Deportes
Adrián Martínez y el gol que tardó 32 años en llegar
Foto: @Sudamericana.
Hay goles que son goles y goles que son guiones. El de Adrián Martínez, el segundo de Racing en la final de la Copa Sudamericana 2024, fue los dos. El punto culminante de una vida que podría haber sido cualquier cosa, menos la que terminó siendo.
Trabajaba como recolector de basura y albañil. No le sobraba nada, pero trabajaba con las manos y soñaba con los pies. Hasta que un accidente en moto lo dejó sin empleo. Y como si el destino quisiera probarlo una vez más, llegó el 2014. Ese año su hermano fue baleado y Adrián arrestado. Lo acusaron de quemar y robar la casa del agresor. No lo hizo. Pero igual pasó 6 meses tras las rejas, hasta que se probó su inocencia.
Cuando salió, no había un club ni un contrato esperándolo. Adrián tocó la puerta de uno de la Cuarta División (Defensores Unidos) y pidió una prueba. El DT le dijo que sí y Adrián corrió ese día como si se le fuera la vida, porque en parte se le iba. Quedó. De ahí en más fue haciéndose camino. Debutó en Primera División a los 26, defendiendo el escudo de Sol de América. De ahí pasó a Libertad y luego a Cerro Porteño.
Tras su paso por Paraguay, probó suerte en Brasil: vistió los colores de Coritiba FBC en el 2022. Hasta que en 2023 regresó a su país. La rompió toda en Instituto de Córdoba. Fue hace poquito, el año pasado. Y en este 2024 llegó a Racing, con 31 años.
Apenas firmó su contrato, recibió un apodo: “Maravilla”. Lo heredó por compartir el apellido del boxeador Sergio Martínez. Al principio no le gustaba. Creía que le “quedaba grande”. No quería generar falsas expectativas. Por más de que el propio boxeador argentino dijera que el sobrenombre estaba bien puesto.
Y razón no le faltaba. Ese apodo que al comienzo le incomodaba, ahora le calza perfecto. Pelea cada pelota y aguanta los golpes como si fuera un combate de boxeo.
Con 32 años, anotó el gol más importante de su carrera. Ese remate no fue sólo una jugada de fútbol; fue una declaración. Fue el chico injustamente encerrado, el obrero levantándose todos los días de madrugada, el hombre que nunca dejó de creer.
Y mientras la hinchada de Racing celebraba, mientras sus compañeros lo abrazaban y la Nueva Olla temblaba, Maravilla sonreía. Miró al cielo, agradeció, y volvió al centro del campo. Porque sabe que los milagros no llegan solos. Se buscan y se conquistan.
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