Cultura
San La Muerte, de Fernando Allen
Fernando Allen, de la serie "San La Muerte". Cortesía del artista
Fernando Allen se aproxima a algunos momentos y espacios que componen un ceremonial marcado por la cifra de los márgenes: se trata del culto a San La Muerte, en el núcleo compuesto por el pequeño santuario instalado en su honor en la periférica ciudad de Itá, distante unos 37 kilómetros de Asunción. Allen ha acudido con asiduidad a este santuario para explorar la extrañeza de un ritual tan obscuro como diverso.
Conocido apenas superficialmente, los imaginarios colectivos dominantes han tendido a vincular las prácticas asociadas a este culto, así como su iconografía, con sectores marginalizados de las poblaciones regionales. Resultante, posiblemente, del encuentro entre prácticas religiosas guaraníes con acciones misioneras disidentes durante el dominio jesuita de la región, este culto es execrado por la Iglesia Católica, de la que son tomados algunos elementos sacros para la configuración de su imaginería y ritualística; no obstante, hoy abierto a la encrucijada de otros paisajes fronterizos, el culto a San La Muerte experimenta nuevos procesos de sincretismo religioso.
Esta serie fotográfica se inserta en un programa de Fernando Allen relacionado con la investigación de festividades populares en Paraguay que, cabalmente, puede ser concebida como una etnografía visual y artística. Mediante esta, Allen torna sensibles coreografías comunitarias ignotas que persiguen ritualmente una restitución del tiempo, de la expectativa condensada bajo la forma de promesa; o que dramatizan un nosotros colectivo que renueva los perfiles identitarios de las sociedades implicadas en sus movimientos y sus formas. No obstante, al mismo tiempo, la aproximación fotográfica constituye un acto creador y recreador, mediante cuyo artificio la realidad aparente es inventada o transformada a partir de las operaciones técnicas del fotógrafo, de un sentido de oportunidad para la composición de instantes poéticos, a veces demasiado fugaces como para instituir dogmas icónicos por fuerza propia.
En esta serie, Allen combina diversos enfoques fotográficos. Estos ofrecen la sensación de una mirada inquisidora que irrumpe en el cerco ceremonial para asimilar información fragmentaria, sin un criterio narrativo estricto; pero luego, terminan elaborando una superposición iconográfica mediante el privilegio de unas figuras emergentes sobre un fondo de pequeñas figuras iluminado por el resplandor cálido de los focos eléctricos del santuario.
Las tomas subjetivas y semi-subjetivas en picado registran los dones ofrecidos a San La Muerte, también conocido como el “santito”: exvotos, pedidos varios, y diversos objetos presentados a manera de pago de promesas se presentan abigarrados y por momentos incongruentes –como la imagen de una torta decorada con eclécticos motivos mexicanos, sadomasoquistas y católicos junto al retrato post mortem de un angelito [1]–. La iconografía sacra es capturada, en ocasiones, con una perspectiva lineal ambigua que integra las geometrías del mobiliario y la iluminación artificial de los espacios con la irregularidad más barroca de los ornamentos; en estos, también se observa una tendencia a la promiscuidad simbólica, mediante la yuxtaposición de crucifijos, íconos fálicos y estatuillas de calaveras, además de una pintura que representa a Bara, un orixá proveniente de religiones afrobrasileñas y de las que el culto a San La Muerte ha recibido, en las últimas décadas, cierto influjo. Este movimiento se repite en el registro de la cartelería del santuario –preocupación que también es una constante en toda la fotografía de Allen–: los planos oblicuos del muro blanco destacan sobre la textura geométrica y rústica del piso, y destacan con tipografía de trazos robustos y curvilíneos –claramente una esquematización popular del gótico–, mientras en el margen izquierdo la figuración de una calavera con su respectiva guadaña distrae del punto de fuga: un pasadizo rojo, precedido por una escoba apoyada contra la pared, como contrapunto de la guadaña del margen opuesto [2].
Los encuadres llenos y oblicuos generan una tensión desorientadora y asfixiante, impresión enfatizada por la saturación en rojo que domina la atmósfera. No obstante, la serie obtiene de los retratos de dos personajes unos puntos fuertes que confieren cierta estabilidad a un derrotero más bien caprichoso: se trata del Pai Nicolás (conocido también como Nikola’i, según el diminutivo guaraní), y Mai Blanca, cuyos sustantivos que denotan función de oficiantes religiosos, así como su indumentaria ceremonial, remiten claramente a las religiones afrobrasileñas como el Umbanda y el Quimbanda, pero en cierta forma las exceden: al tiempo de constituir la marca específica de un tiempo, el animal print del barbijo y la blusa de Mai Blanca también expresan la irreverencia de unas formas autónomas que subvierten las restricciones dogmáticas y protocolares para hacer de su circunscripción un espacio de vocación soberanamente híbrida. En suma, estos retratos terminan estableciéndose en figuras de una nueva iconografía santera que se destaca sobre la más profusa santería sincrética del fondo del templo.
Por último, los primeros planos y planos detalles de unos rostros masculinos extáticos exhiben testas tatuadas con motivos esqueléticos: las fotografías no sólo documentan la práctica ritual de tatuarse como pago de promesa o como protección contra la mala muerte, sino que recuperan el sentido –acaso bíblico– de los marcados en la frente: los estigmas –ora de la protección, ora de la infamia– que son un eco más visible de los amuletos subcutáneos que invocan el cuidado de San La Muerte, “el abogado”. Como enfatizando que se pueden disuadir los aspectos más dramáticos del morir si se los abraza, si se imprime sobre la piel, o se incrusta bajo ella, su signo tétrico. Luego, podemos decir que la fotografía también es amuleto, una forma de tatuaje.
Notas
[1] Cadáver de infante.
[2] Un dato etnográfico no menor es que el día del cumpleaños de Pai Nicolás, gerente espiritual del santuario de San La Muerte, se celebra el 31 de octubre, Noche de Brujas, con exceso luctuoso y dramático.
Nota de edición: Esta serie de fotografías de Fernando Allen se exhibe actualmente en el Centro de Artes Visuales/Museo del Barro en el marco de la muestra San La Muerte, curada por Ticio Escobar. La exposición puede ser visitada en Grabadores del Cabichuí entre Cañada y Emeterio Miranda.
* Damián Cabrera es escritor, investigador, docente, gestor cultural y curador. Su trabajo se desarrolla en las áreas de lengua, literatura, fronteras, arte, política y cultura. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Capítulo Paraguay, y de los colectivos Ediciones de la Ura y Red de Conceptualismos del Sur.
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