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Cultura

Yo, Branislava Susnik

Marzo terminó, nuevamente, con el recuerdo de quien dedicara su vida y sus esfuerzos al estudio de los pueblos indígenas del Paraguay en la segunda mitad del siglo XX, Branislava Susnik, cuya figura se hizo cuerpo en la magistral puesta en escena de Marcelo Martinessi “Memoria Branka y el fuego”, presentada hace un año en el Museo Etnográfico Andrés Barbero. Aquí la recordamos.

Ana Brun, en "Memoria Branka y el fuego".

Ana Brun, en "Memoria Branka y el fuego".

“Basta con la facultad de la memoria para que alguien siga siendo el mismo en diferentes tiempos y en diferentes espacios”, dice Javier Marías. Pero, ¿es realmente así? Borges, por el contrario, desestima cualquier certeza: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

Como un juego de espejos rotos, precisamente, se desarrolla Memoria Branka y el fuego, la obra de teatro escrita y dirigida por Marcelo Martinessi cuyo personaje central, único, es la antropóloga Branislava Susnik desdoblada en dos tiempos. Recordar esta puesta, realizada el año pasado en esta misma época, ha sido inevitable en estos días de celebración de un nuevo aniversario del nacimiento de “la doctora”, aquella intelectual ríspida e incisiva que llegó al Paraguay en 1951 y que el 28 de marzo hubiera cumplido 103 años.

Natalia Cálcena y Ana Brun en "Memoria Branka y el fuego". Cortesía

Natalia Cálcena y Ana Brun en Memoria Branka y el fuego © Dani González

Aproximarse a la figura de Susnik no es fácil. La complejidad de su historia personal y la magnitud de su legado obligan a abordajes múltiples y desprejuiciados. Ni qué decir enfrentarse a ella y reconstruirla en escena. Hacerlo exige una inmersión profunda en su vida y en su obra, que es lo que ha hecho Martinessi, con el asesoramiento de quienes la conocieron y/o estudiaron a fondo su pensamiento [1].

“Me parecía que la única manera de abordar a Susnik era a partir de entender que, cuando ella llega a este país, era ya otra mujer. Vuelve a nacer. Incluso dice: ‘Yo reviví en Paraguay’. De alguna manera, la que llega aquí lo hace con la condición de olvidar su pasado”, dice el cineasta, quien eligió a la misma actriz que protagonizó su aclamada película Las herederas (Ana Brun) para encarnar a una Susnik ya madura, de casi 70 años. Frente a ella, Natalia Cálcena personifica a “Memoria”, una suerte de entidad espectral que no es otra que la misma Susnik en sus años jóvenes y que oficia de conciencia moral de aquella mujer que llegó a América del Sur escapando del horror de la Segunda Guerra Mundial y de la violencia política que reinaba en su país de origen, Eslovenia. “Ana Brun es una actriz que no usa técnica, usa su humanidad. Usa su vida, su persona, en el escenario. Y Natalia Cálcena es una actriz sumamente entrenada con la que hace rato quería hacer algo un poco más demandante, porque creo que tiene muchísimo para dar y me parece que está en un momento genial”, me decía Marcelo poco después del estreno.

Natalia Cálcena

Natalia Cálcena en Memoria Branka y el fuego © Dani González

La acción transcurre en el espacio que Susnik transitó diariamente hasta su muerte, acaecida en 1996: el Museo Etnográfico Andrés Barbero, del que fuera directora desde su llegada al país, convocada por el filántropo Andrés Barbero para continuar los trabajos museológicos iniciados por el etnólogo alemán Max Schmidt. La obra comienza con el desplazamiento del público por un escueto corredor hasta llegar al delgado vano de una puerta apenas entreabierta. Por un instante podemos verla. Allí está ella, “la doctora”, fumando obsesivamente, como siempre, mientras teclea con fuerza su máquina de escribir. Es su escritorio, su dormitorio, su celda, el punto cero desde el cual parte y al que regresa tras cada uno de sus viajes a territorio indígena. Es su lugar en el mundo, en el país que eligió para quedarse: “Aquí encontré la quietud de la vida sencilla y también la oportunidad de trabajar científicamente. Lo que para mí significaba revivir” [2].

Marcelo Martinessi y Ana Brun en "Memoria Branka y el fuego". Cortesía

Marcelo Martinessi y Ana Brun © Dani González

Revivir significaba dejar atrás mucho dolor: su padre, jefe de Gendarmería en Medvode, brutalmente asesinado; la cárcel, la persecución. “Aquí pude volver a leer, a investigar, a explorar, a enseñar”, decía Susnik. Revivir significaba poder organizar y enriquecer las colecciones del museo, y construir: “Durante más de 40 años puse todo mi empeño en tejer otro relato para este país, el verdadero, el que empieza mucho antes de la conquista. Investigué y escribí acerca de una época que la historia oficial ha excluido. Yo procuré darle su lugar”, son algunas de sus palabras, recogidas por Martinessi en la obra [3].

“Después que hablamos hoy, recordé que empecé a escribir a partir de una charla que dio Adelina Pusineri –quien sucedió a Susnik en la dirección del museo– en el ciclo Pensamiento paraguayo, organizado por Base-IS. Ella me pasó información recogida en Eslovenia por dos antropólogos argentinos que viajaron allá a investigar, y me recomendó dos textos clave de Susnik: ‘El hombre primitivo’ y ‘Entre los indígenas lengua’, donde está su pedido ‘Continúen ustedes’ [4]. Me permitió también fotografiar unos 200 documentos (cartas, textos, charlas escritas) de los miles que ella catalogó, como la carta en la que Susnik pide a la Fundación Barbero una cámara filmadora, la carta dolorosa que escribe a Ogwa (informante de antropólogos y luego artista visual) y las cartas ofensivas que recibe de (León) Cadogan acusándola de estafadora, cínica y agitadora de pueblos indios”, me escribía Marcelo semanas después.

En ese mismo mensaje me revelaba la importancia que tuvo, en el proceso de escritura del guion, la edición que el Suplemento Antropológico de la Universidad Católica de Asunción, dirigido por Marilín Rehnfeldt, dedicó a Susnik con motivo de su centenario: “Me permitió abordar a ‘la científica’, porque en varios artículos hay miradas reflexivas que ayudan mucho a la hora de construir una dramaturgia”. La publicación recoge textos de Hugo Oddone, Pastor Arenas, Guillermo Nicolás Lamenza y Mirtha Alfonso Monges, Ignacio Telesca, Adelina Pusineri y Raquel Zalazar, John Renshaw, Isabelle Combès, Marilín Rehnfeldt, Gabriela Zuccolillo y Federico Bossert y Diego Villar.

“Para abordar a la persona, a más de las charlas con Adelina, tomé bastante del relato en primera persona que hace Susnik al Dr. Tine Debeljak, primero en 1958 y luego en 1973. Este retrato se completa con artículos de Rossato y Chase-Sardi. Es poco lo que hay de su vida personal, pero muy intenso. El libro Chamacoco. Cambio cultural es una joya. Uso literalmente toda la introducción de este libro hacia el final de la obra”. Fin del mensaje. En una coversación posterior, me decía: “A Susnik le causaba mucho dolor el hecho de que los chamacoco perdieran sus raíces. Es lo que le pasó a ella, el dolor de negar el pasado. Era muy visceral su relación con ellos”.

Finalmente, supe qué desencadenó el proyecto: “La carta que me decidió a hacer la obra es una en la que ella pide desesperadamente al Consejo de la Fundación La Piedad una filmadora para documentar el Paraguay que estaba desapareciendo. Nadie le hizo caso”. Por eso empezó el guión poniendo en boca de Susnik: “Sé que algunos de ustedes piensan que esta debía de haber sido una película”, para decir, más adelante: “Yo quise preservar en celuloide algunos de los momentos en que me sentí… privilegiada… por compartir con ellos, por participar de ceremonias, creencias y ritos mágicos de las tribus indias que habitan este país. En aquel entonces yo estaba convencida de que mi trabajo apasionado podría salvarles, hacerlos inmortales” [5].

Ana Brun, Memoria Branka y el fuego

Ana Brun en Memoria Branka y el fuego © Dani González

Branka y el Paraguay

 “Yo llegué a un país visto a través de los ojos, necesidades y aspiraciones de los hombres. Aquí las mujeres estaban dedicadas al magisterio o a la beneficencia, como continuidad de la esfera doméstica. Sin embargo, yo me movía en un mundo de hombres y para poder hacer mi trabajo tuve que trasformarme. Son esas expediciones al medio de la selva las que me convirtieron en quien soy. Kuña kuimba’e, mujer, no mujer, persona sin sexo, lo que sea. Gracias a eso pude participar de ritos prohibidos para los ojos femeninos, Y lo único que importó para mí son esos ‘momentos’, el ‘estar’ con ellos. Los indios me demostraron tanto afecto que me parecía hasta impropio” [6]. Quien esto dice, en el Momento 11 de la obra, es Branka, explicando a Memoria –es decir, a sí misma–, su particular condición de vida y de trabajo en el Paraguay. Y cuenta: “Yo buscaba siempre el contacto con los chamanes, ya que son estos hechiceros o magos los intermediarios entre la comunidad y las fuerzas sobrenaturales, y conocen todos los contenidos religiosos y mitológicos de su gente, lo que me interesa por sobre todo lo demás. Las ceremonias de los chamanes y sus alucinaciones son quizás el mejor camino para conocer la verdadera personalidad de una comunidad primitiva. Y el hombre, sea primitivo o sea moderno, busca siempre lo misterioso” [7].

El soliloquio se extiende frente al público, enhebrando diferentes momentos de la vida de Susnik en un montaje discursivo que permite, en un breve lapso, “aprehender” el trayecto vital e intelectual de una figura que se caracterizó por su estricta reserva, hasta el grado de convertirse en un verdadero enigma incluso para sus más cercanos, según se desprende de diversos testimonios. “Era importante para ella la privacidad. Sé que quemó un montón de cartas y documentos, como se ve en la obra, pero no sabemos qué quemó. Se dice que quemó cartas, diarios, y también posiblemente la última parte de Una visión socio-antropológica del Paraguay, obra en tres tomos que llega hasta después de la Guerra Grande”, dice Martinessi. Memoria Branka y el fuego termina con una gran fogata en el patio interior del museo, donde miles de papeles blancos son consumidos por las llamas, ante los ojos atentos del público que nuevamente se ha desplazado y contempla el espectáculo a cierta distancia y desde los balcones de la galería.

Memoria Branka y el fuego

Escena de Memoria Branka y el fuego © Dani González

Susnik murió en la Semana Santa de 1996. Cuatro años antes había recibido el Primer Premio Nacional de Ciencias, instituido por el Congreso Nacional, y dos semanas después de su partida fue condecorada póstumamente por el Gobierno nacional con el grado de Gran Oficial. “Un año antes de su fallecimiento me decía lo que debía hacer con sus manuscritos: tenía que romper, tirar o quemar, porque sus investigaciones jamás serán interpretadas por otro como ella las había tomado… Creo que ella, los fines de semana, cuando limpiaba su habitación, iba tirando lo que no quería que se encuentre”, manifestó en una oportunidad Adelina Pusineri [8].

“No hay final. Ya están cumplidos tus años de dedicación misionera a la causa del Paraguay, a una producción científica incesante, desaforada. Ahora le toca a ellos continuar”, dice Memoria en uno de los últimos pasajes de la obra. Branka camina y toca a algunas personas del público, y dice: “Vos, usted, vos.. Continúen ustedes…” [9]. Fin del guion. Fin de la puesta. Branka Susnik, el cuerpo hecho memoria.

Notas

[1] Memoria Branka y el fuego fue el resultado de un gran trabajo en equipo. Marcelo Martinessi contó con la colaboración de Adelina Pusineri y el asesoramiento de Gabriela Zuccolillo (autora Línea de tiempo, proyecto que despliega gráficamente en una de las salas del museo la trayectoria vital e intelectual de Susnik) y Milda Rivarola, entre otras personas. Carlo Spatuzza hizo la dirección de arte, la composición musical es de Gabriel Cáceres y la fotografía, de Dani González.

[2] Memoria Branka y el fuego, parlamento.

[3] Memoria Branka y el fuego, parlamento.

[4] Sobre este texto, escribe Gabriela Zuccolillo: “Uno de sus primeros artículos, ‘Entre los indígenas lengua’, de 1954, concluye así: ‘Los lengua y los sanapaná no conocen la palabra terminar y dicen simplemente kjahao, lo cual significa hasta aquí. Por eso, queridos lectores, continúen ustedes”. ABC Color, 18.10.20.

[5] Memoria Branka y el fuego, parlamento.

[6] Memoria Branka y el fuego, parlamento. Marilín Rehnfeldt, en la edición homenaje del Suplemento Antropológico, p. 175, cita: “…a Branka Susnik generalmente la trataron como no-mujer o como una persona sin sexo y la dejaron participar también en los ritos prohibidos para los ojos femeninos. Habitualmente los mismos chamanes fueron sus más grandes amigos y sus mejores informantes”. (Archivo MEAB. Carpeta Prensa y otros sobre Susnik. PUHAR, Alenka, 1997. “La antropóloga Branka Susnik”. Delo, miércoles, 15 de octubre de 1997, Eslovenia. Traducido por Irene Mislej).

[7] Memoria Branka y el fuego, parlamento.

[8] Citado en Guillermo Nicolás Lamenza y Mirtha Alfonso Monges, “Branislava Susnik y su contribución a la arqueología paraguaya”, Suplemento Antropológico, Vol. LV N. 1, Junio 2020, p. 49.

[9] Memoria Branka y el fuego, parlamento.

 

* Adriana Almada es escritora, crítica de arte, curadora.

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