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Política

Boquerón en la mirada de un combatiente

La batalla de Boquerón tiene muchos significados para el Paraguay, su peso en el tiempo es tal que hasta la fecha el calendario oficial la respeta.

El entonces teniente coronel José Félix Estigarribia, como concepción estratégica, quería combatir y vencer a los bolivianos en el corazón del Chaco, lejos del río Paraguay. Por eso resolvió agrupar todas sus tropas en Isla Po’i, con la confianza de que el enemigo atacaría ese punto desde Boquerón, antiguo fortín paraguayo en manos bolivianas.

Sin embargo, cuando acumuló fuerzas suficientes, Estigarribia tomó la iniciativa. Desde el 9 de setiembre de 1932, en un amplio frente de ataque, los paraguayos comenzaron el asedio del fortín. Fueron semanas de duros enfrentamientos, con pérdidas importantes entre los sitiadores, y donde apareció el otro gran enemigo, la sed.

El 17 de setiembre, Boquerón quedó completamente rodeado por los paraguayos, a partir de ahí los bolivianos solo tendría dos opciones: rendirse o morir peleando. El 29 de setiembre, con la orden de ataque general dada por Estigarribia, brotaron banderas blancas en todo el perímetro. Los bolivianos se rindieron; los paraguayos, para honrar a aquellos valerosos enemigos, les ofrendaron el saludo militar.

Emociones

Raimundo Rolón Villasanti

Con unos minutos de tiempo y un buen libro o artículo todos podemos enterarnos sobre los detalles del gran combate. Sin embargo, pocos conocen las emociones de un soldado antes de entrar a la lucha. Nosotros conoceremos el frente con uno de los héroes de Boquerón, el entonces teniente Raimundo Rolón, quien lustros después sería, por breve tiempo, presidente de la república.

Asunción era fervor popular, miles de reservistas llegaban sin demora a la capital por todos los medios posibles – especialmente el tren-, que desde los lugares más remotos trasladaba a los campesinos que cambiaron por tres años la azada por el fusil.

El trayecto era el mismo: primero, el Stadium de Puerto Sajonia (hoy estadio de los Defensores del Chaco), donde eran inspeccionados, saneados y recibían las primeras instrucciones militares; después, el camino al Puerto de Asunción, perfectamente uniformados con el verde olivo, acompañados de novias, madres e incluso hijos; por último, el embarque en el “Paraguay” o el “Humaitá”, los cañoneros defensores del río Paraguay, donde los soldados recibían una bolsa de víveres, un fusil y 50 proyectiles. Era todo. Comenzaba el largo trayecto a la zona de operaciones, que podía durar de 18 a 72 horas.

Puerto Casado era el punto de entrada para el Chaco. Nuevamente el tren se encargaba de llevar a los hombres hasta el kilómetro 145, a 15 kilómetros del Cuartel General paraguayo en Isla Po’i. Esta distancia se recorría a pie, en carretas o camiones. Las crónicas se repiten, hablan de buen ánimo, alegría y predisposición para cumplir con el deber. En el Chaco las sensaciones se mezclaban, por un lado la convicción de defender a la patria, y por el otro, la incertidumbre sobre el mañana.

La Villa Militar también era entusiasmo. Cientos de soldados, bajo la dirección de sus oficiales, realizaban ejercicios militares. A pesar del sol chaqueño, que en setiembre comienza a caer como fuego, los combatientes se movían con agilidad, ganando el piso caliente, marchando agazapados, atacando con la bayoneta, saltando en zigzag. El cuerpo estaba listo.

El camino a Boquerón se hacía en medio de bromas, no había por qué perder el humor. En el trayecto se veían las trincheras, las alambradas de púas, y las ametralladoras apostadas en el sistema defensivo paraguayo.

Senda indígena

Una banderita paraguaya clavada en el suelo era la señal que detenía el camión. Ahí empezaba una senda indígena, muy angosta, que terminaba en el cuartel de Estigarribia, que realmente era un gran toldo —con un aparato telefónico y una amplia mesa— que protegía al comandante del sol y la lluvia.

El campamento estaba instalado en un pequeño monte, cruzado por varias picadas que llevaban a decenas de carpas, situadas a una distancia de 30 a 40 metros unas de otras. Desde ahí los disparos de cañón estremecían la tierra.

Entrar en combate era otra sensación. Aunque el paraguayo en general se mostraba confiado y adusto, nadie puede escapar al miedo a la muerte o a la mutilación. La lucha alrededor de Boquerón fue, tal vez, la más difícil de la contienda.

En esta batalla, los soldados paraguayos aprendieron a transitar en la selva y en los cañadones, aprendieron a desplegarse, a aproximarse al objetivo, aprendieron a tomar contacto y atacar al enemigo. Boquerón fue la escuela que llevó a Paraguay a reconquistar más de 150.000 kilómetros de su Chaco.

Es difícil hoy comprender las vivencias de un soldado que, dejando su familia y terruño, fue a pelear por un territorio que no conocía pero que sabía que significaba algo para su patria.

Tampoco vamos a comprender los conceptos que ellos tenían de nación. Pero algo aprendí al leerlos, en memorias y cartas, incluso al mismo Rolón: el paraguayo moriría, si ese era su destino, pero no se dejaría vencer jamás. No es discurso patriotero, es lo que ellos relataron. Yo les creo.

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