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“Petrofobia” o “robadera”: diccionario para entender las elecciones colombianas
Este domingo 19 de junio, los colombianos elegirán nuevo presidente entre Gustavo Petro y Rodolfo Hérnández, Foto: Semana.com
Guía de una campaña electoral electrizante llena de vídeos, groserías e infiltraciones.
Colombia ha vivido una campaña electoral electrizante. Por el camino han sido derrotadas la derecha, el stablishment y el centro político moderado, los poderes que históricamente han gobernado el país. El final es un cara a cara entre Gustavo Petro, de izquierdas, y Rodolfo Hernández, un empresario de bienes raíces al que no resulta fácil definir. Llegan empatados en los sondeos. Los dos representan un cambio que genera incertidumbre en un país que se precia de ser una de las economías más estables de América Latina. Pase lo que pase el domingo, la nación entra en un nuevo tiempo político.
Rodolfoneta. Petro era favorito desde el inicio. Su rival parecía ser Fico Gutiérrez, el candidato de la derecha. En silencio, en vuelo bajo, empezó a crecer el movimiento de Rodolfo Hernández. Primero en su región, Santander, y después en el centro del país. Hombre rico de 77 años, malhablado y populista que dice combatir él solo la corrupción y la politiquería. Parece un personaje de cómic. Cuando en la recta final alcanzó a Fico en los sondeos animó a todo el mundo a subirse a su autobús, la Rodolfoneta. Está convencido de que solo él puede parar a Petro.
Petrofobia. Dícese del miedo exacerbado a Petro. La subida de Hernández tiene más que ver con frenar la llegada al poder del exguerrillero del M-19 que con su talento político. Cualquiera menos Petro, cualquier cosa menos un izquierdista de presidente. Para combatirlo, Petro ha centrado muchas de sus políticas y se ha rodeado de asesores moderados. Ha prometido que no cambiará la Constitución ni estará más de cuatro años en el cargo. Podría ser el primer presidente abiertamente de izquierdas de la historia de Colombia, pero el temor que despierta puede ser un freno. ¿Bin Laden o Petro? Algunos tardarían segundos en responder.
Robadera. Hernández tiene un mensaje muy simple que conecta con la gente. Lanza frases del tipo “hay que parar la robadera” que se vuelven virales. Se hizo alcalde de Bucaramanga acusando a todos los políticos de corruptos y ladrones. Dice que gobernará a tiempo partido entre Bogotá y una finca que tiene en Piedecuesta, su pueblo. Le obsesiona reducir el tamaño del Estado, aunque implique tomar medidas estrambóticas como cerrar embajadas. Petro se quejó ante sus asesores al principio de la campaña de que le habían quitado la bandera de la lucha contra la corrupción, una pelea que él siempre ha dado. El discurso se le cae a Hernández por un flanco: está imputado por beneficiar a su hijo con un contrato público de basuras. La fiscalía tiene pruebas suficientes en su contra. El juicio se celebrará después de la votación. Podría ser el primer presidente electo en sentarse en un banquillo.
Vídeos. Rodolfo Hernández se coló en la votación final siendo un semidesconocido. No asiste a debates y da pocas entrevistas. Su campaña ha sido virtual, a través de vídeos de TikTok que un puñado de veinteañeros difunde desde una oficina. Ahora que están los focos sobre él ha salido a relucir una catarata de grabaciones de su pasado, que no es poco si se tienen en cuenta sus 77 años. En ellas sale su lado menos edificante: discusiones, amenazas de muerte, orgullo por ser rico a costa de los pobres, declaraciones xenófobas y machistas. Se le ha visto subido a un yate en Miami con bailarinas al estilo Berlusconi. Elementos negativos para una parte de la población, muestras de sinceridad para otra harta de la corrección política. Aunque su popularidad bajó y sus estrategas decidieron limitar sus apariciones con el argumento de que a veces dice cosas de las que después se arrepiente. Desconoce el funcionamiento de las instituciones del Estado. El otro día confundió la ONU con la OEA. Petro enfilaba la recta final con una pequeña ventaja por todo esto, pero algunos medios difundieron vídeos editados de sus reuniones de campaña. Alguien las grabó durante once meses -Petro cree que la policía o los servicios secretos- y las pasó para inclinar la balanza en su contra en los últimos 10 días. En las imágenes se ve a sus estrategas planear cómo atacar a los rivales con lenguaje grueso o a la esposa de Petro hacer unos comentarios machistas sobre periodistas mujeres. Lo revelado no resulta delictivo ni escandaloso, si se mira con cinismo, pero ha proyectado sobre el equipo de Petro una sombra de sospecha.
Cambio. El Gobierno del actual presidente Iván Duque ha provocado un hartazgo en la ciudadanía, y esta tuvo claro desde el principio que el país debe tomar un nuevo rumbo. El modelo está agotado. La popularidad de Duque está por los suelos. El candidato que apoyó el partido Duque, Fico, se hundió. En esta segunda vuelta se enfrentan dos opciones que, cada una a su modo, representan una novedad. Petro, la izquierda que quiere subir el impuesto a los ricos y beneficiar con programas sociales a los pobres. Hernández, el outsider que viene a abofetear a los políticos depravados de siempre -como alcalde lo hizo literalmente con un concejal opositor-. Sobre el constructor, sin embargo, se ha alineado toda la derecha y las estructuras clientelares de siempre por el miedo a Petro. Para el intelectual Alejandro Gaviria, uno representa un cambio, el otro un salto al vacío. Lo que está claro es que al día siguiente de la votación empieza un nuevo ciclo político.
Centro. Los grandes perdedores de las elecciones. Existe un centro político integrado por candidatos capaces, formados y moderados que tenía esperanzas de representar algo nuevo en esta contienda. Se juntaron alrededor de una coalición en la que tenía que salir un líder, que fue Sergio Fajardo. Pronto se enemistaron entre ellos y vivieron una auténtica guerra interior. Llegaron desgastados y sin opciones a la primera vuelta. Ahora han vuelto a romperse: unos han optado por Petro y otros por Hernández.
Hijas. Sofía Petro, estudiante de Ciencias Políticas de 20 años que ha acompañado en campaña a su padre, dijo en una entrevista a EL PAÍS que una presidencia de Hernández podría provocar un estallido social peor que el del año pasado. La frase, malinterpretada, fue considerada por los oponentes de Petro como una amenaza. La joven sufrió un linchamiento en redes sociales y desde algunos medios de comunicación. Ella no dijo nada, pero su padre la defendió. La hija del otro candidato también ha estado presente en la discusión. Juliana Hernández lleva desaparecida desde 2004. Su padre dijo que fue secuestrada por el ELN y que la mataron al negarse él a pagar el rescate. Más tarde cambió de versión y se lo achacó las FARC. Recientemente contó que había sido asesinada de un tiro en la frente, pero nunca explicó de dónde sacaba esa versión. Gente cercana a la familia cuenta otros episodios confusos al respecto. Su historia es un misterio sin resolver.
Magnicidio. Un fantasma que ha sobrevolado toda la campaña. La lista de asesinatos políticos en el país es larga. Petro viste una camisa blindada y sus escoltas suelen rodearle encima de las tarimas. El miedo a morir de forma violenta se le aparece como un fogonazo cuando se encuentra entre multitudes. Mucha gente pensaba que si su candidatura fuera imparable iba a sufrir un atentado. El problema es que ese ejército que le protege transmitía la imagen de un candidato un tanto alejado de la gente. En estas dos últimas semanas ha dejado de dar mítines y visita casas de colombianos corrientes. Hernández ha asegurado que también quieren matarlo, aunque no a plomo “sino a cuchillo”. Lo dijo en Miami, donde planeaba quedarse hasta que se difuminara la amenaza. “Yo soy tan salado que no me muero y quedo en silla de ruedas”, añadió. Hay indicios de su longevidad proyectada: doña Cecilia, su madre, tiene 97 años.
Debates. Petro lleva 40 años en política y hasta sus enemigos le consideran hábil en la confrontación de ideas. Hernández no quería un cara a cara con él ni muerto. Menos sus asesores. Era algo que no iba a producirse. Sin embargo, un fallo judicial les obligó a debatir esta semana. Tenían 48 horas para ponerse de acuerdo en la logística. Petro trató de que se llevara a cabo por todos los medios, mientras que Hernández no tuvo ningún interés y dejó correr el tiempo a su favor con argucias legales. Ni él ni sus estrategas respondieron nunca al teléfono.
Establecimiento. Las élites ya no ponen presidentes. Los empresarios apoyaron con unanimidad a Fico, que invirtió una cantidad desmesurada en la campaña. Su cara llegó a todos los rincones del país. Se quedó en el camino. El próximo presidente será un candidato odiado entre los ricos, como es Petro, o un constructor millonario con conexiones en su región, pero desconocido en los ambientes más selectos de Bogotá. Los malos modales de Hernández levantarían más de una ceja en los clubes sociales de la capital. Las estructuras tradicionales del poder colombiano han sufrido una sacudida.
Fuente: El País.
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