Opinión
Señales precursoras del fin e invitación a la vigilancia
25Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, naciones angustiadas, trastornadas por el estruendo del mar y de las olas. 26Los hombres se quedarán sin aliento, presa del terror y la ansiedad, al ver las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán. 27Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación…34Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36Estad en vela, pues, orando en todo tiempo, para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.
Evangelio según san Lucas (Lc 21,25-28.34-36) — 1er domingo de Adviento (Ciclo C) —
En este primer domingo de Adviento, el texto del Evangelio, tomado de san Lucas, nos llama a la “vigilancia”, a “estar en vela”, con el fin de prepararse para el advenimiento del Hijo del hombre. El texto forma parte del discurso de Jesús sobre la “ruina de Jerusalén” y de los signos precursores que podrán verificarse y que desembocarán en el asedio y la catástrofe de la ciudad santa en razón de la incursión de los paganos (cf. Lc 21,1-24), en alusión al hecho histórico de la destrucción del Templo y de la capital en manos de las legiones romanas, acontecida en el año 70 de la era cristiana.
A los eventos arriba descritos sucederán las convulsiones cósmicas que precederán a la venida del Hijo del hombre. Serán las “señales” (sēmeíon) que se podrán observar en el sol, en la luna, en las estrellas y en la tierra (Lc 21,25a). El “sol” (hēlios), conocido también en la tradición bíblica como “astro mayor” (cf. Gn 1,16) tendrá signos particulares; lo mismo ocurrirá con el “astro menor” o “luna” (sēlēne) y con las “estrellas” (ástrois). Lucas no especifica en qué consistirán estas señales, pero en el texto paralelo de san Marcos, probable fuente del tercer Evangelio, se dice: “…el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas” (Mc 13,24b). El texto de san Mateo sigue casi a la letra la presentación del segundo Evangelio (cf. Mt 24,29b). De este modo, Marcos dibuja un escenario apocalíptico concediendo a las convulsiones de los astros el carácter de simbolismo cósmico mediante el cual se enuncia la decisiva intervención de Dios en la historia. Según se puede colegir, más allá del simbolismo que puedan evocar, san Lucas parece referirse a fenómenos vinculados con cataclismos.
En relación con la “tierra” (gē), ámbito donde se desarrolla la historia humana, Lucas afirma que las “naciones” padecerán situaciones de aflicción y de conmoción (Lc 21,25b). El vocablo “nación” (ethnos), que con frecuencia traduce el término hebreo gōy, no necesariamente incluye a Israel, pueblo de Dios, sino, en general, a los pueblos paganos que experimentarán “angustia” (synochē) y “perplejidad” (aporía) en razón del bramido del mar. El “oleaje” de las aguas marinas será de tal magnitud y con un estruendo que causará estremecimiento.
Después de describir el convulsionado escenario universal, Lucas se concentra, seguidamente, en la reacción de los seres humanos. En concreto, menciona tres repercusiones: En primer lugar, “quedarán sin aliento”, literalmente, “morirán”, es decir, no solo quedarán extenuados sino “expirarán” (apopsychō) como resultado del abatimiento y del agobio que padecerán; en segundo lugar, sufrirán el “terror” (fóbos), un estado sicológico que implica “pánico” y “espanto”, miedo intenso en razón de la sentida consternación que padecerán. Del mismo modo, en tercer lugar, les asaltarán la “ansiedad” y la “angustia” motivadas por la “expectación” (prosdokía) por las cosas que se desarrollarán en el escenario mundial (oikouménē). Nada quedará como estaba, todo será transformado porque las “fuerzas del cielo” oscilarán y tambalearán (Lc 21,26).
Estas señales apocalípticas son los signos precursores de la venida del Hijo del hombre, el cual aparecerá en una nube con gran poder y gloria (Lc 21,27). El tercer evangelista afirma que tal acontecimiento no será de carácter privado o espiritual sino observable porque afirma: “Entonces verán venir al Hijo del hombre…” (Lc 21,27a). El significado fundamental del verbo “ver” (horáō) se refiere no a una visión “mística” o a una simple percepción sino indica el poder “ver con los ojos”, es decir, ver físicamente a Jesús que retorna al mundo en su segunda y última venida. La figura del “Hijo del hombre”, junto con los aspectos que le son característicos —la “nube”, el “gran poder” y la “gloria”— (Lc 21,27b), pertenecen a la tradición profético-apocalíptica de Daniel, el cual, en su visión nocturna “ve venir sobre las nubes del cielo alguien parecido a un ser humano, que se dirigió hacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieron poder, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido” (Dn 7,13-14).
Al concluir la descripción de los eventos escatológicos, Jesús se dirige a su auditorio (cf. Lc 21,5) con el fin de infundirles espíritu de entereza e ímpetu porque el cumplimiento de los sucesos anunciados serán las señales de que se acerca “vuestra liberación”. El vocablo apolýtrōsis es un término típico de la teología paulina cuyo significado básico consiste en la “acción de liberar mediante el pago de un rescate”, es decir, la “redención” (cf. Rom 3,24-25) o “acto salvífico de Dios (cf. K. Kertelge): “Cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención” (Lc 21,28).
Poniendo “entre paréntesis” la “parábola de la higuera”, que sigue a continuación (cf. Lc 21,29-33), el ordo litúrgico nos propone, como segunda parte de nuestro texto evangélico dominical la invitación de Jesús a la vigilancia (Lc 21,34-36) planteando la necesidad de estar “alertas” ante la manifestación de los signos precursores del final de los tiempos. La perícopa se centra, principalmente, sobre las actitudes negativas que se deberán evitar y la conducta recta que deberá observarse teniendo presente la impredecibilidad de los acontecimientos.
La exhortación a situarse en estado de “alerta” —que adquiere un tono imperativo (proséchete)— se debe, fundamentalmente, al peligro de que el “corazón” (kardía) se torne “obtuso” o llegue a “embotarse” (baréō) por varias situaciones que se relacionan con la humana debilidad: “Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida…” (Lc 21,34a). Se trata de estar “en guardia” respecto al “libertinaje” (kraipálē), es decir, en razón de la “disipación” y el “tambaleo” o “fluctuación” como conducta; al mismo tiempo, Jesús señala la “embriaguez” (méthē) que extravía debido a la “borrachera” la cual se debe a la ingesta desmedida del alcohol. Este “vicio” es uno de los factores que adormece a la persona y la torna inconsciente y, en consecuencia, sin capacidad para estar expectante ante la venida del Hijo del hombre y los sucesos escatológicos. Un último aspecto citado son las “preocupaciones de la vida” (merimnai biōtikaí), es decir, el exceso de concentración en la problemática mundana y en los asuntos terrenales que acaparando la atención tornan a las personas insensibles y duras para abrirse a las realidades del cielo.
Los factores distractivos, arriba señalados, enajenarán a quienes no puedan sacudirse del “embotamiento” y correrán el riesgo de ser sorprendidos, por el “descuido”, ante aquel “Día” que puede sobrevenir de un momento a otro, de modo “repentino” (aiphnídios). La figura del “lazo” (pagís) adquiere el significado de “trampa”, como si fuese una “red de caza” (de animales) y aquí se emplea como metáfora de un peligro inesperado para quienes sigan empedernidos y endurecidos. En efecto, Jesús dice: “…y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo…” (Lc 21,34c-35a). Se subraya nuevamente, en este punto, que el acontecimiento será universal porque “vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra” (Lc 21,35b).
La exhortación final de Jesús, como consecuencia de todos los sucesos profetizados, consiste en observar una actitud vigilante: “Estad en vela”, advierte, “pues orando en todo tiempo, para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre” (Lc 21,36). Se trata de perseverar en la oración con el fin de superar el desánimo y disponerse con actitud firme con el fin de no ser alcanzados por los efectos del embotamiento del corazón y, de este modo, presentarse —airosos— ante el Hijo del hombre en su gloriosa venida.
En fin: La profecía sobre la destrucción de Jerusalén lleva a Jesús a anunciar otro fin mucho más global en el que resuena la segunda y definitiva venida del Hijo del hombre, título apocalíptico de la tradición profética que describe el gran poder y la gloria de Jesucristo muerto y resucitado que vendrá para juzgar al mundo en la etapa final de la historia. Los fenómenos cósmicos precederán esta majestuosa manifestación pública que tiene las características de un juicio universal. En este juzgamiento que recaerá sobre el mundo, los cristianos deben tener conciencia de que la salvación será el destino que les aguarda.
No obstante, la actitud vigilante será determinante para que el corazón humano no quede prisionero de las distracciones de la mundanidad. “Orar” y “estar en vela” —constantemente alertas— serán la clave para estar preparados ante aquel “Día” que solo el Padre sabe cuándo acontecerá. En este sentido, todos los creyentes estamos invitados a vivir, en este tiempo de expectación, los valores del Evangelio: Paz, amor, justicia, misericordia, perdón, humildad, solidaridad con el necesitado y con los que sufren de diversos modos y por distintas causas. En este sentido, los bautizados tenemos el firme compromiso de contribuir decididamente para que el mundo, y toda la sociedad, que tiende a concentrarse en sí misma, encuentre en los creyentes signos de credibilidad del anuncio cristiano mediante una vida coherente y testimonial.
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