Cultura
“Arquitectura del paisaje en Asunción”. Del jardín de las memorias
Quinta Caballero, ca. 1900. Cortesía
Ayer, casi como regalo de Reyes, el arquitecto Carlos Zárate, docente de la FADA/UNA e investigador, presentó su primer libro Arquitectura del paisaje en Asunción. Estilos de una historia fragmentada, editado por el Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
El material contiene diez capítulos –nueve de los cuales son resultado de artículos publicados entre los años 2021 y 2022, bajo el título Arquitectura del paisaje en Asunción, en la sección Cultura del diario El Nacional–, además de un capítulo inédito. Como bien lo aclara el autor en la introducción, “no se trata de un libro de historia”. Si bien los capítulos están presentados diacrónicamente, como suele ocurrir en un libro de historia, no es esa su intención, sino más bien están organizados como ensayos que se decantan hacia una interpretación para comprender nuestra realidad sobre el tema de jardines y patios en espacios públicos y privados, planteado cada texto como teoría sobre su configuración y su devenir.
Carlos Zárate nos propone un tema poco abordado, pero de gran interés para percibir el transitar de nuestra sociedad como representación de lo que fuimos y lo que somos, apelando a una transfiguración metonímica y aprovechando una materia que él bien conoce, denominada “arquitectura del paisaje”. Desde su acertada investigación se cuestiona (y de paso nos interpela como sociedad) sobre lo que queremos o deberíamos querer para esos espacios de esparcimiento, cuestiones que no siempre tienen respuesta, sino más bien posibilitan abrir otros espacios de conversaciones y debates para construir nuestro futuro urbanístico.
Como todo buen investigador, Zárate escoge un método y un hilo conductor para concatenar el contenido de sus capítulos y lo hace a través del estilo, aclarando –como corresponde– sus limitaciones, sus ventajas y desventajas, lo cual ya nos da la pauta de la rigurosidad de su enfoque y, además, nos sirve de guía en la lectura del libro. Por cierto, el texto está formulado con un lenguaje claro y ameno, accesible y útil tanto para un neófito como para un estudioso; un material jugoso de 144 páginas, acompañado de imágenes fotográficas, diseños, planos y grabados que aportan a la memoria esos retazos que permiten al lector completar el trazado de una Asunción quebrada entre sus intenciones y realidades.
A pesar de que algunos sitios de los cuales habla el arquitecto Zárate aparecen sin aclaración de sus coordenadas geográficas para referenciarlos con la urbanización actual, de modo que extraños a la ciudad de Asunción puedan ubicarlos, las explicaciones y correlatos son didácticos y esclarecedores de los tiempos que atravesaron. Otro aspecto interesante y enriquecedor de este libro es el aporte bibliográfico reunido sobre la arquitectura del paisaje, tanto para quien desee consultar con el fin de ampliar su conocimiento o bien para dar impulso y respaldo a futuras investigaciones.
En el primer capítulo Jardines: una cuestión de estilo, Zárate –además de dejar sentada una definición de estilo que vertebra a todos los capítulos– nos introduce a la situación de los espacios públicos de nuestra capital desde sus inicios como ciudad y de ausencia de tratamiento en cuanto al diseño como tal, haciendo una breve síntesis de su paso entre el neoclasicismo y el romanticismo –que se solaparon entre los siglos XIX y XX–, con las interrupciones derivadas de nuestra situación política, para concretar un estilo propio ya en tiempos que nos posibilitarían irrumpir en un estilo moderno y avizorar un momento de arraigo en la posmodernidad a finales del pasado siglo.
En El paisaje en espera, su segundo capítulo, teoriza sobre la ausencia de diseño de espacios públicos en nuestra naciente independencia; nos habla también sobre las características que tendrían los patios de estilo colonial, de los cuales quedan algunos vestigios en viviendas particulares, y de un proyecto no ejecutado para la familia presidencial López Carrillo, que sería un incipiente intento de moldear paisajísticamente un área, de las que sobreviven algunas devenidas hoy día en espacios públicos como la Casa de la Independencia o el Museo Bogarín.
Llama la atención un interesante grabado de 1891 que nos ilustra un espacio público (la plaza Independencia) con un monumento, bancos, postes y zócalos que definen el perímetro para indicarnos la existencia de espacios públicos organizados como tales.
De hecho, un país como el nuestro, devastado por la guerra, recibió un contingente de inmigrantes para sobreponerse a la tragedia y reactivar la economía y, con ellos, el advenimiento de una nueva jerarquía social; indudablemente, el capítulo El jardín neoclasicista de la nueva burguesía se ocupa de este tema para ilustrarnos sobre los cambios sociales y, por ende, también arquitectónicos y de patios y jardines. Con un estilo marcadamente neoclasicista, tanto en la arquitectura como en el diseño de sus espacios de recreación al aire libre, según las fotografías que acompañan, vemos surgir una arquitectura del paisaje que, aunque poco y nada de ella quede actualmente, es reconocible como tal.
Muy interesante es, por parte del autor, identificar algunas de las especies botánicas que configuran estos espacios, lo cual es ya una preocupación que se convierte en una llamada de atención sobre la necesidad de tener en cuenta tanto lo edilicio como sus jardines para un correcto y completo proyecto de restauración.
El capítulo El Romanticismo como contrapunto nos ubica en la situación de quintas privadas y parques públicos en los cuales se ha optado por el romanticismo como estilo para dar testimonio de otra manera de encarar la arquitectura del paisaje de espacios públicos que reconocemos, a pesar de su triste condición actual en algunos casos o, en otros, aderezados de anécdotas, con lo que el autor consigue empatizar al lector con esos espacios que configuran nuestro idílico imaginario de ciudad.
En Higienismo y jardines de recreo clásicos, Zárate nos pone al tanto de la corriente de pensamiento higienista que atravesó la arquitectura de paisaje y llegó hasta nuestra capital de la mano del recordado intendente Miguel Ángel Alfaro, preocupado por cambiar el rostro de nuestro paisaje urbano y otorgarle una identidad y una calidad digna de una capital.
En el capítulo dedicado al estilo modernista, Sutiles y variadas licencias modernistas, encontramos una intención de anuencias de estilos que lograron la popularización de parques y jardines de recreo públicos y privados, dando pasos tímidos hacia lo moderno.
Una época negra ya se infiere desde el título de este capítulo: Estética de los “no- jardines”, donde nos habla el autor, con excelentes metáforas, de la literatura y de pensadores que dibujan realidades y teorías vestidas de imaginaciones, que no dejan por ello de recrear situaciones vividas por los asuncenos en esos tiempos. Describe e ilustra el estilo paisajista de lo público asumido que es el reflejo de esa época.
La modernidad truncada ofrece el espacio para dejar entrever la poca incidencia que tuvo la modernidad en términos de arquitectura del paisaje, acallada por una situación que no comprometiera los ideales que en ese momento marcaban, sino una imposición, una tendencia a no subvertir el orden establecido.
Como bien lo plantea el autor, en La resistencia posmoderna, lo posmoderno, más que un estilo es un concepto sometido a la polémica, pero que hábilmente lo utiliza para circunscribirlo a un tiempo histórico y dar con ello cabida a los cambios que en lo formal se diversifican, pero en cuanto a temática se organizan para plantear reivindicaciones sobre el espacio, la naturaleza, la problemática ambiental y otros temas que componen la ecología y la sostenibilidad. Los patios y jardines que se ajustan a este estilo son todos privados, según el recuento que realiza el arquitecto Zárate, dando un destacado espacio a la convergencia de la arquitectura y el arte que tanto bien hizo a nuestra actualización en materia paisajística y también arquitectónica, dando pie a libertades en otros ámbitos restringidas.
Con todo el cúmulo de información que nos aporta, el autor –en el último capítulo, Los escenarios de la historia son parte de nuestra historia– nos deja en claro la situación de abandono de nuestros espacios públicos, sin leyes, ni siquiera ordenanzas municipales, que los protejan.
Este libro, como se expresó más arriba, nos interpela y nos reclama como sociedad a tomar conciencia, reflexionar, debatir y tomar determinaciones sobre lo que queremos como futuro deseable para nuestro entorno urbanístico.
* Gloria Velilla es licenciada en artes visuales y magíster en restauración y conservación de bienes arquitectónicos y monumentales, artista visual y gestora cultural, miembro de la AICA.
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