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Opinión

Libertad, igualdad, fraternidad

POR Esther Prieto
Jurista, especialista en derechos humanos por la Universidad de Estrasburgo, Francia.

En la semana se celebra uno de los acontecimientos mas importantes de la historia de la humanidad, la revolución francesa, la que ha trascendido en el mundo entero, y que hasta hoy tiene un impacto universal. La revolución francesa como símbolo de la libertad, marcó rumbo en el proceso de una gran transformación del modelo de Estado. Su histórica Declaración sobre los Derechos del Hombre y del Ciudadano, ha cruzado todas las fronteras por el contenido liberador de sus principios.

Estas tres palabras: liberté, egalité, fraternité, tuvieron la fuerza de levantar a todo un pueblo, un pueblo sufriente contra un sistema de opresión en el que una gran parte de la población era sometida para el derroche del placer y la abundancia de unos pocos que ejercían el poder del reino. Tres palabras, liberté, egalité, fraternité fueron la clave, porque respondían al reclamo de la gente, y fueron también las promesas motivadoras que inspiraron para la formulación de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Con sus diecisiete artículos este documento, del cual se apropió el mundo, pudo diseñar un modelo de la patria que querían los franceses para cumplir con el sueño de su felicidad. Muchas veces nos olvidamos de este derecho de todos: el derecho a ser felices.

En los diecisiete artículos de la declaración, se pudieron plasmar los derechos de cada uno de los ciudadanos, los derechos colectivos, y las exigencias requeridas para la instalación de un Estado de Derecho, cuando en su artículo XVII establece que: “Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no será constitucional”. Con esta última cláusula, Francia hacía honor a uno de sus más grandes pensadores sobre la teoría del derecho y la separación de los poderes del Estado -Charles de Secondat, Barón de Montesquieu-, y se unía a la Declaración de Virginia con sus reivindicaciones sobre el derecho al gozo de la vida, la libertad, a la felicidad y a la seguridad. No es, pues, extraño que dos siglos más tarde, en el año 1946, la Comisión de Derechos Humanos, presidida por Eleonora Roosevelt en la reciente creación de las Naciones Unidas haya designado a Rene Cassin, un prestigioso jurista francés, como encargado de la dirección en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948; y tampoco es extraño que la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, y la Declaracion de Virginia de los Estados Unidos de América, del año 1776, junto con la Declaración de Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado de Rusia de 1918, se hayan constituido en la fuente incuestionable para la formulación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La Declaración Universal con sus treinta artículos contempla en forma ordenada y equilibrada sus principios, sin dejar un solo derecho de ese tiempo, atrás. Muchos analistas consideran a la Declaración como un documento jurídico perfecto, con orientaciones para todos los países del mundo con miras a la construcción de la paz, luego de la sangrienta Segunda Guerra Mundial. Hoy, mirando la situación de los derechos humanos en los países del mundo, se pueden constatar los avances hacia el reconocimiento de nuevos derechos emergentes como los derechos de las mujeres, de los niños, de los pueblos indígenas, el derecho a un ambiente saludable, el derecho de acceso a las nuevas tecnologías, el derecho espacial, etc. Sin embargo, formulamos la pregunta: ¿se cumplen? Y volviendo a estas tres palabras clave de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad, nos preguntamos cómo estamos en casa y en el mundo; si las reivindicaciones de hace más de dos siglos se han cumplido a cabalidad, y podremos infelizmente sentir que la desigualdad persiste en todos los rincones del mundo, y respecto a nuestro país se destaca como uno de los signos más visibles en la valoración del cumplimiento de los derechos humanos, ya que en el ranking mundial, aparece el Paraguay como uno de los países con  mayor desigualdad en la región, tanto respecto a la cuestión de género como respecto a otras desigualdades, como la económica, principalmente, y de este modo, el derecho a la igualdad de oportunidades para todos y todas. Así que, nos adherimos a las palabras de la feminista paraguaya Tete Cano Radil, quien afirma que la “cancha está desequilibrada”.

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