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Neurociencia: ¿dónde radica la moral?

Científicos estudian la relación entre la actividad cerebral y la moral. Foto:DW.

Científicos estudian la relación entre la actividad cerebral y la moral. Foto:DW.

Una actividad cerebral divergente de la norma ya ha sido reconocida como atenuante en casos criminales.

Independientemente de la edad, el origen, la educación o la religión, los seres humanos sabemos en principio lo que es bueno y lo que es malo. Tenemos reparos morales en matar, robar o mentir.

Mucho sugiere que la distinción entre el bien y el mal no es solo cosa de la educación. Cierto es que las normas morales se basan en la tradición, la cultura y la religión. Pero las bases de la moral están ya en los genes, que marcan nuestra intuición y nuestros sentimientos arcaicos.

Para poder convivir pacíficamente, las comunidades establecen reglas. Quienes las violan, se marginan de la estructura social, y el comportamiento antisocial hasta puede llevar a la exclusión de un individuo de la comunidad.

Moral y evolución

Numerosos biólogos evolutivos creen que la moral surgió directamente con la evolución. Cuando los seres humanos comenzaron a cazar y recolectar alimentos juntos, hace unos 400.000 años, ya establecieron presuntamente normas morales comunitarias.

“La vida social implica vivir de acuerdo con reglas”, dice el biólogo evolutivo Jürgen Bereiter-Hahn, de la Universidad de Fráncfort. “Allí veo el origen de la moral; esta puede generar una ventaja evolutiva”, explica. Vivir en comunidad facilita la supervivencia.

Cartografía científica de la moral

También la investigación cerebral se ocupa del tema de la moral. Por ejemplo, se han hecho pruebas en que las personas deben resolver problemas morales, mientras se mide con resonancia magnética la actividad de las diferentes áreas del cerebro.

Un equipo de investigación de la Universidad de California, dirigido por Frederic Hopp, registró la actividad cerebral de 64 personas confrontadas con 120 diversas situaciones asociadas a una conducta moral o social. Por ejemplo, si es reprobable hacer trampa en una prueba o es algo banal, o si es socialmente adecuado tomar café con una cuchara.

El resultado es claro: No hay un área determinada del cerebro donde se asiente la moral. Más bien se activa una amplia red de diversas regiones cerebrales.

¿Factor atenuante?

Si la moral está en los genes o depende de nuestra actividad cerebral, ¿cómo juzgar a personas que atentan contra normas morales? En casos de criminales, personas especialmente agresivas y psicópatas, con frecuencia se observa que determinadas áreas del cerebro presentan menor actividad. Los psicópatas son “fríos”, calculadores, y no conocen el miedo ni la compasión.

Pero ¿qué implica un patrón de actividad cerebral anormal a la hora de establecer la culpabilidad de alguien? ¿Pueden los criminales aducir atenuantes sobre la base de su patrón específico de actividad cerebral? Parece curioso, pero ya hay algunos precedentes.

En 2009, en Italia se redujo en un año la condena de un asesino cuyo trastorno psiquiátrico ya había sido considerado como atenuante. Un análisis demostró que tenía un genotipo que influía negativamente en su fisiología cerebral, haciéndolo más proclive a un comportamiento agresivo.

En 2011, también en Italia, una asesina fue condenada a 20 años de cárcel y no a cadena perpetua, debido a una tomografía que demostró que tenía un volumen cerebral menor. Además, la mujer tenía un gen asociado a una tendencia al comportamiento agresivo.

En la mayoría de los países no hay todavía una base jurídica clara al respecto. Tampoco hay un modelo único de cerebros criminales. Cada cerebro es demasiado individual y difícilmente comparable.

Fuente: DW.

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