Cultura
“El ojo del cónsul”: El Paraguay de Auguste François
Auguste François. "Paraguay. Mercado", 1894 © Annick Bienvenu
Auguste François era todavía un fotógrafo inexperto cuando llegó al Paraguay a fines de 1893 como cónsul de Francia. Venía del París renovado por Haussmann, con sus grandes avenidas y bulevares, a una Asunción aún marcada por las cicatrices de la Guerra Guasú [1]. Poco se sabe de las condiciones en que desarrolló aquí su producción fotográfica. Mejor dicho, su pasión. En la documentación a la que pude acceder a través de sus herederos no hay referencias concretas ni indicación alguna que permitan inferir pretensiones estéticas. Cabe pensar que su interés obedecía, más bien, a su perfil de viajero decimonónico, investigador curioso y ávido de aventuras.
¿Para quién fotografiaba Auguste François? ¿Para su época? ¿Para sí mismo? ¿Para compartir con sus contemporáneos su pasaje por este territorio de vie sauvage que recorrió exhaustivamente en muy poco tiempo?
Al parecer, vivía intensamente. Cartas y testimonios permiten imaginarlo fuerte y refinado, amante de disfraces y rituales. Como antídoto a las asperezas de la vida política se refugiaba en la feracidad de la naturaleza, actitud que se verificó tanto en su séjour paraguayo como en su destino posterior, Indochina. Fotografiar formaba parte de su estilo de vida, tanto como la diplomacia o la cacería. Coleccionaba rostros y situaciones, así como objetos y documentos. El jardín de la residencia consular estaba pleno de animales que recogía en sus expediciones. La “otredad” se veía representada por el entorno completo, por ese hábitat salvaje que tanto lo atraía y cuyos encantos medía con vara de exquisitez cosmopolita.
En aquellos tiempos –cuando llegar a Caacupé desde Asunción tomaba varios días a caballo– obtener una fotografía era el resultado de un procedimiento entre heroico y alquímico. Andar con la cámara a cuestas implicaba esfuerzo físico, si bien podemos pensar que el cónsul se desplazaba siempre con un pequeño séquito. La imagen fotográfica era un hecho material que empezaba a manifestarse con el revelado y cobraba entidad –quizás definitiva– sobre el papel. Desde entonces y hasta ahora, toda foto es una huella. Una marca. Una clave. Como apuntaba Benjamin a propósito de Atget y sus fotos de París tomadas en 1900: “Se ha dicho, con justicia, que ha fotografiado esas calles como se fotografía el lugar de un crimen” [2]. El lugar del crimen ya está desierto y la fotografía releva/revela indicios y deviene herramienta preciosa para estudiar lo sucedido.
Auguste François reivindicaba la fotografía como documento de la realidad. En 1894 decía, en carta a su amigo Raymond Lecomte: “Mi sucesión de escenas cocodrilescas no le debe nada a la imaginación. La cámara instantánea es lo más sinceramente realista que existe. Hay árboles íntegramente amarillos, puras flores sin hojas, de un aspecto desconocido; otros totalmente violetas, carpinchos, especie de jabalíes anfibios con cabeza de rata”.
En el siglo XIX la fotografía estaba ligada al espíritu catalogador de una Europa en continua expansión colonial y la visión de Auguste François no escapaba a su época. La cantidad de información que podemos extraer de cada una de sus imágenes es mucha, no solo por lo que éstas dicen sino también por lo que dejan en silencio. Leyéndolas como una escritura podríamos reconstruir aquel tiempo a través de sus “indicios”.
Sus imágenes de Colonia González –foco del episodio que en 1895 derivó en el fin abrupto de su misión en Paraguay– permiten entrever la vida de centenares de franceses atrapados en plena selva: grandes extensiones desmontadas, un primer plano de pastizales y la pequeña figura de un hombre recortada sobre el fondo del cuadro. Más indicios ofrece la secuencia sobre los indios Toba, fruto de un encuentro fortuito durante una jornada de cacería en el Gran Chaco. No hay mayores datos sobre estas fotos, salvo escuetas leyendas –algunas muy precisas– y una breve alusión en otra carta a Lecomte: “No sé si el último de los Incas habrá perecido, pero puedo asegurarle que todavía existen Tobas en excelente estado de salud. Le envío sus retratos”. Los Toba no aparecen como individualidades –quizás por la dificultad misma de acceder a un momento de intimidad con ellos– sino como parte de un paisaje natural y social.
Auguste François era parte de una naciente tradición fotográfica que había asimilado las experiencias de la pintura, por eso sorprende que ya temprano desarrollara imágenes que responden al género del reportaje. Otras parecen parte de una secuencia fílmica; no hay pose, solo el acto detenido: una niña que corre, un joven que se zambulle.
“En el autorretrato –dice Bauret– la persona intenta reconocerse” [3]. Auguste François se representaba a sí mismo con diferentes atributos y desarrollaba, como era costumbre entonces, el arte del décor. Tenía conciencia de la propia imagen y hasta podríamos verlo, hoy, como un photoperformer. Jamás sabremos si tuvo “voluntad de obra” o simplemente “colectaba indicios”. Podríamos decir que sus fotografías del Paraguay son parte de sus cartas, en las que da prueba de un extraordinario talento literario. También podríamos pensar estas imágenes como una sola y larga carta, relato visual de su séjour paraguayen. Ellas evidencian una mirada prolongada sobre los seres y las cosas, como si se tratara de un gran paisaje: ríos y plantas, hombres y bestias.
Nacido en 1857 y fallecido en 1935, Auguste François tuvo, según sus biógrafos, un gusto marcado por los uniformes que lo llevó, a lo largo de toda su vida, a interesarse por la indumentaria de los habitantes de los países donde residió y a utilizarla en sus fotografías personales. Es por ello que se encuentran autorretratos suyos vestido de fumador de opio, de mandarín, o de indígena del Chaco, cubierto con una túnica nivaklé de fibra de caraguatá, una piel de jaguar y plumas en la frente.
Auguste François conoció el origen de la “civilización de la imagen”, anticipando ya el “pasaje del sin-arte al arte” en la historia de la fotografía. El cónsul dejó el Paraguay en 1895 a raíz del conflicto suscitado entre el Estado paraguayo y el francés por causa de los inmigrantes franceses asentados en Colonia González (Caazapá), que terminó con el retiro de su exequatur por parte del gobierno del general Egusquiza.
Los álbumes de fotografías del Paraguay –copias realizadas por el propio François– permanecieron en Francia bajo el cuidado de la asociación que lleva su nombre. En el otoño de 2008 los conocí en París, durante una reunión ad hoc organizada por el entonces embajador paraguayo en Francia, Luis Fernando Ávalos. Ese primer encuentro con los sobrinos nietos del cónsul, Pierre y Bernard Seydoux, me reveló un corpus fotográfico inédito, desconocido en ambos países, que no había trascendido más allá del ámbito familiar. Por el contrario, la experiencia de Auguste François en Oriente ya había sido recogida en el estupendo libro L’oeil du consul. Auguste François en Chine, 1896-1904 (El ojo del cónsul. Auguste François en China, 1896-1904), publicado por el Museo Guimet en 1989.
A diferencia de Paraguay, existe información precisa sobre el equipo que François utilizó en China a partir 1896. Allá disponía de siete aparatos de formatos diferentes: cámaras sobre trípode de 18 x 24, 9 x 12 y 6 x 9, más una cámara de mano de 4,5 x 6 y prismáticos para fotografía estereoscópica. El cónsul revelaba y hacía sus propias copias en laboratorios improvisados a bordo de una precaria embarcación o, incluso, en el palanquín que hacía las veces de cuarto oscuro. Conocía a León Gaumont, con quien mantenía correspondencia y cuyas invenciones experimentaba. A partir de 1901 realizó secuencias cinematográficas.
En 2003 la figura de Auguste François apareció en Aventuriers du monde. Les grands explorateurs français au temps des premiers photographes 1866-1914 (Aventureros del mundo. Los grandes exploradores franceses en tiempos de los primeros fotógrafos, 1866-1914) publicado por L’Iconoclaste [4].
En 2011, por intermedio de la Embajada de Francia, los descendientes del cónsul donaron al Paraguay –a través del Centro Cultural de la República– un archivo constituido por imágenes digitalizadas a partir de las planchas en papel o de algunas placas de negativos. Ese mismo año, a iniciativa del embajador francés Gilles Bienvenu, se realizó en marzo, en El Cabildo, la exposición Auguste François en Paraguay. Fotografías 1894-1895, y se publicó el libro del mismo nombre que reunía, además de las imágenes, textos suyos y cartas personales, comentarios sobre su obra y una amplia reseña biográfica [5]. Poco después, en septiembre, la exposición fue incluida en el programa de la Bienal Internacional de Curitiba e inaugurada en el Museo de la Fotografía de esa ciudad por los ministros de Cultura de Paraguay y Brasil [6]. En esa ocasión fueron expuestos los propios álbumes de Auguste François y se incorporaron fotografías tomadas por el cónsul a su llegada a Río de Janeiro, cuando iba camino a Buenos Aires con destino a Asunción. Asimismo, los mapas que usaba durante sus travesías. Fue posible reunir todo este acervo y presentarlo en Curitiba gracias al apoyo de Annick Bienvenu, quien registró y documentó todas las piezas y colaboró en las gestiones de préstamo y devolución.
En 2014 apareció L’iconoclaste (El iconoclasta), libro de Boris Martin publicado por Les Éditions du Pacifique, cuyo subtítulo, traducido al español, dice: “La verdadera historia de Auguste François, cónsul, fotógrafo, explorador, misántropo, incorruptible y enemigo de los intrigantes”. La edición recoge, junto a las fotografías tomadas por François en China, las de Paraguay, al tiempo que recorre la vida del diplomático desde sus años jóvenes hasta su muerte. En el prólogo, Richard Boidin, director de los Archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, lo describe como “amante de la soledad y poco inclinado a la gloria”, razón por la cual –dice– nunca le interesó hacer conocer su trabajo. De retorno en Francia, François pasó sus días en familia y entre sus colecciones, en las cuales los objetos de China tenían un lugar especial. “Este aislamiento explica el completo olvido en el que cayó su obra”, agrega Boidin. A sus sobrinos Pierre y Bernard Seydoux se debe el rescate de su memoria y su legado [6].
En 2016, toda la colección de fotografías del Paraguay fue depositada por la Asociación Auguste François en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, en La Courneuve.
Notas
[1] Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que enfrentó al Paraguay con Argentina, Brasil y Uruguay.
[2] Walter Benjamin. L’oeuvre d’art à l’époque de sa reproductibilité technique, Paris, Allia, 2009, p. 32 [Traducción de la autora].
[3] Gabriel Bauret. De la fotografía, Buenos Aires, La Marca, p. 71.
[4] La experiencia diplomática de François fue abordada en varios libros, como Le consul qui en savait trop. Les ambitions secrètes de la France en Chine (El cónsul que sabía demasiado. Las ambiciones secretas de Francia en China), de Désirée Lenoir, publicado por Nouveau Monde Éditions, París, 2011, y Mémoires du monde. Cinq siècles d’histoires inédites et secrètes au quai d’Orsay (Memorias del mundo. Cinco siglos de historias inéditas y secretas en Quai d’Orsay), obra colectiva publicada por L’Iconoclaste bajo la dirección de Sophie de Sivry.
[5] Adriana Almada (Ed.) Auguste François en Paraguay. Fotografías 1894-1895. Fondec/Alianza Francesa/ Fausto Ediciones, Asunción, 2011.
[6] Curaduría de Adriana Almada.
[7] Desde 1990 la Asociación Auguste François trabaja con el objetivo dar a conocer al diplomático y fotógrafo, identificando, preservando y difundiendo su obra. Lo ha hecho de manera independiente y también en colaboración con instituciones de Francia y otros países, y ha contribuido a la producción de numerosas publicaciones, exposiciones y documentales.
Nota de edición: Los pies de fotos reproducen las anotaciones de Auguste François en sus álbumes y en sus inventarios.
* Adriana Almada es escritora, crítica de arte, editora y curadora independiente.
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