Opinión
Diversidad cultural, riqueza intangible
El universo está impregnado de diversidad, las estrellas son diversas, los planetas son diversos, las plantas son diversas, los animales son diversos, las piedras son diversas, y los seres humanos, en nuestra propia evolución, estamos adornados de una gran diversidad, de componentes de origen étnico, sexo, lenguaje, creencias religiosas, pensamiento, ideas, y seguramente una serie de singularidades e identidades cuyo listado sería probablemente casi indescriptible en el tiempo y el espacio. Y hasta el arcoíris tiene siete colores. Hay diversidad en los seres humanos y hay diversidad en los grupos humanos. La diversidad es en realidad hermosa, y suele estar marcada por el lenguaje, en una formulación específica de visión del mundo.
A pesar de esta evidencia tan visible y contundente, observamos en este tiempo, en nuestro país, que la palabra diversidad se ha convertido en un vocablo de disenso, y hasta de limitaciones, tan temido se volvió el concepto de diversidad que hasta surgieron comunicaciones oficiales redefiniendo su significación. Cuesta, en realidad, entender esa mentalidad de rechazo a un pensamiento para comprender y aceptar nuestra diversidad en toda su dimensión, y he notado temor ante el manejo de un término de gran valor social, como es la interculturalidad, que se manifiesta con el intercambio de saberes de culturas diferentes sin que ninguna de ellas se considere superior a la otra.
La conciencia intercultural permite la comunicación y el diálogo hacia una acción intercultural contra la discriminación, sea dirigida hacia un grupo o contra una persona. Para algunos estudiosos, la discriminación es el efecto de la ausencia de aceptación de la diversidad personal o grupal. Esta es una de las razones por la que se adoptó en el año 2002, la Declaración Universal de la Unesco sobre la Diversidad Cultural, suscripta por Paraguay, la que afirma que “la diversidad se manifiesta en la originalidad y la pluralidad que caracteriza a los grupos y las sociedades que componen la humanidad”. Plural implica variedad respecto a la singularidad de cada grupo o persona y la libertad de ser.
Este instrumento de carácter universal, sugiere la necesidad del reconocimiento del pluralismo cultural, para la conversión hacia una sociedad constituida con un conjunto de identidades distintas, en lugar de la pretensión de sociedades homogéneas. Este pensamiento sería, en este marco, el modo más efectivo para la armonización de las relaciones entre las personas, la conciencia plural constituiría una actitud política que impide la discriminación, y facilitaría el intercambio de saberes y de comportamientos para contribuir al desarrollo del país.
Personalmente, estoy convencida de que, sin la toma de conciencia sobre el derecho a la diversidad, los esfuerzos para la reducción de la discriminación serán poco eficaces. Es casi imposible no discriminar si no se acepta la diversidad. El mundo nos muestra cada día el gran desafío, ya que mirando la geografía de nuestro planeta, sabemos que existen sociedades poderosas con prácticas racistas de apartheid y otras formas contemporáneas de esclavitud. Sabemos que en nuestro país, existe fuerte resistencia para aceptar la identidad cultural de los diez y nueve pueblos indígenas, la de los afrodescendientes y otros grupos humanos, lo que trae como consecuencia el permanente intento de cooptación, asimilación, o exclusión. Desde este abordaje, cualquier legislación que pretenda reducir la discriminación no debe excluir los aspectos culturales de los componentes de la población paraguaya, “para nadie quede atrás”.
En estos días tuve el gusto de ser invitada por la Academia Legislativa del Senado de la Nación para una conversación con el tema de los Estándares Internacionales sobre los Derechos Culturales, ocasión en que los participantes expresaron sus inquietudes respecto a la necesidad de destacar el valor de la cultura, la que según la Declaración de la UNESCO “puede ser considerada como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad”. Parece obvia la dificultad para una definición única y precisa, ya que su esencia radica justamente en la distinción, en la singularidad. No existe una cultura única y esta condición se halla estrechamente ligada a la diversidad.
El sueño del país homogéneo, que prevalece en el mundo, ha demostrado, después de sus fracasos, la necesidad de reconsiderar las políticas públicas existentes, transformándolas hacia acciones que promuevan las actitudes interculturales. Si miramos la historia en nuestro país, este intento no sería tan difícil, ya que el Paraguay ha sido justamente un país acogedor de una gran pluralidad de culturas de los migrantes, como la colectividad Menonita que llegó al Paraguay en 1929 con el privilegio de un sistema de “autogobierno”, la presencia de migrantes europeos, orientales y de personas y grupos del medio oriente, y de otros países del mundo. Estos grupos humanos han sido recibidos como ciudadanos fraternos a quienes se ha ofrecido incluso tierras en abundancia y las facilidades para su bienestar, con el sostenimiento de sus respectivas culturas, nunca se les prohibió la práctica cotidiana de sus idiomas, de creación de sus propios centros de enseñanza, ni de la práctica de sus creencias religiosas.
Paraguay es históricamente pluricultural. Sin embargo, existe reticencia para la buena práctica en el reconocimiento de la diversidad de los pueblos indígenas y los afrodescendientes y de otros grupos humanos que luchan por la oportunidad del derecho a su libre expresión y la aceptación de su cualidad identitaria. Creemos que no basta con prohibir la discriminación, es deseable la construcción de políticas públicas innovadoras, hacia una conciencia plural en su más amplia dimensión, ya que nuestra constitución de la república reafirma en su artículo 140 que “el Paraguay es un país pluricultural y bilingüe”. No lo olvidemos.
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