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Editorial

Fronteras digitales

Los últimos diez años hemos sido testigos de una creciente manifestación de ataques, incidentes y situaciones de riesgo que involucraron al “ciberespacio”, a la “digitalidad”, al mundo que existe, que es real y no es el mundo físico donde también nos desenvolvemos a diario.

Este riesgo digital empezó a cobrar relevancia cuando, con la pandemia, tuvimos que encerrarnos en nuestras casas o aislarnos de nuestras familias y salir a trabajar y la conectividad fue una cuestión vital, a tal punto que empezamos a tratar con “ciberdelincuentes”, con “ingeniería social”, con “robo de identidades”, haciendo que hasta el más neófito comenzara a preocuparse por su seguridad en Internet.

En realidad esta historia comienza en los años 90, cuando el mundo conoce una forma diferente de comunicación,  de interactuar, de intercambiar información, forma que cambiaría para siempre la fisonomía global a tal punto de crear una nueva realidad, la realidad digital. Esta realidad se hizo presente en la vida de las personas y los diferentes gobiernos del mundo, que antes se preocupaban por las telecomunicaciones, el espionaje estatal, la guerra convencional, el sabotaje a estructuras físicas críticas que sostienen a los países, empezaron a dirigir sus esfuerzos a proteger Internet, los equipos, los datos, los sistemas interconectados y las personas. Nacen así la ciberseguridad y la ciberdefensa, dentro de la Seguridad de la Información, desde donde se pretende crear un marco defensivo, analítico, reactivo y hasta ofensivo que proteja lo más valioso de este entorno: la soberanía digital de un país.

En estas décadas y con el advenimiento del siglo XXI, se registraron casos de éxito enormes, como Estonia, país pequeño que fue el epicentro del primer confrontamiento “bélico-cibernético” y que, en palabras de su presidente, les permitió probar su autopista digital, sus mecanismos de defensa y garantizar a sus habitantes que sus datos no fueron vulnerados.

Hoy, en plena despedida del año 2024, Paraguay es testigo, de la forma menos amistosa, que sus esfuerzos por generar una cultura de Ciberseguridad, por diseñar planes adecuados de  Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) apuntando a futuro, por alfabetizar digitalmente a sus ciudadanos o por tener al menos una infraestructura de red nacional propia que garantice la conectividad de todo el país, esos esfuerzos han sido pocos, mal dirigidos, negligentes o hasta nulos.

Urge que el gobierno actual tome medidas drásticas, no solo para asegurar la soberanía digital paraguaya, sino para auditar, reconocer, identificar y gestionar el estado actual de todos aquellos activos digitales sensibles que nos pertenecen, desarrollando urgentemente un marco legal que permita que, por ley, sepamos con nombre y apellido cuáles son las infraestructuras críticas del país, cómo deben ser atendidas y por sobre todo, cómo podemos dejar de depender de mano de obra e intereses extranjeros que administren lo que es responsabilidad de los paraguayos.

El Paraguay digital es ya una realidad y un compromiso como patria. Defender nuestras fronteras digitales significa garantizar el acceso seguro y equitativo a la tecnología, protegiendo los intereses del Estado en este nuevo territorio y asegurando un futuro conectado, inclusivo y competitivo para todos. Por esa misma razón, fortalecer las defensas digitales no es opcional, es una condición indispensable para asegurar nuestra soberanía en el siglo XXI.

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