Cultura
Julia Velilla Laconich, “Memorias de mi misión en Bolivia”
Este libro de memorias tiene gran valor. Describe una etapa relevante de las relaciones del Paraguay y Bolivia, desde la perspectiva de una actora clave de esa etapa en particular, y explica las motivaciones, las intenciones y las expectativas que dieron a su actuación diplomática un carácter propio y diferente.
Ofrenda floral con motivo del día nacional en la Plaza Murillo de La Paz. La embajadora Velilla (en el centro) con sus colaboradores. Cortesía
No es frecuente en el Paraguay que quienes representaron al país en el exterior publiquen sus memorias. Fuera de las de Gregorio Benites, Vicente Rivarola, Luis María Ramírez Boettner o Antonio Salum-Flecha, apenas se encuentran referencias tangenciales, no muy detalladas ni concretas, en algunos libros autobiográficos o, incluso, referidos a otros temas, como los de Arturo Bray, Juan José Soler, H. Sánchez Quell o Numa Alcides Mallorquín. Esta falta, que quizás se deba a la discreción exigida por la labor diplomática, no puede sino lamentarse, porque priva a los interesados en conocer el pasado y el presente de la política exterior paraguaya de una fuente invaluable para complementar las informaciones oficiales, las opiniones difundidas por la prensa y los documentos conservados en los archivos diplomáticos.
La embajadora Julia Velilla Laconich, afortunadamente, decidió apartarse de esa actitud de reserva y abstención, y consignar en este libro los recuerdos de la representación diplomática que ejerció en Bolivia entre 1993 y 1997. De tal manera, lega a la posteridad un testimonio directo sobre una etapa relevante de las relaciones bilaterales entre el Paraguay y Bolivia, de la que fue protagonista destacada.
En ese periodo, en efecto, se impulsaron ambiciosas iniciativas para la aproximación y entendimiento entre los dos países limítrofes que todavía estaban separados por la falta de comunicaciones directas y de vínculos comerciales y culturales firmes, y en los que aún pesaba el recuerdo de la guerra que sostuvieron más de medio siglo atrás.
En su condición de historiadora y estudiosa de los temas internacionales, la doctora Julia Velilla Laconich había trabajado en los años anteriores para concretar tal aproximación y fortalecer las relaciones paraguayo-bolivianas en todos los ámbitos. Baste recordar, por ejemplo, su tesis doctoral publicada en 1982 y titulada Paraguay: un destino geopolítico, en la que sostuvo que “el intento de la vinculación de guaraníes y charcas venía desde el fondo mismo de la historia”, y corroboró la viabilidad del postergado entendimiento entre paraguayos y bolivianos, que estaban “unidos por la geografía y separados por incomprensiones y desconocimientos que debían superarse”.
Además, fue determinante en la organización del “Encuentro paraguayo-boliviano para el diálogo, la paz, la cultura y el desarrollo”, que se realizó en Asunción en agosto de 1986, con la participación de destacados intelectuales de Bolivia y el Paraguay. La doctora Velilla, como directora del Instituto Paraguayo de Estudios Geopolíticos e Internacionales, inauguró ese encuentro de 1986 con las siguientes palabras: “Paraguay y Bolivia estamos unidos por la geografía y la naturaleza; y, en ambos países, tenemos el deber de conocernos y la obligación de comprendernos para aspirar juntos a un destino mejor. Solo juntos podremos emerger de la pobreza; solo juntos podremos equilibrar las asimetrías que existen con los poderosos de la Cuenca [del Plata], aumentando nuestra capacidad de negociación. Juntos, dejaremos de ser área de antagonismos, para ser área de convergencia y de encuentro, de paz y de seguridad americana”.
Unos años después, a Julia Velilla le cabría la oportunidad de poner ella misma en práctica esos propósitos. El presidente Andrés Rodríguez le ofreció, en las postrimerías de su gobierno, la titularidad de la embajada del Paraguay en La Paz. Para reemplazar al general retirado que había sido uno de los principales responsables de la implacable represión política de la dictadura de Alfredo Stroessner, y que había permanecido como embajador en Bolivia por más de una década, el gobierno de transición a la democracia elegía a una académica conocida y reconocida por su prédica en favor del afianzamiento de las relaciones con aquel país vecino. Además, sería la primera mujer en desempeñarse como embajadora del Paraguay y no pertenecía al partido de gobierno. El mensaje era claro: se buscaba sustituir una política de reservas y recelos por otra constructiva y de franca cordialidad. Una decisión innovadora que la doctora Velilla atribuye en estas memorias, principalmente, al ministro de Relaciones Exteriores Alexis Frutos Vaesken y al entonces diputado José Félix Fernández Estigarribia.
Lo innovador de la propuesta puede apreciarse en el relato de la entrevista en que el general Rodríguez formalizó el ofrecimiento de la embajada a la doctora Velilla. El jefe de Estado, influenciado por la antigua política, solo le pidió que en sus intervenciones y conferencias evitara referirse a la guerra que Bolivia y el Paraguay sostuvieron entre 1932 y 1935; y ella le replicó que, por el contrario, se proponía hablar especialmente sobre aquella conflagración. Registra la doctora Velilla el espanto del canciller Frutos Vaesken por su tajante negativa ante lo único que le pedía el presidente de la República, en una actitud que la muestra de cuerpo entero y que marcó, desde el inicio, la gran autonomía y autoridad con que desarrolló la misión que se le confiaba.
Julia Velilla Laconich conocía el tema del Guerra del Chaco a profundidad. Hija de un excombatiente, sobrina de otros tantos, incluso del universitario mártir Herman Velilla, en su mesa familiar se sentaban con frecuencia, en los almuerzos dominicales, el coronel Rafael Franco, célebre comandante de la Primera División de Infantería y del Segundo Cuerpo de Ejército durante el conflicto bélico, y también el político boliviano Gustavo Chacón, residente en el Paraguay y avezado conocedor y protagonista de la historia reciente de su país. En esa mesa, y en las tertulias que precedían o seguían a los almuerzos, el tema del Chaco era recurrente, y se enriquecía con la visión e información de ambos exbeligerantes. En esas conversaciones, seguramente, se forjó la convicción de la joven estudiante y futura historiadora sobre la necesidad de promover una mayor aproximación y conocimiento entre los dos países.
La nueva embajadora fue designada el 5 de agosto de 1993, diez días antes del traspaso del mando presidencial al ingeniero Juan Carlos Wasmosy; y viajó con el presidente electo para participar de la ceremonia en que Gonzalo Sánchez de Lozada asumió el gobierno de Bolivia el 6 de agosto de 1993. Wasmosy sería el primer presidente civil tras dos presidentes militares que gobernaron sucesivamente el Paraguay durante casi cuatro décadas. Al igual que Julia Velilla, había nacido después de la terminación de la Guerra del Chaco y observaba aquel conflicto como un hecho que formaba parte de la historia. Además, no solo conocía Bolivia por el recuerdo de la confrontación con el Paraguay, ya que había llevado adelante emprendimientos pecuarios en Santa Cruz de la Sierra y cultivaba relaciones con ganaderos y empresarios de ese pujante departamento boliviano. Sus coincidencias con Sánchez de Lozada, que comenzó a gobernar apenas nueve días antes que él, eran completas y esto contribuyó a dinamizar las gestiones de la nueva embajadora, que gozó de la absoluta confianza del presidente Wasmosy y de la simpatía y el respeto del presidente boliviano.
El jefe de Estado paraguayo visitó en múltiples ocasiones Bolivia: Santa Cruz, La Paz, e incluso Puerto Suárez, Puerto Busch y Puerto Aguirre, donde, con Sánchez de Lozada y el presidente del Perú, Alberto Fujimori, acordó propiciar la vinculación física y las comunicaciones entre los tres países, desde la Hidrovía Paraguay-Paraná hasta los puertos peruanos de Ilo y Matarani, y por la Ruta Transchaco. Con Bolivia, también se abordaron en aquellos tiempos grandes proyectos que la embajadora Velilla recuerda en sus memorias, como la provisión de gas natural boliviano al Paraguay, la utilización de la Hidrovía Paraguay-Paraná, el aprovechamiento equitativo de la cuenca del río Pilcomayo, la asociación de Bolivia al Mercosur, la interconexión vial y la formación de una ciudad binacional en el punto de empalme de las carreteras de ambos países a la altura de Sargento Rodríguez e Hito Villazón. Secundaban al presidente paraguayo experimentados y competentes ministros como Luis María Ramírez Boettner en Relaciones Exteriores, Ubaldo Scavone en Industria y Comercio y Carlos Facetti en el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones; además, desde luego, de la embajadora en Bolivia.
En realidad, la embajadora Julia Velilla no era solo una excelente colaboradora para concretar la voluntad presidencial y dar cima a los proyectos en negociación, sino que ella misma los estimulaba y enriquecía con un estilo de gestión que combinaba cortesía, firmeza y tenacidad. De ser necesario, cuestionaba las más terminantes negativas de los burócratas bolivianos, y, por lo general, conseguía vencerlas. Puedo dar testimonio de ello.
Por todo esto, las relaciones entre el Paraguay y Bolivia adquirieron en esos años un extraordinario nivel de entendimiento y dinamismo. Contribuyó a ese auspicioso resultado, además, la mayor cooperación en la lucha contra la delincuencia transnacional, como el narcotráfico y el tráfico ilícito de automóviles, así como el mayor intercambio y cooperación entre los mandos militares de ambos países.
Sin duda, un momento definitorio de esta nueva etapa fue la devolución de los trofeos de la Guerra del Chaco. No se trató de una decisión antojadiza del presidente Juan Carlos Wasmosy, como algunos ahora pretenden cuestionar, sino del cumplimiento de una ley dictada por el Congreso paraguayo a iniciativa del senador colorado Carlos Zayas Vallejos. Pero el presidente Wasmosy y la embajadora Velilla aprovecharon la ejecución de lo dispuesto para dar a la devolución de aquellas reliquias las dimensiones de un acto de auténtica reconciliación.
Fui testigo de ese momento excepcional, profundamente emotivo, en el que los presidentes, sus ministros, senadores y diputados, el alto mando militar y un nutrido grupo de excombatientes del Chaco formaron frente a frente teniendo a sus espaldas los respectivos trofeos de guerra que iban a ser devueltos por los dos países, y, tras el toque de clarín, avanzaron para confundirse en saludos y abrazos que ratificaban sentimientos sinceros de fraternidad y concordia. La embajadora Velilla preparó ese evento recorriendo los diversos periódicos y radios de La Paz para poner de manifiesto la importancia histórica del gesto paraguayo, y la prensa boliviana correspondió esas gestiones dando al acto el realce que merecía.
He señalado antes haber sido testigo de los acontecimientos que se recuerdan en el libro que me honro en prologar. Esto fue así, porque la embajadora Julia Velilla Laconich me invitó a ocupar el cargo de secretario en la embajada que se le había confiado. Se abrió así para mí una oportunidad que marcó el resto de mi vida. Me contagié de la convicción y de la mística de mi jefa de misión y comprendí lo imprescindible que resultaba que paraguayos y bolivianos nos conociéramos mejor y nos vinculáramos más. Tal comprensión se afianzó con el paso de los años por el estudio de nuestras relaciones diplomáticas, al que he dedicado largas investigaciones y algunos libros.
Solo incluyo estas referencias personales para indicar que me cupo observar de cerca aquellos tiempos intensos en que parecía que, finalmente, Bolivia y el Paraguay marchaban hacia una integración efectiva y permanente; y puedo certificar que la labor desplegada por la embajadora Julia Velilla fue notable y proficua en resultados.
La representante paraguaya brillaba, con distinción e inteligencia, en los círculos oficiales, y también en los círculos académicos, entre los beneméritos de la Guerra del Chaco y en la sociedad en general. Se convirtió en una figura pública, que aparecía con frecuencia en la prensa local, que era objeto de artículos y presentaciones laudatorias por parte de destacadas personalidades del país, que dictaba conferencias para los más diversos auditorios y que gozaba de la consideración y el respeto de sus colegas del cuerpo diplomático acreditado en Bolivia. Lo que ella cuenta al respecto en estas memorias no es pueril vanidad, sino un registro absolutamente fidedigno de la experiencia singular que le tocó vivir en tierras bolivianas.
Su prestigio la precedía. Era, ante todo, una estudiosa paraguaya que continuaba desde el cargo representativo con que llegó a Bolivia lo que había hecho y defendido desde antes. La conocían políticos, diplomáticos, profesores universitarios, periodistas, y todos sabían que lo que decía no era solo reflejo del ejercicio de una función coyuntural o la intención de un gobierno pasajero. A ese prestigio previo, reafirmado mediante conferencias y reportajes, se sumó el respeto que conquistó por su afán de recorrer Bolivia y comprender su realidad social, sus manifestaciones culturales y su diversidad.
Por consiguiente, este libro de memorias tiene gran valor. Describe una etapa relevante de las relaciones del Paraguay y Bolivia, desde la perspectiva de una actora clave de esa etapa en particular, y explica las motivaciones, las intenciones y las expectativas que dieron a su actuación diplomática un carácter propio y diferente.
Como precisa la embajadora Velilla, los grandes sueños no se concretaron del todo. Con el tesón que la caracteriza, ella asegura que deberán cumplirse tarde o temprano. De todos modos, mucho adelantó la vinculación bilateral desde entonces. Se incrementaron el comercio, las inversiones productivas, el tráfico fluvial y carretero; y concluyó la delimitación de las fronteras. Se presentaron altibajos, pero el Paraguay y Bolivia recorren el siglo veintiuno con preocupaciones distintas de las de antaño.
La actuación cumplida por la embajadora Julia Velilla Laconich y su firme convicción en el inexorable entendimiento paraguayo-boliviano, que quedan registradas en las memorias que ahora se publican, constituirán un estímulo y una guía para orientar la política del Paraguay hacia Bolivia, y brindarán a los historiadores e internacionalistas elementos de juicio útiles para comprender, en parte al menos, las expectativas y los obstáculos que jalonaron unas relaciones vecinales singularmente complejas.
Nota de edición: El presente texto es el prólogo de Julia Velilla Laconich, Memorias de mi misión en Bolivia, Saúl Zaputovich editor, Asunción, 2024, 216 páginas.
* Ricardo Scavone Yegros (Asunción, 1968) es abogado e historiador, miembro de número de la Academia Paraguaya de la Historia y miembro correspondiente de las Academias de Historia de Argentina, Bolivia, Colombia, España, República Dominicana y del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil. Publicó diversas monografías, resultado de sus investigaciones en archivos de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Es director de la Academia Diplomática y Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores.
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