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Cómo llegó Chile a tener la mayor comunidad de palestinos fuera del mundo árabe
Comunidad palestina en Chile. Foto: DW
Una imagen proyectada en un imponente edificio en el centro de la capital chilena, Santiago, llamó la atención entre sus habitantes el martes 18 de mayo por la noche.
“Salvemos palestina”, decía el mensaje que podía ser observado desde distintos puntos de la ciudad.
Al mismo tiempo, extensas caravanas de autos tocando bocinas y diversas agrupaciones sujetando banderas y pancartas hacían visible el fuerte apoyo al pueblo palestino que se dio en Chile durante los 11 días de enfrentamientos entre este Estado e Israel.
El conflicto estalló el 10 de mayo pasado con decenas de ataques aéreos de Israel sobre la Franja de Gaza, lo que dejó un saldo de 248 muertos, incluidos 66 niños, y casi 2.000 heridos, además de numerosas áreas reducidas a escombros. Los cohetes de Hamás dejaron 12 fallecidos en territorio israelí.
A 13 mil kilómetros de distancia, la comunidad palestina en Chile seguía de cerca la disputa, muchos de ellos consternados por sus propios familiares que debían ser rescatados de entre edificios bombardeados.
No es la primera vez que en el país sudamericano se produce un apoyo tan masivo a Palestina como el que se vio en esos días.
¿La explicación? Según varias investigaciones y estudios, Chile cuenta con la comunidad de palestinos más numerosa —y una de las más antiguas— fuera de Medio Oriente.
A pesar de que es difícil saber con exactitud cuántos son realmente, la Federación Palestina de Chile asegura que hoy superan las 500 mil personas.
Pero ¿cómo llegó a suceder algo así? ¿Por qué esta comunidad decidió radicarse en un país tan lejano del resto del mundo?
¿Por qué Chile?
Para entender el fenómeno migratorio palestino a Chile, hay que retroceder a fines del siglo XIX.
La región de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerada sagrada para musulmanes, judíos y católicos, pertenecía por aquellos años al Imperio Otomano. Pero una fuerte inmigración judía, fomentada por las aspiraciones sionistas, comenzaba a generar resistencia entre las comunidades.
“La salida de palestinos, sirios y libaneses se da en medio de una situación de crisis económica, decadencia del Imperio Otomano y represión a los primeros movimientos nacionalistas árabes en la zona”, le explica a BBC Mundo Ricardo Marzuca, académico del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile.
América era visto por esta comunidad como un “mundo nuevo” lleno de oportunidades.
De esta manera, muchos jóvenes palestinos siguieron la ruta a Europa y por mar a Buenos Aires. Pero en vez de quedarse en la capital argentina, más rica y europeizada, algunos prefirieron cruzar los Andes y seguir hacia Chile.
Entre 1885 y 1940, los árabes sumaban entre 8.000 y 10.000 personas en Chile, según el libro “El mundo árabe y América Latina”, la mitad de ellos palestinos que en su mayoría provenían de solo tres localidades: Belén, Beit Jala y Beit Sahour.
Pero luego vino una segunda ola migratoria, aún más importante, tras la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde se produjo la desintegración del Imperio Otomano y la creación de Israel, el 14 de mayo de 1948.
Desde ese momento, debido al aumento de la tensión en el territorio, para los palestinos comenzó la Nakba, la llamada “destrucción” o “catástrofe”: el inicio de la tragedia nacional. Y fue entonces cuando, consideran, alrededor de 750.000 palestinos huyeron a otros países o fueron expulsados por tropas judías.
Al igual que otros países jóvenes, Chile necesitaba de inmigrantes para afianzar su economía y controlar el territorio. Y aunque la élite chilena apostó siempre por los europeos —a quienes desde principios del siglo XIX ofrecía tierras y derechos—, árabes y palestinos apostaron por esta nación sudamericana.
“Se produjo una suerte de efecto en cadena, donde determinados grupos llegaron a Chile y fueron trayendo a sus familiares”, explica Marzuca.
“Hay un conjunto de factores que impulsaron su asentamiento: el clima, pues hay ciertas similitudes entre el territorio palestino y el caso chileno; la libertad, algo que se echaba mucho de menos por la represión del imperio otomano y después la represión del mandato británico; y la prosperidad económica”, agrega el académico.
Industria textil
Los llegados de Medio Oriente optaron por el comercio y los textiles, una decisión que sería clave en la prosperidad que haría crecer la colonia.
Seguían su tradición, conocían “el regateo”, pero también atendían una demanda pendiente. Llegaban con artículos de paquetería al campo o a las ciudades chilenas donde había poco para comprar.
Así, los primeros exponentes de la familia Abumohor—quienes hoy representan uno de los grupos económicos más grandes de Chile, con negocios en el comercio, el sector financiero e incluso el fútbol— recorrían el país ofreciendo mercadería al por mayor.
En la ciudad de Talca, en los años 50, se inauguraba la empresa Casa Saieh, también de una familia de origen palestino. Sus herederos se convertirían más tarde en reconocidos empresarios: Álvaro Saieh, propietario y presidente del grupo empresarial CorpGroup, actualmente posee inversiones en el sector financiero, en el retail e incluso medios de comunicación como el periódico La Tercera.
Otros inmigrantes empezaron a fabricar algodón o sedas, reemplazando la factura artesanal local o las caras importaciones europeas. Apellidos de origen palestino como Hirmas, Said, Yarur y Sumar se convertirían en sinónimo de una poderosa industria textil.
“Inicialmente los palestinos se dedicaron a ser vendedores ambulantes, luego se insertaron en el pequeño comercio y después, en la década del 30, se produjo un importante aporte de estas familias al desarrollo textil”, afirma Marzuca.
Así, los textiles de origen palestino marcarían una época económica, política y social en Chile hasta fines de los 70.
Tras la rotunda apertura de la economía en los 80 y 90, y ante la intensa competencia china, la mayoría de las fortunas palestinas se expandieron hacia una variedad de negocios: financiero, inmobiliario, agrícola, viñatero, agrícola, alimentario y medios de comunicación.
“Turcofobia”
Pero no fue todo tan fácil.
A pesar de que historiadores y expertos afirman que la integración palestina en Chile ha sido “tremendamente exitosa”, también hubo momentos complejos.
Los provenientes del mundo árabe debieron soportar una actitud de rechazo de parte de los chilenos que se prolongó por largo tiempo y que hizo difícil su estadía, sobretodo durante los primeros años del flujo migratorio.
Se les denominó peyorativamente “turcos” lo que hirió a la colonia palestina pues no solo se les asignaba una nacionalidad que no correspondía sino que se les identificaba con sus opresores.
La fuerte estigmatización para con esta comunidad se debía en parte a que en las altas esferas sociales chilenas existía preferencia hacia los migrantes europeos a quienes, incluso, se les facilitó tierras para su colonización.
“En América Latina, así como en buena parte del mundo, primaba el paradigma orientalista civilizatorio y se produjo el fenómeno conocido como la turcofobia. Es decir, el rechazo a los inmigrantes árabes por la clasificación de raza que hicieron los europeos; que lo que venía de Europa era símbolo de civilización”, explica Marzuca.
“Hubo un rechazo de ciertas élites, de la alta sociedad chilena, donde los palestinos eran mal vistos. Se decía que no aportarían a la sociedad, que eran ambiciosos, licenciosos desde el punto de vista sexual”, agrega el académico.
Sin embargo, poco a poco los palestinos utilizaron un conjunto de instrumentos para abrirse paso en la sociedad chilena.
Además de su aporte al desarrollo económico, también crearon instituciones de distinto tipo, desde un equipo de fútbol—el Club Palestino— hasta sociedades de beneficiencia y organizaciones culturales.
También fueron exitosos en su asentamiento en distintas ciudades a lo largo de Chile, clave para formar lazos con varias comunidades chilenas.
Y en Santiago, conquistaron el famoso “barrio Patronato”, que hasta el día de hoy se siente como una pequeña palestina, con restaurantes que ofrecen hojas de parra rellena, carne asada o los populares dulces árabes, siempre al son de la música tan característica de esta diáspora.
“Hay un dicho que se repite mucho en Chile: que en cada provincia hay una plaza, una iglesia, un retén de policías y un paisano. ¡Estamos metidos en todos lados!”, dice a BBC Mundo Maurice Khamis, presidente de la Federación Palestina de Chile, quien llegó en el año 1952 a Chile junto a su familia desde Palestina.
“El hecho de que en Chile el 90% de los palestinos proviene de la provincia de Belén y somos cristianos, nos hace ser organizados y unidos. Estamos todos entrelazados”, agrega Khamis.
“La sangre tira”
Y así es como llegamos hasta este punto, donde en Chile algunas de las grandes fortunas llevan apellidos provenientes de pueblos cercanos a Jerusalén y se reiteran en el ámbito de la justicia, la política, la cultura y los negocios.
El impulso comercial se retrata en empresas como Parque Arauco, asociado a la familia Said, con centros comerciales en Chile, Perú y Colombia; o el Banco de Crédito e Inversiones, fundado en 1937 por Juan Yarur Lolas y todavía uno de los más grandes de la plaza.
La comunidad palestina también cuenta con importantes figuras políticas. Líderes de partido, senadores, diputados, alcaldes y concejales son palestinos. Sin ir más lejos, uno de los candidatos presidenciales mejor posicionados que hoy existen en este país pertenece a la comunidad: Daniel Jadue, del Partido Comunista.
“Nosotros estamos insertos en todas las áreas de la sociedad. Mis hijos, por ejemplo, están casados con chilenos, no con personas de origen palestino. Hay una integración total”, dice Maurice Khamis.
Aún así, según el académico Ricardo Marzuca, los palestinos “nunca se desconectaron de las sociedades de origen” lo que se explicaría en parte por la gravedad de los acontecimientos que han marcado a esta zona en las últimas décadas.
“Hubo una época en que el sentimiento palestino en Chile no era tan evidente. Pero eso cambió. Hoy se ha transparentado lo que pasa allá y se visibilizaron los problemas”, dice Khamis.
“Por mucho que estemos asimilados acá, la sangre no se hace agua. La sangre tira”, concluye.
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