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Opinión

La “viuda pobre”, modelo para el discipulado

38(Jesús) decía también en su enseñanza: “Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, 39ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 40y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa. 41Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro. Muchos ricos echaban mucho; 42pero llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. 43Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: “Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos lo que echan en el arca del Tesoro. 44Pues todos han echado de lo que les sobraba; esta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir”.

Evangelio según san Marcos (Mc 12,38-44) —32º domingo del tiempo ordinario—.

Para este domingo en el que conmemoramos el “día del Señor”, el Evangelio que nos propone la liturgia de la palabra alcanza su máxima expresión en el texto de san Marcos que destaca la figura de una “pobre viuda” en relación con la figura negativa de los escribas y la imagen anónima y poco generosa de muchos ricos que hacían donativos en el “arca del Tesoro” del Templo de Jerusalén. Con esta perícopa culmina el ministerio de Jesús en la Ciudad Santa porque, a continuación, seguirá el discurso escatológico (Mc 13,1-37) y los relatos de la pasión, muerte y resurrección del Señor (Mc 14,1—16,20).

En la primera parte del texto (Mc 12,38-40), mediante el empleo del vocablo diachē, en boca del narrador, la actividad de Jesús se presenta como una “instrucción”. Este término forma parte de la lexicografía “educativa” de Jesús que, constantemente, enseñaba a sus discípulos, a la gente y a todos los que se congregaban en el Templo, ámbito característico de su ejercicio docente durante su ministerio en Jerusalén. En efecto, después de que Jesús y los suyos llegaran a la ciudad ya no enseñaba “en el camino” (Mc 8,27—10,52), como lo hiciera durante el itinerario hacia Jerusalén sino en la casa de Dios, escenario de su ministerio pedagógico (cf. Mc 11,1.15.16.27; 12,35.43, 13,1).

En este episodio se trata de una “enseñanza” sobre los “escribas” (grammateús), referentes de la élite intelectual y miembros del sanedrín (Mc 12,38a). Esta instrucción sigue inmediatamente a la doctrina que los escribas enseñaban sobre “el Mesías” (Mc 12,35-37) y a la pregunta, que también un escriba le formulara al maestro, sobre “el primero de todos los mandamientos” (Mc 12,28-34). La liturgia de la palabra nos presenta, además, la enseñanza sobre los donativos que se echaban en el “arca del Templo” (Mc 12,41-44).

La instrucción sobre los escribas, en realidad, es una “advertencia”. Haciendo uso del imperativo, Jesús invita a su auditorio, con fuerza conminatoria, con el fin de observar o “mirar” (blépete) la conducta de estos personajes que son tenidos como peritos de las leyes y normativas de la Toráh. En efecto, el maestro les advierte: “Guardaos de los escribas…” (Mc 12,38b). ¿Por qué razón Jesús plantea esta “alerta” en relación con los escribas? La respuesta a esta pregunta —que cada uno podemos formularnos— se desgrana en cuatro aspectos que caracterizan a estos referentes de la aristocracia intelectual: El ampuloso vestuario, el afán por ser reconocidos, el prurito por ocupar puestos de honor y la práctica malsana de devorar la hacienda de las viudas.

En primer lugar, Jesús afirma de los escribas “que gustan pasear con amplios ropajes”. Al emplear el verbo thélō no solo indica el “deseo” sino la complacencia de llevar puestas anchas y llamativas indumentarias (stolē) con el fin de atraer la atención pública hacia sus personas. Al arroparse con coloridos atuendos, adornados con las insignias propias de su oficio, con las filacterias, los cubitos de cuero y los cordones despliegan una pomposidad y un exhibicionismo teatral que denotan avidez por el protagonismo que tiene a la gente como espectadora y de la que esperan admiración y embeleso.

En segundo lugar, el maestro refiere que a los escribas les complace “ser saludados en las plazas” (Mc 12,38d). En el mismo sentido que las amplias vestiduras que llevaban, el “ser saludados” implica “atraer hacia sí la atención”. Si bien es cierto que el “saludo” supone la apertura a la dimensión comunicacional entre las personas, en este contexto adquiere una coloración negativa en cuanto que estos juristas no desean pasar desapercibidos y no toleran la indiferencia. Así, el “saludo” (aspasmós) o “salutación” se transforma en homenaje reverencial, en pleitesía mediante la cual no solo se manifiesta respeto sino, sobre todo, acatamiento y sumisión. El ámbito donde se observa esta conducta se identifica con las “plazas” (agoraīs), sitios donde se desarrolla la vida pública.

En tercer lugar, Jesús señala otro deseo de los escribas: “…ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes” (Mc 12,39). El concepto de “primeros asientos” (prōtokatherdías) en las sinagogas no implica simplemente posicionarse en las primeras filas del escenario sinagogal sino ocupar “puestos de honor”, distinción que confiere supremacía o superioridad en un contexto religioso. Del mismo modo, acomodarse en los “primeros puestos” (prōtoklisías) en las fiestas supone sobresalir en relación con los demás ubicándose en los sitios preeminentes reservados para los invitados más importantes. De este modo, tanto en el escenario religioso como en las cenas y convites, los escribas demuestran propensión y afán desmedidos de destacarse por encima de los demás.

En cuarto lugar, el maestro advierte sobre una acción económica negativa que caracteriza a los letrados: “…devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones” (Mc 12,38a). La expresión verbal katesthíō que el evangelista pone en boca de Jesús, adquiere el significado de “devorar”, “comerlo todo”, consumir, terminología propia de la manducación que refleja la angurria o el voraz apetito, emblemático para significar “despojo” y “enajenación” de las “casas”, “propiedades” o “hacienda” de las viudas las cuales, por su propia condición de indefensión —al no tener maridos que las amparen— están expuestas a la expropiación de parte de quienes tienen en sus manos los asuntos legales y una ascendencia social y espiritual en la comunidad. El asalto a los bienes de estas indefensas mujeres adquiere mayor desazón cuando las falsas motivaciones o pretextos de los que se valen son las “prolongadas oraciones” que recitan. La oración que, en esencia, nos comunica con Dios, se emplea de modo fraudulento para la usurpación de bienes ajenos, en este caso de las viudas, emblema de la condición de pobreza en Israel.

Después de citar las notas características de estos personajes, enemigos notorios de Jesús, el maestro pronuncia un veredicto sobre ellos: “Esos tendrán una sentencia más rigurosa” (Mc 12,38b). En efecto, el “juicio” (krima) que sobre ellos pesará será implacable. En el fondo, el prurito por el protagonismo, de estos personajes, refleja una inmadurez sicológica, religiosa y espiritual; y una ambición desmedida que contraviene claramente su misión como guías del pueblo.

Después de la instrucción impartida sobre los escribas, en la segunda parte del texto (Mc 12,41-44), Jesús parece moverse, siempre en el recinto del Templo, hasta el sitio donde estaba ubicado el “arca del Tesoro” frente al cual se sienta en actitud de observación: “Miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro” (Mc 12,41a). El maestro inspeccionaba la conducta oblativa de los donantes fijándose no en la cantidad sino en la calidad del “diezmo” depositado en el cepillo del Templo. Su mirada se posa, en primer lugar, sobre los donativos de los “muchos ricos” los cuales “depositaban mucho” y, en segundo lugar, en el depósito de una “pobre viuda” (chēra ptōchē) la cual ha echado en la alcancía apenas “dos moneditas” (esto es: “una cuarta parte del as”), es decir, un monto de escaso valor material.

Seguidamente, convocó a sus discípulos que, según parece, permanecían en un segundo plano entre la concurrencia. Dirigiéndose a ellos, deduce una lección en relación con los dos tipos de donativos: El de los muchos ricos y el de la pobre viuda. No se cuantifica el monto de la colaboración de las personas adineradas que, sin duda, ayudaba a sostener el Templo y todo el aparato religioso exuberante y ostentoso con sus espléndidas liturgias. Simplemente, Jesús emplea el adjetivo pollá, “muchos”, que se opone a la insignificante contribución cuantitativa de la pobre viuda.

La enseñanza de Jesús se basa en una comparación no cuantitativa sino cualitativa de los dos tipos de donativos: “Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba; esta, en cambio, ha echado, de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,43-44). Contra la lógica materialista de ponderar la cifra de lo que se dona, Jesús traslada su preferencia hacia el sacrificio que implica un donativo total que afecta directamente la propia vida del donante.

Con su abundante donativo, los ricos no se ven afectados en su vida por aquello que han depositado en el cofre del Tesoro. Ellos pueden seguir con sus vidas de ricos sin cambiar el nivel de su bienestar porque dieron de lo que les sobraba, sin afectar su patrimonio; en cambio, la viuda pobre ha donado “todo cuanto poseía”, es decir, todo lo que necesitaba para sobrevivir. De esta manera, Jesús, en su observación, pasa del plano material o económico al existencial o moral. No se trata de cuantificar quién ha dado monetariamente más, sino de valorar la calidad de lo que se ofrece: Del don exterior se pasa a la cualidad interior. En este sentido, la viuda cumple cabalmente el mandamiento principal: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc 12,30.33). Se trata de darlo todo, sin importar la cantidad (que puede ser poca o mucha). De hecho, no se puede poner límites a la generosidad especulando con criterios de contabilidad, sumando y restando perjuicios y beneficios.

Desde esta perspectiva, el problema del hombre rico —para un seguimiento radical del Evangelio— fue su apego a los bienes materiales. Si bien cumplía los mandamientos de la Antigua Alianza, a cabalidad, no tuvo el coraje y la decisión de “vender todos sus bienes, dárselos a los pobres” y seguir a Jesús (Mc 10,17-30). El apego a las riquezas materiales —y a cualquier otro tipo de riquezas— anula la necesaria libertad para el seguimiento de Cristo. Por eso, la viuda pobre es referente para el discipulado porque el primer requisito para el seguimiento consiste en el desprendimiento y la generosidad para entregarlo todo en razón del Reino de Dios. Los ricos que hacían sus donativos en el “arca del Tesoro” habiendo contribuido “mucho”, en realidad, dieron poco; la pobre viuda, en cambio, habiendo donado una exigua e insignificante cantidad dio mucho; más aún, lo dio todo.

Desde la consideración de nuestro discipulado, hoy, los “escribas” se presentan como antimodelo para el seguimiento de Cristo por diversos motivos: Están centrados en ellos mismos y con su complejo de superioridad crean desigualdades y afirman su poder sobre el pueblo. Invaden todos los terrenos: El ámbito del magisterio, la sinagoga, los espacios públicos y sociales (“calles”, “plazas” y “banquetes”). Se presentan como imprescindibles y en razón de su vanidad exigen sumisión y reverencia. Son simuladores de la religión porque empleando con malicia los actos de piedad del pueblo, explotan con su codicia, sobre todo a los más vulnerables.

La “viuda pobre”, en cambio, es presentada por Jesús como modelo para el discipulado por su liberalidad y su altruismo, por su confianza total en Dios y en su providencial auxilio. Con su entrega total sienta las bases para el nuevo discipulado cristiano que ya no se conforma con un simple “diezmo” o “décima parte” de sus bienes como se establecía en la exigencia veterotestamentaria sino con una medida generosa, abundante y rebosante en la misma lógica de la entrega total de Cristo que donó su vida para la salvación de la humanidad.

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