Opinión
El poder de la palabra
Imagen Ilustrativa. Foto: ip.gov.py
En mis años mozos, recién recibido del magisterio y con ganas de llenar de conocimiento y encender la llama cognitiva de decenas de jóvenes deseosos de aprender y salir adelante; enseñaba en un colegio nocturno, en la famosa escuela pyhare, o en este caso, el colegio pyhare, asignaturas de comunicación, idiomas y filosofía. En una de esas tantas charlas con esos jóvenes, toqué el tema de la libertad y sus implicancias, basado en postulados filosóficos. Con explicaciones sencillas y ejemplos, trataba de hacerles entender a los estudiantes la importancia de la libertad, con énfasis en el respeto a las leyes del país y concienciando a que fuerzas autoritarias nunca les apaguen la llama de la libertad. Transcurrieron los años y las promociones de ese colegio nocturno, pasaban de generación en generación, hasta que, en una oportunidad, una colega me había preguntado si fulana de tal había sido alumna mía, en tal año, tal promoción, etc. Traté de remontarme hasta aquel momento idílico e idealista en el que un joven docente recién recibido acuñaba sueños e ilusiones de ver un cambio en el país. Le contesté a esa colega:
-Sí, la recuerdo, era una excelente alumna y era la que me daba dolores de cabeza con sus puntuales y críticas preguntas.
Mi colega se quedó sorprendida por mi respuesta y me comentó que conoció a mi exalumna en una manifestación contra una acción torcida del Gobierno de ese entonces. Hasta ahí todo bien, y ambos nos alegramos de la anécdota, pero atiné a preguntarle, pero:
– ¿Qué tengo que ver yo en la historia?
-Tu exalumna me había dicho que su exprofesor le había enseñado a defender la libertad e ir en contra de las injusticias esté donde esté. Y ahí estaba tu alumna, defendiendo la libertad y denunciando los abusos.
Esta anécdota la llevo siempre y la utilizo como rompehielos en cualquier conferencia o charlas sobre libertad y derechos del individuo, nunca falla, pues son hechos verídicos ocurridos. Lo esencial en este relato es el poder que tiene la palabra cuando está bien expresada y orientada hacia el correcto grupo de individuos; el maestro, profesor, guía, instructor, etc., tiene un poder insoslayable ante sus educandos. No se puede dimensionar el impacto y la fortaleza de las palabras que llevan consigo un acto performativo, haciendo alusión a la teoría de John Austin, lingüista británico (1911-1960), y que puede cambiar el pensamiento del individuo, para mal o para bien. Es por ello que el maestro debería conocer a profundidad el poder que tienen sus palabras a la hora de planear una clase, especialmente cuando está delante de niños y adolescentes.
Palabras que encierran mentiras, odio y desinformación solo podrán traer efectos negativos e imposibilitarán construir una sociedad armónica, en cambio, aquellas con contenidos que dignifiquen al individuo, obtendrán resultados más que positivos, tan cual como lo he ilustrado en la anécdota.
Hoy en día, nuestros niños y jóvenes están totalmente sumergidos en una burbuja comunicativa con informaciones que se alejan de la realidad. En el plano educativo, a pocas semanas de iniciar las clases, aún no se entiende bien cómo se desarrollarán, a pesar de que el Ministerio de Educación y Ciencias explica a la comunidad educativa con gráficos y extensos textos el plan de inicio de clases. Las realidades chocan, pues un gran porcentaje de las escuelas y colegios no están en óptimas condiciones edilicias y otros aspectos de infraestructura y logística para iniciar el año escolar en modo seguro ante la pandemia del covid-19. Por otro lado, el Ministerio de Salud Pública lanza comunicados que se convierten en una especie de adivinanza por carecer de precisión informativa.
Si analizamos la fuerza de la palabra, estas imprecisiones que ambos ministerios hacen llegar a la población tienen un efecto negativo, generan incertidumbre, frustración, desencanto social e impotencia ante tanta desinformación.
Cuando la comunicación no trae consigo los códigos apropiados, estos se meten en el cerebro de los individuos, se mezclan, se activan las dendritas y crean un algoritmo único en cada persona, el resultado: confianza o desconfianza. He ahí la importancia del poder de las palabras, los mensajes claros, honestos y reales son los que producen un impacto positivo en el ser humano, pero si los códigos comunicacionales están encerrados o amañados con imprecisiones sucede lo contrario.
Es hora de que los ministerios de Educación y Salud sepan usar los códigos adecuados para comunicarse con la población, de lo contrario tendrá un efecto nocivo para la sociedad.
*Martín Ramírez Machuca
Doctor en Lingüística, Lenguas, Filosofía, Educación y Didáctica.
Universidad de Kiel, Alemania.
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Claudia Estigarribia
14 de febrero de 2021 at 11:07
Excelente!! Como maestros podemos ayudar a crear mejores personas y ciudadanos!
Patricia
14 de febrero de 2021 at 17:39
Excelente análisis de la situación actual. Lo bueno sería que las personas al frente de estas instituciones sean idóneas y capaces para poder tener comunicación real y de fácil comprensión. Lastimosamente los cargos son políticos, algunos ni tienen que ver con los ministerios que manejan