque o yerbal grande) o Caacupé (detrás del bosque, del yerbatal). Localidades como Yvy Yau (haciendo referencia a las aves dormilones o caprimúlgidos) o el mismo departamento de Canindeyú (haciendo referencia a un gua’a o guacamayo, el Kaninde sa’iju), muchas de las plantas o hierbas que consumimos en nuestras infusiones como el tereré, como el caso de una estudiante que mencionó al Ysypo Ju, al que imaginé como “liana negra” pero al escuchar pronunciarlo ese “ju” no es negro, sino la contracción de amarillo (de sayju).

Y ya en términos que nos ponen en situaciones dificultosas , determinar el origen de Tebicuary, río que también da origen a una de las cuencas hidrográficas más importantes del Paraguay, o ayudarles a resolver la incógnita del origen del nombre de la República Oriental del Uruguay, o de una de sus ciudades más importantes, Tacuarembó. No voy a proponer un origen ya que podría ser acusado de irrespetuoso. Me motiva y me entusiasma indagar sobre el origen de Itaipú (piedras que suenan), Cambyreta (tierra de la leche), Ñeembucú (grito grande), Caapucú (Bosque largo), Curuguaty (donde hay mucho curuguá), o el mismo origen de Curitiba (lugar donde hay mucho kury’i o pino Paraná), Mbocayaty (lugar donde hay mucha palmera mbocayá), Guazú Cuá (pozo, agujero, hueco del ciervo, guasuncho o del guasú), o como cuando discutía con la profesora Mina en Villa Ygatimi, que hacía referencia a unas piraguas blancas que existían en un lago que ya no existe en el sitio. O el mismo Paso Yobái, haciendo referencia a que yobái (jovái) denota que están enfrentados, uno frente al otro. Yasy Cañy, donde se oculta la luna, es poesía al igual que Yacyretá (tierra de la luna), las mismas cataratas del Yguazú (agua grande) o los esteros del Yberá (agua que brilla), Karcha Bahlut, que, como nos enseña don Bruno Barra, signifca “Gran Caracol”. Todavía me falta entender cuál podría haber sido el origen de lugares como Capiibary o Capiatá, que evidentemente tiene algo que ver con el kapi’i o pasto, pastizal, y hasta todavía no encontré el origen para capibara, nombre que se usa para el carpincho, quizás relacionado con sus hábitos alimentarios de alimentarse de hierbas.

Estos pocos ejemplos muestran la riqueza de gentilicios que tenemos en el Paraguay y en la región, como Argentina, Brasil y Uruguay, sin olvidarnos de Boliva, que cuenta con lugares también influenciados por sus lenguas nativas como Mandioré, Yacuiba, Parapeti, Aguarague y así una larga lista de nombres que denotan características propias del lugar. Pocos, pero claros ejemplos de cómo la interacción de las sociedades ha basado su conocimiento en la naturaleza. Espero que este vínculo no se pierda y la cultura y el respeto por el conocimiento tradicional se mantengan y se potencien, evidenciando nuestro respeto por la historia, la cultura y el conocimiento.