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Cultura

Crónicas del olvido. “Desalma de los adioses”, de Susy Delgado

1

El alma se queda sin ella misma. Se “desalma”. Se dice adiós. Se hace adiós, se despide. El reflexivo cunde en la profundidad donde habita el espíritu. El alma deja de ser en el cuerpo. Siempre ha sido el propósito final de la existencia: decir adiós desde el alma ya purificada o limitada por lo vivido, despojada de la costra carnal, de la osamenta que el tiempo habrá de convertir en polvo.

Entonces es la muerte, uno de los temas ancestrales. O el tema que se funde con el silencio, que es el mismo desde el sopor viajero del ánima. 

¿Qué alma no deja de ser visible en el instante de la despedida, de los ojos cerrados o abiertos con la muerta en la pupila? ¿Qué muerte no se lleva el alma en un definitivo adiós? La espesa muerte, para los inmersos en la fe. La liviana muerte para quienes no la sienten presencia o ausencia. La muerte como texto, como persistencia, como tesitura, como voz en el papel, tensión para quien la lee y la descubre. 

Pero el título de Susy Delgado va más allá de lo previsible, de lo que se cree estar o ser. Se trata de un enigma, de una búsqueda permanente en la voz antigua de otra lengua. Y desde ella, desde lo más sagrado, la revelación. El adiós como parte de lo que no es. Lo que habrá de ser más allá del alma. Lo que será metafísica desde el silencio. 

2

Decir a toda boca con la autora:

“…Pero este es un recuento fragmentario/ anárquico disperso/ hijo legítimo/ de un tiempo que llegó/ sin señal ubicable en calendario alguno…”, y no dejar de mirar las agujas del reloj para confirmar que las horas también tienen alma, que son el alma de lo que transcurre. 

Susy Delgado (Paraguay, 1949) entrega Desalma de los adioses (Editorial Digital Eos Villa/ Rosario/ Argentina, octubre 2021) donde despliega en castellano su voz, ecoica en guaraní, y deja en el lector los sonidos ancestrales de aquella bella tierra suramericana donde dos idiomas conversan y se hacen tejido cultural.

Ella, desde su alma, desde la densidad de su adentro, dice: “Si el tiempo es solo/ una ilusión del ser humano…”, y desde ese mismo ámbito sonoro destaca el viaje permanente del alma, flujo que emerge de los cuerpos y asciende en una suerte de adiós sin permiso. 

Una estación emigra hacia los verbos, como soplo que la naturaleza destaca dudosa, peregrina:“El verano se ha ido/ llevándose/ lo que no fue/ lo que nunca jamás/ habrá de ser”. 

Pero siempre queda de ese adiós un paisaje que no se extravía, un trozo de recuerdo: “… la añoranza será/ sólo un precario/ vano ejercicio de escritura…”.

3

La noche, tema inevitable mientras el alma huye. La noche tan viva que muere en el fragor de la imaginación escrita: “En esta noche/ tan desnuda/ sorda y muda/ ¿a dónde se habrán ido/ los poemas?”.

La muerte, ese sido radical. La muerte, tenebra y luz. Ese túnel sin fin, de eternidad visible en la mirada de quien ya no está, de los que “volvieron” del pasado y “presentizaron” sus augurios, “tal como lo temía/ resucitados por el alboroto”.

Y volvieron vivos, muertos, en medio de una pandemia, en medio del “alboroto” de la muerte. El poema no se esconde de “las pequeñas muertes”.

La voz del hablante destaca: “Ya te llevaste lo más bello/ Señor de la insaciable barca”, y por eso “los que se van, los que se siguen yendo”, pero también, los que se quedan, los que se van quedando. 

Adioses sin alma.

Tres poemas 

La noche muerta                           

La noche invadió el patio
desnuda
sorda   muda
y pintó sin permiso
de noche desolada
hasta los jazmineros.
Ni siquiera una brisa despistada
roza la puerta
los números del día
se mueren sin ruido
en la pantalla
sin un ¡ay! de limosna.
Ha muerto un día
y llegó una noche
en que hasta los muertos murieron
y no hay nada capaz
de levantar y mover este muerto.

En esta noche
tan desnuda
sorda y muda
¿a dónde se habrán ido
los poemas?

 

Señor de la insaciable barca         

Ya te llevaste todo lo más bello
Señor de la insaciable barca…
En este tiempo extraño
te pasaste la raya
con el reclutamiento ciego.
Aquí no queda nada.
Ya es inútil que husmees los rincones
donde ya se murieron
los rostros
y los pasos
y los nombres
los ecos
los aromas
y las sombras
de las que un día fueron vidas…

Aquí ya no tenemos
pasajeros o carga apetecible
para tu barca vieja y desvencijada
ni recordamos cómo eran las monedas
que debíamos darte para el temido viaje.

Ya te llevaste todo lo más bello
tu barca está desvencijada y vieja
sus maderas están carcomidas
nauseabundas de muerte
como las aguas negras
de ese Aqueronte que de a poco¨
vive su propia muerte
lamiendo con su lengua fatigada
el fango despiadado que lo invade.

Señor que conducías
una barca insaciable
tu barca se ha saciado
empachado   enfermado de muerte.
Ya es tiempo
de que lleves tu barca
cargada con la ausencia
inmensa que dejaste
a esa isla remota
que debe estar    seguro
allí donde se mueren
el Aqueronte y las aguas antiguas
de las vidas que hemos soñado
y las muertes que hemos llorado…
Señor
remero de una barca vieja
que ya quiere morir
que tal como tu barca
estás viejo y cansado
con ojos legañosos
que ya no encienden llamas
y ya no entienden las señales
de olas y de vientos
con brazos que se enredan impotentes
en las hilachas de lo que fue tu capa
y las greñas oscuras de tu barba
que invaden barca  río  sueño
de un viaje que ya no puede realizarse…
Señor remero de la muerte
aquí se ha muerto hasta la muerte
aquí no queda nada.
Ya es tiempo de que lleves
tu triste barca vieja
y te vayas con ella
al retiro piadoso del olvido.  

 

Tatatina                           

El invierno parece arrebujarse
bajo los matorrales
ovillarse cansino
arropando su última tarde
con la hojarasca abigarrada
de un tiempo que ha pasado
largo   innombrable    imprevisible…

El viejo y dulce tatatina
que solía tener el paje
de rejuvenecerse risa pura
esparciendo el rocío de la vida
se ha venido asomando en los días
de un agosto que se fue agostando
poniéndose él también
triste    irreconocible
de un gris oscuro
Tatatina jepigua’ỹ
agostado
como si hubiera envejecido
ahora sí del todo
más triste y gris
que ese invierno largo
que pareciera
no querer marcharse…
Mba’éiko ojehu ndéve
Tatatina tuja
nemarangatuetévami?  

 

Nota de edición:
Tatatina: neblina primigenia que regresa todos los años y crea las condiciones para la primavera.
Jepigua’ỹ: inusual, extraño
Mba’éiko ojehu ndéve/ Tatatina tuja/ nemarangatuetévami?: ¿Qué te ha pasado/ viejo Tatatina/ que eras tan bondadoso?

 

* Alberto Hernández es poeta, narrador y periodista venezolano. Premio Juan Beroes 2000 por su obra literaria. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo.

 

 

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