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Opinión

“Soy rey”

33Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” 34Respondió Jesús: “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?” 35Pilato contestó: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” 36Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí”. 37Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

[Evangelio según san Juan (Jn 18,33b-37) — Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo – 34º domingo del tiempo ordinario]

El texto evangélico, que la liturgia de la palabra nos ofrece en esta solemnidad, forma parte del juicio romano contra Jesús que sigue al juicio judío ante el Sanedrín o Supremo consejo (Jn 18,12-24), en concreto ante Anás y Caifás (Jn 18,13-14.19-24). La perícopa que es objeto de nuestro comentario (Jn 18,33-37) tiene como escenario el “pretorio” (praitōrion), residencia oficial del gobernador, representante del emperador, un ámbito reservado a los paganos porque los judíos no ingresaban hasta esas dependencias para no contaminarse (cf. Jn 18,28) por la impureza legal que suponía entrar en contacto con la residencia de un gentil.

Jesús fue llevado en una sala privada para su comparecencia ante Poncio Pilato. La expresión “de nuevo” en relación con la entrada del gobernador implica que a Jesús lo tenía dentro y salía para intercambiar argumentos ante el gentío que se había aglomerado en la explanada de la casa del procurador romano (Jn 18,33b). Poncio Pilato fue enviado por el emperador Tiberio para suceder a Valerius Gratus como “prefecto” de Judea en el año 26 d.C. Pertenecía al orden ecuestre relacionado con su carrera militar. Ocupó el cargo por diez años, hasta finales del año 36 o comienzos del siguiente año (37) cuando Vitelio, el legado romano de Siria —su superior inmediato— lo remitiera a Roma para dar explicaciones al emperador sobre la matanza de los samaritanos que se le imputaba. Mantenía muy buenas relaciones con la alta jerarquía religiosa de Jerusalén de tal manera que Caifás duró en el cargo todo el tiempo de la procuraduría de Pilato (cf. S. Légasse, I).

Según el oficio que desempeñaba, a Pilato le correspondía —en razón de la ius gladii o “derecho de la espada”— cumplir el rol judicial y, según parece, cuando la persona sometida a su jurisdicción no era romana, gozaba de cierta discrecionalidad. El “caso Jesús” es recibido por el gobernador después de la determinación del sumo sacerdote jubilado Anás y su yerno Caifás —sumo sacerdote en funciones— de derivar el asunto al fuero romano porque los judíos no tenían facultades para ejecutar una sentencia de muerte (Jn 18,31). El sumo sacerdote interrogó a Jesús en torno a sus discípulos y su doctrina (Jn 18,19), pues las enseñanzas del nazareno se distanciaban de la interpretación oficial de la Toráh. La notitia criminis, en los evangelios sinópticos, giraba en torno a la heterodoxia doctrinal del díscolo rabino galileo y sus pretensiones mesiánicas.

En el marco del proceso, Pilato deja de lado a los judíos y se reúne privadamente con Jesús con el fin de interrogarle: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. El interrogatorio que deja al descubierto la causa del proceso penal se relaciona con un delito de “lesa majestad” porque la acusación contra el nazareno tenía un carácter político en cuanto que le atribuían el título de “rey de los judíos”. El procurador, que se comporta como un juez altivo, quiere arrancar de los labios de Jesús su propio testimonio sobre la pretendida realeza con el fin de que confirme o rechace lo que el pueblo le atribuía. La denominación “rey de los judíos”, en principio, parece restrictivo en cuanto que puede entenderse como el rey de una tribu, la de Judá; sin embargo, hay que tener en cuenta que los romanos denominaban provintia Iudaea a todo el territorio de Israel.

En su respuesta, Jesús evade responder directamente a la interrogación, limitándose a preguntar por el origen del planteamiento: “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?” (Jn 18,34). Jesús insinúa con su modo interrogativo de contestar que la iniciativa no viene de Pilato sino de “otros”, es decir, de la autoridad religiosa judía que gestionó el juicio. En consecuencia, se debe concluir que el nazareno sugiere que el gobernador ha sido manipulado por la aristocracia del Templo cumpliendo con un libreto programado por sus oponentes.

Aunque la respuesta de Pilato tiene el matiz de una ironía, pues devolvió el planteamiento con una contrapregunta retórica que requiere una respuesta negativa: ¿Acaso yo soy judío? (Jn 18,35), no acierta con el fondo de la cuestión, pues, sin darse cuenta, era Jesús el que direccionaba y ya conducía la conversación. Por su puesto que Pilato no es judío sino romano. Pero la no pertenencia al grupo étnico no le exoneraba de su responsabilidad como procurador porque el asunto no se dirime por el hecho de que el gobernador sea judío, o no lo sea, sino en razón de que —como gobernante— tenga o no autonomía. Por eso, de algún modo, Pilato debe ceder y seguir el direccionamiento de Jesús.

La contestación de Pilato que sigue a la observación étnica, añade: “Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí” (Jn 18,35b). Es obvio que el pueblo, manipulado por los sumos sacerdotes, condujo el juicio hasta el despacho del gobernador romano, el cual según las leyes establecidas por el Imperio estaba asistido por el “derecho” de dictar la sentencia máxima. Pero este dato, que describe el procedimiento de cambio de escenario tribunalicio (del judío al romano), no cambia nada respecto al planteamiento de Jesús al gobernador. El problema no radica en quién gestiona la entrega de Jesús a la autoridad romana sino en la incapacidad de esta de dirimir el conflicto de modo independiente, con criterio propio y no siguiendo el “guion” programático de los sumos sacerdotes que querían librarse del molestoso rabino proveniente del norte.

¿“Qué has hecho?” —pregunta Pilato— (Jn 18,35c), es decir, “¿qué has hecho (de malo)?”. Con este interrogatorio el gobernador pretende que Jesús responda sobre las acciones que ha realizado para que mereciera la acusación planteada por la autoridad religiosa judía. En el horizonte de la formulación, siempre en el marco de la notitia criminis, Jesús responde afirmando que, ciertamente, él “es rey”, pero aclara que su “realeza” no implica competencia ni peligro alguno para el orden político establecido porque “mi reino no es de este mundo” (Jn 13,36a). Seguidamente, argumenta por qué razón su “reino” no pertenece al sistema político vigente sino a un orden distinto: “Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn 18,36bc).

En efecto, Jesús no cuenta con tropas y ejércitos que combatan por él; no es el líder de un movimiento alzado en armas para conquistar el poder político romano o judío de aquel tiempo. Por eso, si bien acepta que es “rey”, ese reino no pertenece a la esfera mundana; es un reino distinto, en desnivel con el rol de Pilato, de Herodes y de los reyes terrenales. Ahora bien, el hecho de que afirme que su “reino no es de aquí” o “no es de este mundo” no quiere decir que no esté en el mundo. Su reinado no se configura según los criterios del ámbito político, pero es un reino operativo, que actúa en el mundo y está presente por doquier. En el fondo, se trata de un “reinado” con un sistema axiológico o de valores distintos, desemejantes y en desnivel con los poderes fácticos de los regímenes vigentes.

Es obvio que el planteamiento de los judíos, verbalizado por Pilato, pretende conducir la causa hacia una motivación política con el fin de incriminar a Jesús del delito de sublevación contra el ordenamiento romano. Las autoridades del Templo transforman una cuestión religiosa en una motivación política porque ese era el argumento que le interesaría al procurador romano y serviría para una condena a muerte de Jesús. Sin embargo, en ningún momento, el Evangelio da cuenta de que Jesús haya insinuado siquiera pretensiones políticas. Al contrario, ya después de la multiplicación de los panes, él huyó cuando le quisieron forzar para ser rey (cf. Jn 6,14-15). Su entrada a Jerusalén, del mismo modo, se configura a contramano con toda pretensión política porque ingresa sobre un borrico y sin los atavíos y la parafernalia de los reyes terrenales. Su perfil se configura con una realidad religiosa y no con un perfil político, según la comprensión de la época (cf. Jn 12,12-19).

La glorificación de Jesús no se dará en una magnífica coronación regia sino con una corona de espinas y clavado en el madero de la cruz. Él entró en la ciudad santa como un peregrino acreditado ante el pueblo por sus palabras y sus obras; no tenía, sin embargo, guardias, ni caballos, ni carrozas o séquitos que le protegieran. Todo el escenario que le rodeaba estaba cargado de gestos espontáneos y sencillos de la gente que cifraba esperanzas en él. Si bien el pueblo pensaba en cierta realeza recitada en los antiguos salmos, no se percibía trazos de triunfalismo ni de belicosidad. Su motivación era bien diversa de la acusación que se le endilgaba.

Basado en la afirmación de Jesús —de que su reino “no es de este mundo”—, Pilato deduce correctamente cuando concluye, mediante la partícula consecuencial interrogativa oukoūn (“así que”; “entonces”): “¿Luego tú eres rey?”, sin determinativos ni referencias a pueblos o nación alguna. Jesús respondió afirmativamente y alega que con ese fin ha nacido o venido al mundo. En concreto, sostiene que vino “para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37). La deducción de Pilato, formulada a la manera de una pregunta, tiene carácter concluyente porque infiere —conforme con lo que Jesús afirma sobre su realeza— que, verdaderamente es “rey” (Jn 18,37a). Ya no dice aquí que es “rey de los judíos” en el sentido político de la expresión, sino que está investido de una realeza, sin especificar su orden. Esta nueva comprensión de Pilato es asentida por Jesús: “Sí, soy rey” (Jn 18,37b), es decir, un rey comprendido de modo absoluto, sin especificaciones.

De este modo, ya no cabe duda de que Jesús proclama ser rey porque él mismo lo confiesa. En efecto, es rey; no un rey político que pretende ocupar el trono de los Herodes o usurpar el curul de Pilato. Es rey de un Reino distinto a los reinados de este mundo; en consecuencia, se puede inferir que su reinado tiene naturaleza divina; pertenece a otro ámbito, a la esfera del “más allá”, no se compagina con las realezas del “más acá”.

Jesús es rey porque está a la cabeza de un sistema de gobierno que sentará las bases de un nuevo régimen que instaurará relaciones auténticas. Por eso, fundamenta diciendo que su vocación es la de ser rey; nació en razón de esta realeza porque tiene la misión de testimoniar “la verdad”. Este reinado de “la verdad” (alētheia) que él viene a instalar se opone, en sentido negativo, al régimen de la “mentira”. Este sistema que tiene al Diablo como “padre” (cf. Jn 8,40ss) pone en movimiento un sistema abusivo de “poder”, un régimen de dominio y de tiranía, propio del engaño y del extravío.

Los súbditos del nuevo reinado son como “ovejas que reconocen a su propio pastor” (cf. Jn 10,14-16). Por eso, “los que son de la verdad escuchan su voz”, es decir, la voz de Jesús, el “rey” que ha venido para revelar la verdad de Dios. Dios “se da a conocer” —es decir, “se exegesiza”— (cf. Jn 1,18) como la Verdad; esto es: Mediante Jesús, Dios se muestra activamente como la Verdad (cf. H. Hübner). Así, el contenido de “la Verdad” es la revelación que se da en las palabras y en la persona de Jesús. No se trata de una especulación sobre “lo divino” sino del anuncio de la salvación y del don gratuito del amor misericordioso de Dios. De este modo, el discípulo del reinado de Jesús es dócil a la voz de Dios manifestada en su enviado y sigue por el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).

En conclusión: Jesús es rey y lo proclamamos “rey de reyes y señor de señores” porque no es un rey político o mundano sino el rey del universo, de toda la creación en cuanto que instaura en el ámbito de todo el mundo el reinado de Dios, su Padre. Este gobierno se basa en el plan de salvación para la humanidad, un reinado de amor, de paz y de amor, de reconciliación, un reinado sin soberbia ni complejos de superioridad de una nación contra otra. El gobierno de Cristo, como rey, es puesto como paradigma para los líderes del mundo con el fin de apagar las tensiones, dialogar con ánimo desarmado y buscar la verdad de Dios que echa luz sobre la verdad del hombre, sobre el verdadero sentido que los líderes políticos deben asumir en el ejercicio del poder que se les confiere: Servir con todas sus fuerzas y con todas sus capacidades a la comunidad humana cuyo gobierno se les encomienda. ¡Que Cristo rey del universo traiga la paz a este mundo convulsionado por las guerras originadas por la ambición y el egoísmo!

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