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Opinión

Jesús-mesías y la vía dolorosa

“Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. Ellos le dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas”. Y él les preguntaba: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro le contesta: “Tu eres el Cristo”. Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo  del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándolo aparte, Pedro se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres”. Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

[Evangelio según san Marcos (Mc 8,27-35); 24º Domingo del Tiempo Ordinario]

La presente perícopa, con la que se inicia el camino de Jesús hacia Jerusalén, presenta el tema de la “identidad” de Jesús. El planteamientono es nuevo. Al principio, en Mc 1,1, el evangelista ya dice que Jesús es “el Cristo, el Hijo de Dios”, fundado en el profeta Isaías. Pero aquí el tema no es un enunciado o título como se formula al inicio porque es el mismo Jesús el que encara el problema de su identidad con sus seguidores.

La primera parte del texto, Mc 8,27-30, es un diálogo según el estilo “escolástico” que se desarrolla con el método de preguntas y respuestas en el marco de un intercambio de conocimientos entre maestro y discípulo. Los protagonistas de este coloquio son Jesús y los discípulos. Entre ambos protagonistas se observa una conversación marcada por interrogantes y actitudes responsoriales. Jesús formuló dos preguntas a los discípulos, una referente a la concepción de la gente hacia su persona (v. 28) y, la otra, respecto  al pensamiento que los discípulos se han formado sobre su identidad (v. 29).El texto que abordamos se ambienta en los “poblados de la región de Cesarea de Filipo” (Mc 8,27), convertida en ciudad por el tetrarca Filipo, la antigua Panión o Panés (hoy, Baniyas).

Jesús comienza el diálogo con sus discípulos dirigiéndoles una pregunta clave sobre su identidad. Inicia preguntando la opinión de la gente, es decir, sobre la percepción que tienen sobre él. Conforme con el sondeo de opiniones, los discípulos, en general, sin especificarse ninguno de ellos, manifiestan que el pueblo lo ubica en el mundo profético. Había una concepción, popular, según parece, por la que consideraban a Jesús como “Juan el Bautista”; otros lo tenían por “Elías y “otros, que uno de los profetas” (Mc 8,28; cf. 6,14.16). Juan era considerado precursor del Señor que debía venir a preparar el camino del Mesías (Mc 1,2-4). Además, le consideraban como Elías vuelto a la vida (Mc 6,15). Elías fue un profeta poderoso “un hombre de Dios” (1Re 17,24) quien fue arrebatado al cielo: “Elías subió al cielo en el torbellino” (2 Re 2,11).

Evacuada la primera consulta sobre la opinión de “los hombres” sobre Jesús (Mc 8,27), ahora se dirige a sus discípulos preguntándoles, directamente a ellos, sobre su identidad: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Esta vez, no responden al interrogatorio del Maestro en forma indeterminada sino que Pedro, en nombre de los discípulos, confiesa: “Tú eres el Cristo” (Mc 8,29). La identificación de Jesús como el “Cristo” (griego chirstós), de parte de Pedro, el primero de los discípulos (Mc 1,16; 3,16; 9,2) significa: el “ungido” o “mesías”. Esta concepción corre el peligro de una doble interpretación: La primera es el “mesianismo” presentado por Jesús mismo, el cual, a lo largo de su enseñanza, traza una “vía dolorosa”, un itinerario marcado por la “cruz” (cf. Mc 8,31-33; 9,30-32; 10,32-34). Se trata de un mesianismo sobrio, desprovisto de grandeza, y signado por la entrega total de sí.La segunda es el “mesianismo” de “estampa” regio-davídica (2Sam 7,12), alimentado por el fervor popular que espera un “liberador”, un jefe o caudillo que logre la emancipación del pueblo del yugo imperial, primero griego, y luego romano. Se trata de un “mesianismo triunfalista” del que probablemente se hace eco nuestro evangelista en el ingreso de Jesús a Jerusalén, cuando la gente recita: “¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David!” (Mc 11,10).

La  orden de guardar silencio, según parece, es una categoría teológica llamada “secreto mesiánico”. Esta determinación de Jesús, aparece en varios pasajes del Evangelio (cf. Mc 3,12; 5,43; 8,30; 9,9). Jesús ordena a sus discípulos que mantuvieran en secreto la confesión de Pedro porque, según parece, la gente y ni ellos mismos estaban preparados para entender la misión que él lleva.Y tampoco era el momento oportuno. Además, Jesús dirá de sí mismo que el “Hijo del hombre”.

Brevemente: El mesianismo, presentado por Marcos, no reviste un carácter triunfalista sino sobrio y humilde que implica un itinerario de dolor y de sufrimiento, paso necesario para llegar a la resurrección y a la gloria.Llama la atención el dato geográfico “Cesarea de Filipo” en cuanto ciudad dedicada,por el tetrarca Herodes Filipo, a César, emperador romano, el más alto representante político de la época. No parece casual que, precisamente, ante este símbolo del poder terrenal, Jesús haga un sondeo sobre su identidad.

En la segunda parte del texto (Mc 8,31-35), que sigue al tema de la identidad de Jesús, se realiza el primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección a los discípulos. Llama la atención la oposición de Pedro que, poco antes declaró la “mesianidad” del Maestro. La rotunda contrariedad al proyecto de Cristo es contestada de manera contundente por Jesús, dando, de este modo, una clara lección al “colegio” de los discípulos (Mc 8,33). Según se puede constatar, Jesús presenta su mesianismo en clave de un “siervo sufriente” (cf. Is 49,7: “su vida será despreciada”). El título cristológico que se emplea, “Hijo de hombre”,  se remonta a la “visión” apocalíptica de Dn 7,13 en el que el profeta, en su “visión nocturna”, “ve venir sobre las nubes del cielo alguien parecido a un ser humano” (en arameo: kebar ’anaš). La mención de “los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas” (Mc 8,31) se refiere a las autoridades y responsables de la experiencia religiosa de Israel con quienes Jesús se enfrentará (Mc 14,53; 15,1) y que serán los patrocinadores de su eliminación física. La “resurrección”, de la que habla el Maestro, como desenlace final de su ministerio (cf. Mc 16,6), significará la victoria definitiva sobre el pecado.

Considerando la actitud de Pedro, se nota su total oposición al proyecto de Jesús (Mc 8,32). Esta acción refleja el pensamiento de los discípulos; pues, ellos no aceptan el camino de la “cruz” que el Maestro revela (Mc 8,34). Los discípulos, según parece, ven en Jesús a un  mesías triunfalista, capaz de conquistar la “gloria” y el poder regio; tienen la idea que, mediante el triunfo de su “líder” podrán ocupar puestos importantes, sentándose, junto a él, “a la derecha y a la izquierda”, en cargos mundanos de relieve (Mc 10,37).La reprensión de Pedro a Jesús merece una respuesta contraria y firme de parte de Jesús. Pedro lo había “apartado” llevándolo “a solas” para manifestar su oposición al plan de ir a Jerusalén para ser sometido a una experiencia dolorosa. Jesús hace lo contrario; no permanece aparte; involucra a los demás discípulos porque “volviéndose y mirando a sus discípulos reprendió a Pedro” (Mc 8,33a).La fuerte reprimenda de Jesús, “ponte detrás de mí Satanás”, es indicativa de un durísimo trato con alguien de su máxima cercanía. Hay dos cosas que considerar:

En primer lugar, Jesús no le dice a Pedro: “apártate de mí vista, Satanás” —como en algunas traducciones—   sino “ponte detrás de mí” (griego: opisōmou) lo cual implica que, de algún modo, Pedro se sitúa en una posición incorrecta. “Detrás” indica seguimiento, actitud de discípulo que va en pos del Maestro. Según parece, Pedro, con su pretensión, se coloca “delante” y ocupa un sitial que no le corresponde; se excede en relación con su condición. Él no tiene la dignidad ni el rango para corregir el proyecto de Dios.

En segundo lugar, como consecuencia de esta primera observación, cae de maduro la calificación “Satanás” porque pretendiendo desviar a Jesús de su misión cumple el rol de un oponente; pues Satanás, en hebreo, es el que se “opone” a Dios.Pedro debe cumplir el rol de un discípulo que consiste en seguir al Maestro y no ser motivo de obstáculo con “sus pensamientos” que “no son los de Dios, sin los de los hombres” (Mc 8,33).

Entonces, Jesús llama a la gente y a sus discípulos; y les menciona la condición para su seguimiento que consiste en negarse a sí mismo y tomar la cruz (Mc 8,34). Negarse a sí mismo significa poner en primer lugar el proyecto de Dios y no los intereses personales que uno tenga; es vender todo y seguirle a Jesús (Mc 10,21). Jesús presenta la salvación de la vida como algo ilógico para la mentalidad humana: “Quien quiera salvar su vida, la perderá” y “quien pierda su vida por mí la salvará” (Mc 8,35). Se trata de una afirmación aparentemente irracional para cualquier persona. Sin embargo, Jesús, con esta afirmación, está enseñando el camino a los discípulos, un camino que requiere la donación de la propia vida. La salvación de la vida consiste en no atarse solo a las realidades terrenales; es poner toda la confianza en los proyectos de Jesús. En cambio, perder la vida es anteponer los propios intereses individuales al proyecto de Dios.

En síntesis: Jesús anuncia un mesianismo desprovisto de ostentación y triunfalismo, marcado por el signo de la “cruz” (griego: staurón). Ante la oposición de Pedro (y junto a él los demás discípulos) al proyecto de Dios —que circunscribían la misión mesiánica al mero campo terrenal de los poderes político y económico—, Jesús los reprende y corrige, enseñándoles la vía correcta, el camino que lleva a la verdadera vida.

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