Opinión
“Tú eres mi hijo amado”

15Como la gente estaba expectante y discernían todos en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16declaró Juan diciendo a todos: Por un lado, “yo os bautizo con agua; pero, por el otro, viene el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” …21Toda la gente se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, cuando se abrió el cielo, 22bajó sobre él el Espíritu Santo corporalmente visible, como una paloma, y llegó una voz del cielo: “Tú eres mi hijo amado; en ti me deleité”.
[Evangelio según san Lucas (Lc 3,15-16.21-22) —Fiesta del Bautismo del Señor: Tiempo de Navidad—]
El texto evangélico que la liturgia de la palabra nos indica para este domingo —“fiesta del Bautismo del Señor”— consta de dos partes: Por un lado, el discurso de Juan el Bautista que distingue, nítidamente, el bautismo que él realiza del bautismo que realizará Jesús; por el otro, san Lucas narra el momento en que toda la gente se bautizaba y también Jesús entre ella, el cual, una vez sometido al rito del Bautista se dispone a orar, acto que precede a la intervención del Espíritu Santo y a la “voz que llegó del cielo”.
El contexto está definido por la “predicación de Juan el Bautista” (Lc 3,1-18) en el marco de la “preparación del ministerio de Jesús” (Lc 3,1—4,13). Juan predicaba en el desierto “proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados (Lc 3,3). Su voz profética resonaba con fuerza en toda la región del Jordán de tal manera que, ante sus denuncias, la gente le preguntaba “qué hacer” (Lc 3,3.7.10-14). El perfil de Juan y sus potentes manifestaciones propiciaron que la muchedumbre estuviera “expectante”. La expresión verbal prosdokōntos, por su forma activa y participial, indica que el pueblo “vivía en suspenso” por la identidad del Bautista. De hecho, todos discernían “en sus corazones”, es decir, reflexionaban en conciencia, si el hijo de Zacarías e Isabel no sería el “ungido” de Dios o “Cristo” (Lc 3,15). De esta manera, se suscitaba, en medio de la gente, absorta por la predicación, la perspectiva mesiánica.
Ante la expectativa surgida, Juan “respondió” —a la inquietud— mediante una “declaración” (legōn). Su manifestación testimonial comienza distinguiendo el bautismo que él realiza del bautismo del cual el Mesías será portador. Hablando de sí mismo, en primer lugar, dice: “Yo os bautizo con agua” (Lc 3,16b). El verbo baptizō —de ahí: “Bautizar”— quiere decir “bañar” o “mojar”. Al estar en tiempo presente, da cuenta de una actividad realizada de forma contemporánea a su discurso. Juan estaba bautizando cuando, al percatarse de la expectación de la gente, se puso a explicarle y aclararle de qué tipo de bautismo se trataba. De hecho, el ritual del “baño” no se origina con el Bautista. Los monjes de Qunrán ya lo efectuaban, pero, a diferencia de Juan, en el monasterio cercano al Mar Muerto, los miembros de la congregación practicaban la autoablución o autobautismo con el fin de purificarse a sí mismos y lo hacían repetidas veces. El bautismo conferido por el profeta Juan, según parece, era preparatorio, con vistas a la “conversión de los pecados” (Lc 3,3) y se hacía una sola vez.
Por otro lado, Juan presenta a Jesús indicando de él dos aspectos: En primer lugar, comparándolo consigo mismo, afirma “que es más fuerte que yo” (ischyróterós). Este adjetivo comparativo debe ser considerado en su dimensión teológica en el sentido de una “potencia” o “fortaleza” propias del ámbito divino (cf. H. Paulsen). De esta manera, Juan señala que Jesús es portador del “poder” de Dios, una soberanía muy superior a la suya. En segundo lugar, en relación con la categoría cualitativamente superior de Jesús afirma que “ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias” (Lc 3,16c), es decir, tan superior es la majestad del Mesías que su precursor está desprovisto de todo merecimiento para realizar, respecto a él, el más humilde de los servicios. Después de subrayar la absoluta superioridad del Cristo, Juan afirma taxativamente: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16d). El verbo baptísei (en futuro) describe la acción que realizará Jesús en un tiempo subsiguiente al bautismo de Juan. También es un “baño” pero no se dice “con agua” sino “con Espíritu Santo y fuego”.
La acción del Espíritu Santo se describe ya desde el inicio del Evangelio siempre en relación con Jesús. Es mencionado, por boca del ángel Gabriel, en la “anunciación” a María sobre quien “vendrá…y le cubrirá con su sombra” (Lc 1,35) para generar en su seno al que llamarán “Hijo del Altísimo” (Lc 1,32). En este texto, el Espíritu Santo aparece en paralelismo con el “poder del Altísimo” que actuará sobre María para la concepción virginal. También Isabel, esposa de Zacarías y madre de Juan el Bautista, quedó llena del Espíritu Santo y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,41-42) en relación con el niño que María llevaba en su vientre. El Espíritu Santo revela a Simeón, un hombre justo y piadoso, que el niño presentado en el Templo por José y María es el Cristo de Dios suscitando en él un “cántico” y una “profecía” (Lc 2,25-27). Este mismo Espíritu Santo —del que Jesús está lleno— lo conduce al desierto antes del inicio de su misión (Lc 4,1). Citando al profeta Isaías (61,1-2), en la sinagoga de Nazaret, en el comienzo de su predicación, Jesús afirma: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva…” (Lc 4,18). El Espíritu Santo acompañará a Jesús a lo largo de su ministerio. Por eso, en correspondencia con la presencia permanente del Espíritu es totalmente pertinente que el bautismo que Jesús traerá tenga el sello de ese poder superior que viene de lo Alto.
Juan Bautista dice también que el bautismo de Jesús será “con fuego” (pўr). El “fuego”, uno de los elementos fundamentales del universo, en las Sagradas Escrituras tiene un significado polivalente. Ante todo, Dios mismo es “fuego devorador” (Hb 12,29 que cita Dt 4,24) y se relaciona con elementos de la teofanía (relámpagos, voces, truenos). Es símbolo de la presencia salvífica de Dios. En Ex 3,1-2 (cf. Hch 7,30), un ángel se aparece a Moisés en la llama de fuego de una zarza. En Pentecostés, se concede el Espíritu que desciende sobre las personas reunidas y se va posando sobre cada una de ellas en forma de lenguas de fuego. Sin embargo, el “fuego” es también un instrumento preferido del juicio escatológico. En el tercer Evangelio, Jesús dice: “Fuego he venido a arrojar a la tierra, ¡y cómo quiero que arda ya!” (Lc 12,49). Posiblemente, aquí signifique el “fuego de la discordia”. El “fuego del infierno” es también instrumento del poder divino. Se habla del “fuego inextinguible” de la géenna (Mc 9,47-48) o “fuego eterno” (Mt 18,8). Con frecuencia, el “juicio de fuego” es el concepto opuesto al de entrar en la vida (Mc 9,43; Mt 18,8s) o en el Reino de Dios (Mc 9,47). El “lago de fuego” del Apocalipsis representa, en este sentido, una imagen del juicio final (Ap 20,14-15). En nuestro texto, “fuego” aparece en yuxtaposición del bautismo en el Espíritu con el sentido de “purificación” y “renovación” escatológicas. Con todo, ese mismo “fuego” que “depura” y transforma es “destrucción” —en el “juicio”— para los que no se conviertan. Así como se quema la hierba inservible, del mismo modo, al final de los tiempos, los ángeles enviados por el Hijo del hombre reunirán a los obradores de la injusticia y los arrojarán al horno de fuego (cf. Mt 13,40.42) (cf. H. Lichtenberger).
El texto presentado por el ordo pasa del versículo 16 al 21, saltando 4 versículos, de tal manera a centrarse exclusivamente en el tema del “bautismo” y, de modo particular en el “bautismo del Señor” cuya fiesta se celebra en la fecha. En efecto, san Lucas señala, como “ambientación”, que “toda la gente se estaba bautizando” (Lc 3,21a), es decir, todas las personas que buscaban la renovación personal de cara al anuncio del Bautista.
Respecto a Jesús, el evangelista observa que “ya (estaba) bautizado”, El verbo baptisthéntos (en pasivo aoristo) indica que Jesús ya había recibido la acción del bautismo. Evidentemente, aunque no se diga explícitamente, se sometió al ritual de Juan Bautista (cf. Mt 3,13-17). San Lucas señala que Jesús “se hallaba en oración” en el momento en que “se abrió el cielo” (Lc 3,21b). Este dato resulta relevante porque permite inferir que —de algún modo— el ámbito propio de Dios estaba cerrado y se abre ahora mediante la comunicación de Jesús con su Padre y acción subsiguiente del Espíritu que desciende sobre él (Lc 3,21c). Un dato no menor es la observación de san Lucas que informa sobre el modo de la presencia del Espíritu: En primer lugar, indica que ese descenso es perceptible porque adquiere “forma corporal” (sōmatikōi) y, en segundo lugar, establece una similitud con “una paloma” (Lc 3,22a). La imagen del ave o de la paloma nos remite a las primeras líneas de la redacción del Génesis en el instante creacional cuando el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas primordiales con el fin de impulsar la “producción” de los seres que colmarían el escenario humano (Gn 1,2). En este sentido, el bautismo de Jesús puede representar como una “nueva creación”. La figura de la “paloma”, en el Cantar de los Cantares es símbolo del íntimo amor de Dios, un amor creativo y de estrecha comunión (cf. Cant 1,15; 2,14). En definitiva, el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús “en forma corporal”, en el bautismo, quiere expresar para san Lucas una presencia material y sensible (cf. J. A. Fitzmyer).
En el contexto del bautismo y de la oración de Jesús, el tercer evangelista enuncia que “llegó una voz del cielo: “Tú eres mi hijo amado; en ti me deleité” (Lc 3,22b). Algunos manuscritos prefieren la citación del Sal 2,7 por ser de carácter mesiánico o de “entronización” del heredero de la dinastía davídica: “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (cf. Mc 1,11; Mt 3,17). Se trata de una teofanía como la que sucederá también en la trasfiguración (Lc 9,28-36) cuando una voz venida de las nubes que cubría a Jesús y sus acompañantes lo declaraba del mismo modo “mi Hijo, el elegido” (Lc 9,35), aunque algunos papiros presentan la versión “mi hijo amado”, como en nuestro texto. El verbo de voluntad eudokéō adquiere un significado que oscila entre “querer”, “decidir” y “elegir”. Como se trata de un “aoristo” (eudókēsa) —tiempo pasado puntual o pretérito—, puede traducirse, como una opción posible, por “deleité”, en el sentido de plena satisfacción, agrado o complacencia experimentada por Dios. De este modo, se puede colegir, que esta expresión quiere significar el destino singularísimo y trascendental de Jesús (cf. S. Légasse).
En conclusión: El bautismo de Jesús es ocasión para la manifestación pública y la solemne proclama de parte de la voz del cielo antes del inicio de un período importante del ministerio público de Jesús: La misión en Galilea. Así, la declaración de Lc 9,35 —en el episodio de la “transfiguración”— precede el gran viaje de Jesús a Jerusalén. En ambas escenas se subraya la relación filial y de íntima cercanía entre el Padre y Jesús. No se trata aún de una “consagración mesiánica” sino de un estadio preparatorio de su ministerio público. Del mismo modo, podría entreverse también una alusión a la pasión de Jesús, pues en el bautismo se somete, como los demás hombres y mujeres pecadores, al bautismo de Juan aludiendo al “bautismo” en el que deberá ser bautizado: “De un bautismo tengo que ser bautizado; ¡y cómo me angustio hasta que se cumpla” (Lc 12,50), en referencia a su pasión y muerte.
El “bautismo del Señor” nos recuerda nuestro propio bautismo, “misterio” que implica filiación divina, intimidad con Dios y cercanía con el prójimo; también servicio y compromiso en la trasformación del mundo presente que se debe traducir por la búsqueda incesante de la paz, la eliminación de los “muros” artificiales que se han creado con el fin establecer “puentes” de fraternidad, de solidaridad y de justicia en todos los niveles. En esto radica nuestra identidad como hijos de Dios por adopción.
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