Cultura
Los atajos de la verdad
Javier Medina Verdolini, de la muestra "Adentro y afuéra". Cortesía del artista
La exposición de Javier Medina Verdolini titulada Adentro y afuera comprende dos partes principales diferenciadas por temas, técnicas y locaciones, pero coincidentes en sus planteamientos conceptuales básicos y en su modo de encarar la mirada fotográfica. Según conversaciones que mantuve con el autor, ambas buscan sondear un filón de verdad enmascarado por las apariencias de una realidad presentada de modo inevitablemente confuso. Pero el fotógrafo es consciente de que, dado que la realidad tiene muchas más dimensiones de las que puede abarcar la mirada, ningún enfoque será completo: no existe una verdad plena en el fondo de las imágenes.
El acto fotográfico implica una edición: recorta un aspecto del mundo y, al hacerlo, deja de lado otros. Por eso, la verdad en la fotografía –como en el arte en general– nunca es completa: debe ser rastreada desde los lugares cambiantes de la mirada y mediante los procedimientos propios del arte, que incluyen, por cierto, la ficción de lo que no pudiendo ser visto debe ser imaginado. Este texto también supone una edición: no se refiere a todas las obras de la muestra, sino a algunas de ellas que mejor ilustran, desde la escritura, la paradoja fotográfica. Según esta, para intentar alcanzar la verdad del objeto real, la mirada debe renunciar a la pretensión del registro total y apelar a los desvíos brumosos de la imaginación. La verdad en sí nunca será alcanzada porque no existe en el inventario de la condición humana, pero el esfuerzo que supone buscarla descubre aspectos intensos en las cosas y los hechos que permiten enriquecer la experiencia del mundo.
El silencio de los mercados
Las obras pertenecientes al primer conjunto fueron tomadas en Asunción, especialmente en el Mercado 4, el más importante de la ciudad; un sitio, una ciudadela casi, hirviente de ruidos, colores y olores; crispado por el trasiego continuo y el intenso ajetreo de personas y productos. Buscando rastrear señas y esquemas encubiertos por la demasía del lugar, Medina lo desmonta convirtiéndolo en una escena casi vacía. Para hacerlo, toma las fotografías en día domingo, temprano, cuando el mercado, medio dormido aún, muestra sus armazones esenciales, despojados de la interferencia caótica de transacciones y mercancías de todo tipo. Y deja ver, o entrever, lo que su frenética actividad cotidiana impide: paredes de madera garabateadas con mensajes imposibles, grandes bultos que guardan las mercaderías durante la noche, carteles publicitarios olvidados; puertas entreabiertas que dejan espiar interiores confusos, aún no amanecidos y, sobre todo, los armazones del mercado, su arquitectura pelada.
Para recalcar la estructura de ciertas construcciones del mercado, Medina presenta directamente las imágenes en negativo; no llega a positivarlas, pues considera que de ese modo las formas son más visibles; revelan la exactitud de un trazado, latente en la confusión del paisaje urbano. Este procedimiento permite ver con claridad el armazón de las construcciones, como lo permitiría un plano arquitectónico, centrado en lo esencial de las formas. Paradójicamente, el realismo es buscado más allá de las apariencias reales, descarnando la imagen, que aparece escuetamente en tonos grisáceos, blanquecinos y brevemente negros, ajenos a la distracción de los colores. El uso del puro negativo también es mantenido en las fotografías de otros rincones del mercado, como las figuras de maniquíes y viejos televisores ciegos que adquieren presencias espectrales, así como los grandes bultos empaquetados, que citan a Christo y Jeanne-Claude, sin revelar en este caso la entidad de sus contenidos.
El color es convocado para rastrear otras verdades. Representada a modo de pintura holandesa, una naturaleza muerta, insólitamente encontrada en el mercado, instala un contrapunto en la estética agria de su contexto. Otras imágenes emplean el color para marcar ritmos y afirmar composiciones como las que, homenajeando a Edward Ruscha, citan sus figuras de calles continuas presentadas en foto-libros por el artista pop estadounidense. Medina despliega las imágenes de frentes de casillas o depósitos y alinea de manera frontal esos planos rectangulares como si fueran vistos a lo largo de un recorrido urbano. La oposición de tonos pasteles traza geometrías efímeras y crea cadencias simétricamente pautadas: otra manera de manifestar el orden de estructuras imperceptibles.
Los trasfondos del Chaco
El mundo del Chaco está signado por la alteridad más radical, tanto en lo relativo a población, ecosistema, color y aire, como en lo referente a sensibilidad, concepción del mundo y, por lo tanto, a régimen estético. El intento de entrever sus estructuras más hondas requiere otros abordajes de la mirada y otras estrategias retóricas; rastrear sus verdades exige ficciones eficaces. Me refiero en este texto a dos maniobras ficcionales empleadas por Javier Medina para rondar ese mundo intensamente ajeno. Ambas desmontan la escena de la representación (el lugar de la ficción) para crear al costado una nueva, capaz de provocar otros lances de significación. En el ámbito de la cultura, el esquivo término “verdad” debe apelar siempre a la ilusión, su contracara imaginaria, para evitar las trampas de la verdad metafísica, provista de una sola cara, inamovible.
Medina parte de dos escenas inventadas en medio de los espejismos del Chaco: la del cine y la del ritual. En el primer caso, fotografía a los actores fuera del guion cinematográfico y los desplaza a una banda visual paralela, levantada al margen del círculo original de la representación: un espacio provisto de lógicas y discursos diferentes a los de la narración audiovisual. En registro fotográfico, los actores asumen otros roles. En algunos casos son encarados en clave de retrato; lo que permite indagar en el personaje hasta complejizar su expresión y reimaginar su subjetividad y sus vínculos con el entorno siempre extraño del Chaco.
La segunda escena es la fundacional: la del rito. El Arete Guasu (“El gran tiempo verdadero”) consiste en una intrincada ceremonia realizada por los indígenas guaraníes occidentales. Medina tomó las fotografías en las comunidades de San Agustín (ex Pedro P. Peña) y Santa Teresita. Los oficiantes son representados fuera o dentro del círculo ritual, aunque se encuentren actuando en él; pero son inscriptos, una vez más, en la economía visual de la foto que permite verlos de otro modo; y les faculta a interpretar papeles que rebasan el libreto del ritual, aunque se nutren de sus fuerzas. Los/las participantes del Arete Guasu figuran a los ancestros que, en general enmascarados, regresan anualmente para propiciar buenas cosechas, renovar el pacto social y recargar las energías colectivas. Quizá fuera del escenario ceremonial, los participantes queden investidos con parte de esas energías. Quizá Medina sepa detectar, por detrás de las máscaras, destellos rápidos de esas fuerzas que auratizan a los personajes más allá del gran tiempo verdadero y los reconectan de muchos modos con el áspero entorno del Chaco, con la comunidad vivificada por las bendiciones de los antepasados míticos. Ese es el tipo de verdad a la que puede aspirar la fotografía más consistente.
Nota de edición: El presente texto acompaña la muestra “Adentro y afuera” de Javier Medina Verdolini, que será inaugurada el próximo martes 3 de diciembre en Galería Fábrica (Sgto. Martínez 271 e/ Telmo Aquino y Abente Haedo). La exposición estará habilitada durante tres semanas en el horario de 8:30 a 12:30 y de 16:00 a 19:00.
* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
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