Opinión
¿Qué debemos hacer?
2bJuan, hijo de Zacarías, recibió en el desierto la palabra de Dios. 3Y fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados…10La gente le preguntaba: “Entonces, ¿qué debemos hacer?” 11Él les respondía: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga pan, que haga lo mismo”. 12Vinieron también publicanos a bautizarse, que le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?” 13Él les respondió: “No exijáis más de lo que está fijado”. 14Le preguntaron también unos soldados: “Y nosotros ¿qué debemos hacer?” Él les contestó: “No hagáis extorsión a nadie; no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada”. 15Como la gente estaba expectante y andaban todos pensando para sus adentros acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16declaró Juan a todos: “Yo os bautizo con agua. Pero está a punto de llegar alguien que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 17En sus manos tiene el bieldo para aventar su parva: Recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga”. 18Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba la Buena Nueva al pueblo.
[Evangelio según san Lucas (Lc 3,2b-3.10-18) — Domingo llamado “Gaudete” o del gozo de la espera — 3er domingo de Adviento]
El texto evangélico que nos propone la liturgia de la palabra, hoy en el domingo denominado Gaudete —una invitación al “regocijo” y la “alegría”—, se centra en el ministerio de Juan el Bautista, hijo del sacerdote Zacarías (Lc 3,2b). El tercer evangelista comienza con una breve presentación de su ministerio, afirmando dos acciones, una receptiva y la otra activa. San Lucas, en efecto, relata que Juan “recibió en el desierto la palabra de Dios” (Lc 3,3b), vinculando, de este modo, la misión de Juan con el desierto. San Marcos, de hecho, refiriéndose al precursor de Jesús, cita la profecía de Isaías para aludir al Bautista: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Is 40,3; Mc 1,3). La actividad de Juan se describe de modo subsiguiente, indicándose su recorrido “por toda la región del Jordán” con la específica tarea de “proclamar un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Lc 3,3).
No se puede descartar la idea de que el bautismo predicado por Juan fuera una de las derivaciones de un movimiento “bautista” que floreció en el judaísmo palestinense entre los años 150 a.C. y 250 d.C. En este arco temporal fueron surgiendo varios grupos, tanto judíos como cristianos, que practicaban ciertas formas de bautismo. Dentro de los distintos ritos de ablución se puede identificar el de los esenios, el de Juan el Bautista y el de sus discípulos (Hch 18,25; Jn 3,23-25), el del propio Jesús y de sus seguidores (Jn 3,22; cf. 4,2), los ritos de purificación de los ebionitas y otros de origen gnóstico de épocas posteriores. Mientras en el Antiguo Testamento, específicamente en el libro del Levítico, se estipulaban diversos sacrificios como expiación por el pecado, Juan sustituye esa práctica por la ablución. Nunca se habla, explícitamente, de la eficacia del “baño” que Juan aplicaba a los conversos. Tal vez hay que ver su significado en relación con la ablución practicada por los esenios para quienes era absolutamente inútil “entrar en el agua” si no existía una verdadera intención de abandonar la vida de pecado: “No deberán entrar en el agua, de modo que puedan participar del banquete sagrado de los santos, porque no quedarán purificados si no se convierten de su vida desenfrenada; el que es infiel a su promesa queda impuro” (1QS 5,13-14). Del mismo modo, el bautismo pregonado por Juan implicaba una actitud de arrepentimiento (cf. J. Fitzmyer).
La personalidad de Juan está estrechamente vinculada con la realidad del desierto, una zona árida y escabrosa, habitada por alimañas y animales salvajes, símbolo de soledad y de peligro, que recuerda la travesía de Israel hasta llegar a la tierra de promisión. El Bautista, ciertamente, era un personaje adusto, un hombre sencillo y humilde, emparentado con Jesús porque su madre — María— e Isabel —la madre de Juan— eran parientes (Lc 1,36.41). Su alimentación eral frugal porque consumía lo que la naturaleza le proveía: Miel y langostas silvestres. Su indumentaria, piel de camello, era en extremo precaria (Mc 1,6; cf. Mt 11,8). Juan “no era una caña agitada por el viento” (Mt 11,7b), es decir, no era un predicador manipulable que cambiara de postura según las circunstancias, sino un profeta sobrio y coherente que murió en manos del tetrarca Herodes Antipas, en razón de su denuncia contra el adulterio de este con Herodías, esposa de su hermano Filipo (Mc 6,17-29). Jesús dijo de él que “entre los nacidos de mujer, no ha aparecido uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11).
Según parece, en el marco del ejercicio de su ministerio, se le acercaban las personas con el fin de interrogarle sobre aquello que “debían hacer”. De hecho, la pregunta “¿qué debemos hacer?” (ti poiēsōmen?), proveniente de tres grupos distintos, se cita, también, tres veces (Lc 3,10a.12b.14b) indicando el interés sobre la conducta que deben observar ante el anuncio de Juan.
El primer grupo que concurre ante Juan el Bautista está definido por “la gente” (hoi óchloi) que, en general, puede definirse por la “multitud”, lo cual implica que la actividad del Bautista no se restringía a grupos aislados o a un montón de personas sino suponía un gentío considerable. A la pregunta que le formularon —“¿qué debemos hacer?”—, la respuesta gira en torno a las necesidades básicas para la vida ordinaria: Vestido y comida: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga pan, que haga lo mismo” (Lc 3,11). “Túnica” (chitōn), es la transcripción del hebreo kuttōnet (cf. Gn 37,23.31-33) y designa la túnica interior que se desarrolló a partir del sencillo šaq (“vestido a la manera de saco”) que tenía formas y estilos muy diversos y se llevaba directamente sobre la piel o sobre una camisa de lino. La tela de la túnica era de lino o de lana y el vestido confeccionado llegaba hasta los tobillos o hasta las rodillas y tenía mangas largas o medias mangas. La usaban, indistintamente, pobres y ricos. Se diferencia del himátion o “prenda exterior”. Ambas, túnicas interior y exterior, respectivamente, constituían la vestidura de una persona. Aquí, Juan el Bautista, en el contexto de una acción “penitencial”, pide a la gente que si tiene dos túnicas interiores dé una a quien no tenga ninguna (cf. W. Rebell). Del mismo modo, el profeta les pide que compartan el “pan” (brōma). La redacción en plural (brōmata) se refiere a los “alimentos necesarios para el sustento”. El compartir el pan puede reflejar, de hecho, la idea de la escasez de alimentos necesarios. En este sentido, compartir el pan con los pobres se plantea como una necesidad ética (cf. H.-J. van der Minde).
El segundo grupo se identifica con los “publicanos” (telōnai) aunque el concepto de “recaudadores de impuestos” resulta limitante, pues, con mayor precisión eran personas “que arrendaban del Estado el ejercicio de la recaudación estatal de impuestos y tributos…y exigían el pago de los impuestos a quienes estaban obligados a la tributación”. En la época de Jesús, eran judíos acomodados cuya profesión era mal vista por los fariseos. De hecho, un “publicano” si quería ingresar a la cofradía farisea debía renunciar a este despreciable oficio y compensar a todos aquellos a quienes había estafado. Resulta relevante señalar que Jesús eligió a un publicano (Leví o Mateo) como uno de los “Doce” apóstoles (Mt 9,9; Mc 2,13-14; Lc 5,27-28). La comida que Jesús comparte con ellos ante la crítica de los fariseos (Mt 9,10-13) y la parábola de la oración de un fariseo y de un publicano (Lc 18,10-14), con actitudes contrastantes, demuestran que a Dios le interesa mucho más el ser clemente con quien es humilde que calcular el grado de rectitud de cada persona. También indica que la salvación de Dios está abierta a todos. La respuesta de Juan a la pregunta de los “publicanos” se limita al oficio que tenía: “No exijáis más de lo que os está fijado” (Lc 3,13); es decir, que no se sobrepasen con el cobro de las tasas a las personas sujetas a la tributación. Les pide, en pocas palabras, honestidad en el desempeño de sus funciones. Una tentación permanente para quienes administraban estos impuestos era la práctica de la usura.
El tercer grupo es presentado por el evangelista como “unos soldados”. Los “soldados”, en plural (strateúomenoi), son personas que prestaban servicio militar o estaban movilizados para una campaña castrense. Lo más probable, en este caso, es que se trate de soldados al servicio de Herodes Antipas. Tres requerimientos vinculados con su realidad les plantea Juan ante la pregunta sobre “¿qué deben hacer?” (ellos): “No hagáis extorsión a nadie; no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada” (Lc 3,14b). En primer lugar, les conmina a evitar la “extorsión” (diaseíō), es decir, el empleo de la violencia y del maltrato casi siempre con el fin de obtener dinero. Se trata de evitar la fuerza coercitiva, de la que están investidos, con el objeto de expoliar a la gente. En segundo lugar, se les solicita evitar las “denuncias falsas” (sykophantéō). El verbo griego, en cuestión, se refiere a la “calumnia” vinculada estrechamente con la “extorsión”, es decir, mentir a cambio de dinero que es una forma de vejación y de opresión (cf. Lc 19,8). En tercer lugar, el verbo arkéō, en pasivo —como es el caso (arkeīsthe)— indica “estar satisfecho” o “conforme” con el opsōnion o “salario”. Este era la “paga” o “compensación” que el Estado debía abonar como “estipendio” periódico a los militares. Como, de ordinario, era modesta es posible que, por esa razón, se propasaran en sus funciones con el fin de obtener más recursos económicos.
Después de esta sección de preguntas dirigidas a Juan sobre el comportamiento ético que deben observar la gente, los publicanos y los soldados, san Lucas se detiene en la “expectación” del “pueblo” acerca de la identidad de Juan. Pensaban si no se trataría del Mesías esperado o el Cristo. Ante esta “tensión” (prosdokáō) o “expectativa”, el Bautista, respecto a sí mismo, se limitó a decir que él “bautiza con agua” (Lc 3,16a), es decir, la acción referida por san Lucas al inicio del texto: “un bautismo de conversión para perdón de los pecados“ (Lc 3,3b). Sin embargo, respecto al Mesías, dijo que su llegada era inminente (Lc 3,16b) y que “era más fuerte” que él (Lc 3,16c) y de un rango muy superior al de él porque él “no era digno de desatarle la correa de sus sandalias” (Lc 3,16d). El bautismo que trae el Cristo no será como el que Juan practicaba (con agua) sino con “Espíritu Santo y fuego”. Con estos elementos sitúa la misión del Mesías muy por encima del rol que le competía. Es más, según Juan, el Cristo portara el “bieldo” con el fin de aventar su parva. El ptýon o “pala” servía para limpiar la era. La práctica consistía en arrojar al aire —contra el viento— las espigas secas a fin de que el trigo y la paja caigan por separado (cf. Is 30,24). Según parece, la imagen del “bieldo” se empleaba para referirse al castigo de Dios (cf. Jer 15,7) o del Juez del fin de los tiempos. Esta imagen concede al texto un aire apocalíptico. De ahí la expectación de que algo sumamente relevante iba a ocurrir. “Recoger el trigo en el granero”, por un lado, y “quemar la paja con fuego que no se apaga” (Lc 3,17b), por el otro, es una representación que tiene todas las características de un juicio final universal.
Para finalizar su relato, san Lucas dice de modo resumido: “Y, con muchas exhortaciones, anunciaba a la gente la Buena Nueva al pueblo” (Lc 3,18). De esta manera, el autor califica como “anuncio del Evangelio” o “acción de evangelizar” (euaggelízō) la proclama de Juan el Bautista. El empleo del verbo parakaléō indica que su actividad incluía “exhortaciones”, “consuelos”, “advertencias”, “aliento”, etc. (cf. J. Thomas).
En síntesis: La predicación de Juan el Bautista se centra en el comportamiento ético y social, en el interés por los demás. La radicalidad de su predicación no solo señala la urgencia de asistir al necesitado sino se refiere, además, a otras demandas como la honestidad en los negocios y la equidad en la aplicación de la justicia. Juan aboga, en efecto, por la distribución compartida de los recursos fundamentales para la existencia, la renuncia a la extorsión y la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria. Estas deben ser el modo de vida de quien se bautiza y se arrepiente de sus pecados para aplicar el kerigma a su vida cotidiana.
En su relación con el Mesías, deja en claro que él es solo un profeta; pues, está “por llegar” el que es “más fuerte” cuya superioridad queda patente en su indignidad de realizar ni siquiera el más humilde servicio en relación con el Ungido, el cual bautizará no con agua sino con “Espíritu Santo y fuego”. Mientras el Bautista no es más que un heraldo, el Mesías tiene una clara función escatológica de ser juez para separar el trigo de la paja. Resulta llamativo que en ninguna parte se mencione que Juan haga referencia al Reino de Dios porque, en el Evangelio de san Lucas, el único predicador del Reino de Dios es el Cristo. Juan preparará el “tiempo de Jesús”. Su predicación, por eso, es diferente.
En este tiempo de “expectación” y de “alegría” por el advenimiento del Salvador, los cristianos estamos invitados, consecuentemente, a observar la conducta ética conforme con nuestro compromiso bautismal de vivir nuestras relaciones con los demás según la justicia, la caridad y el respeto por la dignidad de nuestros hermanos, promoviendo una vida decente para todos.
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Manuel Zabel
15 de diciembre de 2024 at 08:00
Gracias padre Villagra muy interesante y necesaria reflexión