Opinión
Austeridad, la palabra olvidada
Estamos en tiempos electorales. Queremos un gobierno que maneje el tesoro de la nación, producto de nuestros impuestos, con prudencia y moderación. Un gobierno con autoridades que no malgasten en gastos superfluos, innecesarios, y que no se adjudiquen remuneraciones que marquen desigualdades vergonzosas. En pocas palabras, un gobierno austero. Estoy en un barrio donde viven altas autoridades del gobierno central y municipal; y puedo dar testimonio de ver todos los días el desplazamiento de estas personas, acaparando el tránsito con tres o cuatro camionetas poderosas, de alta gama, como se dice, que fungen de custodios, para la seguridad de su patrón. Además de esa escolta, van tres pares de motos a toda velocidad con sus estruendosas sirenas. No importa transporte escolar, no importan los semáforos, no importan los trabajadores que deben llegar a sus puestos de trabajo, y tienen que marcar asistencia. Lo que importa es el despliegue de poder y la ostentación. Esa es la autoridad koygua, tan distinta de la de otros países con menos ignorancia y cuyo jefe de Estado va al palacio, dignamente, en tranvía. Lo sé porque he visto. Me consta. Acabar con esos despilfarros en gastos prescindibles, a eso me refiero cuando digo que quiero un gobierno austero.
La austeridad es una palabra clave que ha desaparecido del lenguaje de este tiempo, significa la moderación propia de las personas respecto a los gastos que realizan, independientemente de los caudales de dinero que posea. Sencillez y moderación propia de la persona, sin excesos. Significa renunciar a gastar dinero en determinadas cosas de las que se puede prescindir, con el objetivo de gastar en algo útil, dicen algunas de las definiciones que encontré en el diccionario.
Nuestras autoridades, pienso yo, necesitan esa moderación, deben dar el ejemplo porque manejan la cosa pública. Esa es la austeridad que queremos, evitando los gastos del Estado en cosas superfluas, innecesarias y que multiplicadas darían una respetable suma para alimentar un buen número de familias. La austeridad que queremos no es tan difícil, es nada más que el buen uso del dinero de la nación, la distribución honesta y equitativa del dinero público, de tal forma que el nivel de vida adecuado alcance a todos y todas. Es el derecho al teko porã, al teko marangatu que nos han legado nuestros ancestros, con la sabiduría del ”buen vivir”.
Cuando las autoridades de un país tienen una vida sencilla, sin ostentaciones, la propia sociedad busca el equilibrio y se acomoda al modelo de vida de aquellos que reciben sus honorarios de los impuestos que la gente paga. El tema de los impuestos molesta a la gente, cuando ve que el desprendimiento y hasta el sacrificio que hace para el cumplimiento de dichas obligaciones no muestra resultados, y siente que no hay reciprocidad entre lo que aportan los contribuyentes y lo que brindan los gobiernos garantes de la administración del tesoro del Estado. No se visualiza el producto de dichas contribuciones. Esa es la percepción. Y estamos hablando también de la desproporcionalidad y la desigualdad en los valores de los tributos, ya que incluso productos que dañan la salud, como el alcohol y el tabaco, pagan impuestos exiguos que desalienta a la buena voluntad de la ciudadanía. Dan poco y reciben mucho.
Los impuestos municipales merecen un tópico especial, son altos, muy altos, tanto en lo que concierne a los inmobiliarios, como los que se refieren a las tasas que abonamos para recibir servicios. No me refiero solamente al municipio donde vivo, que es Asunción, he estado averiguando sobre otros municipios, y realmente son bastante altos en relación a los ingresos de la gente y las condiciones del lugar donde tiene su vivienda. Esa política tributaria aplicada con los municipios se aparta del genuino y noble origen de la comuna, cuyo fin descansa en la solidaridad entre los comuneros, los que habitan en el pequeño espacio local que les debe brindar bienestar y tranquilidad. Y ahora muchas familias abandonan sus casas tradicionales por no poder pagar los impuestos, dando lugar a inversiones para sendos edificios que solo benefician a los que más tienen, y afectan a la seguridad ambiental.
Pagamos impuestos diversos, y es nuestro deber como ciudadanos, pero debemos ver claramente hacia dónde caminamos, nos acostumbramos a ver a nuestros representantes en todos los niveles, con dietas mensuales desproporcionadas, diez veces más de lo que gana un obrero, y vemos en las calles a la gente que no tiene qué comer, sin trabajo, sin alimento, viviendo en el teko asy, y si sus hijos van a la escuela no reciben la educación que deberían recibir. Algo anda mal en la distribución presupuestaria, ya que las desigualdades de las que hablamos están establecidas legalmente, son desigualdades legales, producto de un sistema desigual de políticas públicas que revierte en una estructura legal injusta.
Hablemos de la instalación de políticas públicas saludables con el derecho a un nivel de vida adecuado para todos y todas, para que “nadie quede atrás”, hablemos de derechos humanos, del derecho a la igualdad de oportunidades, el derecho al “buen vivir” de todos los paraguayos y paraguayas.
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Diana Viveros
9 de agosto de 2022 at 11:06
Magistral.
Carmen
11 de agosto de 2022 at 21:21
Pienso exactamente igual. Los países más igualitarios y avanzados tienen gobernantes austeros y no ostentadores. Chapeau!!