Opinión
Ephphathá
31Se marchó a la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32Le presentaron un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le rogaron que le impusiera la mano sobre él. 33Jesús, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34Después levantó los ojos al cielo, dio un gemido y le dijo: “Ephphathá”, que quiere decir: “Ábrete”. 35Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. 36Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más lo propagaban ellos. 37La gente quedó maravillada sobremanera, y comentaban: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Evangelio según san Marcos (Mc 7,31-37) — 23º domingo del tiempo ordinario
El texto del Evangelio, propuesto por la liturgia de la palabra para este 23º domingo del tiempo ordinario, se centra en la acción terapéutica de Jesús a favor de un “sordo” que, al mismo tiempo, era “tartamudo”. El episodio es presentado a continuación de la “curación de la hija de una sirofenicia” (Mc 7,24-30) y precede a la narración de la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). El evangelista provee datos geográficos del recorrido de Jesús que comprenden tres movimientos: En primer lugar, indica que “se marchó a la región de Tiro”; en segundo lugar, señala que retornó “por Sidón al mar de Galilea” y, en tercer lugar, da cuenta de que estaba “atravesando la Decápolis” (Mc 7,31).
Más allá del complicado itinerario, parece relevante subrayar que Jesús se mueve en territorio pagano. Tanto Tiro y Sidón, ciudades referenciales de Fenicia, como la Decápolis son centros y complejos urbanos emblemáticos de un contexto cultural gentil, de concepción religiosa politeísta. La incursión de Jesús en estos ambientes representa, ante todo, una apertura a la universalidad y, en consecuencia, una ruptura con la concepción judía exclusivista de los líderes religiosos y, en general de los judíos, incluidos los discípulos.
Es este escenario pagano se sitúa el episodio narrado por Marcos. El personaje innominado es presentado, simplemente, por el doble diagnóstico formulado por el evangelista: “Le presentaron un sordo que, además, hablaba con dificultad…” (Mc 7,32a). La “sordera” (kōphós), pérdida del sentido auditivo, aparece en el Nuevo Testamento con relativa frecuencia (14 veces) y está asociada, en ocasiones, con la acción de entidades demoniacas (cf. Mt 9,32; 12,22; Mc 9,25; Lc 11,14). Su curación —entre otros males—, mediante el poder de Jesús, representa una de las señales de la incursión del Reino de Dios (cf. Mt 11,5; 15,30.31; Lc 7,22). Se la presenta, además, vinculada a la manera de “hablar con dificultad” (mogilálos) o “tartamudez” (Mc 7,32a) lo cual añade un grave problema para la comunicación verbal suplantada, por eso, mediante el lenguaje de las señas, como es el caso del sacerdote Zacarías que, después de su visión en el santuario, se quedó mudo y se comunicaba mediante “gestos” o “ademanes” (dianeyō)(Lc 1,22).
El grupo anónimo de personas que presentó al sordo y tartamudo a Jesús le suplicó que “le impusiera la mano sobre él” (Mc 7,32b). La intervención de estas personas es indicativa de la incapacidad del paciente para expresarse y comunicarse. De hecho, al ser “sordo”, no tiene plena conciencia de lo que sucede en su entorno porque no percibe los sonidos y, en razón de su tartamudez, no puede hacerse comprender correctamente. La petición planteada (“imposición de la mano” —en singular—) refleja que quienes peticionan la intervención de Jesús piensan que la solución del problema resultará fácil dado que requeriría de un simple gesto. Al “suplicar” (parakaléō), se comprende que no hacen una mera petición formal sino un ruego, en grado superlativo —podríamos decir— que demuestra el gran interés de los intermediarios para la superación de la grave situación del enfermo. La “imposición de la mano” es un gesto que simboliza la transmisión de la fuerza vital que dinamiza una acción terapéutica y, simultáneamente, taumatúrgica tendiente a liberar al pobre hombre de sus ataduras.
Jesús responde a la petición sin contratiempos. Su reacción está hecha de gestos y palabras. Son tres acciones: En primer lugar, “lo aparta de la gente, a solas” porque no desea ofrecer un espectáculo público. El contacto cercano será entre Jesús y el enfermo; en segundo lugar, “introduce sus dedos en los oídos”, órganos afectados por la sordera y, en tercer lugar, “con su saliva le tocó la lengua”, miembro relacionado con la tartamudez (Mc 7,33). Resulta particularmente llamativo que Jesús no actúa según el pedido de los intermediarios. Estos pidieron “imposición de mano” pero él introduce sus dedos en los oídos y mojando esos dedos toca la lengua del paciente; luego levanta sus ojos al cielo, da un gemido y pronuncia una orden: Ephphathá. Hace mucho más que un simple gesto.
En la antigüedad, se atribuían a la “saliva” propiedades curativas, en particular para las enfermedades de los ojos (cf. Mc 8,23). Cuando se deseaba curar una herida se escupía directamente sobre ella. Esta técnica era frecuente entre curanderos griegos y judíos, pero ninguna de estas acciones realizadas por Jesús puede considerarse parte de las artes mágicas. En la magia, sobre todo en el mundo helenístico, se empleaba, además de brebajes y pócimas ridículas, todo un vademécum impregnado de verborragia (cf. J. Mateos – F. Camacho).
Jesús desea eliminar las dos “taras”, la sordera y la tartamudez. Respecto a la sordera, mete los dedos en los oídos como si los “perforara” con el fin de vencer una fuerte resistencia. Quiere hacer oír eliminando el obstáculo de tal manera que el sentido auditivo funcione y el mensaje de la palabra llegue a la mente y se instale en el corazón. La “saliva”, como “aliento condensado” —considerada similar a la sangre— era reconocida como vehículo de fuerzas psíquicas, relacionada con la boca y la respiración. Al contactar mediante su saliva con la lengua del enfermo, Jesús le transmite su aliento, su Espíritu, para que pueda hablar con fluidez y esté en condiciones de comunicar palabras de sabiduría.
Al “levantar los ojos al cielo” (Mc 7,34a), Jesús realiza un gesto que equivale a dirigirse a Dios, hacerle llegar la petición con el propósito de asociarle a su acción, lo cual es indicativo de la importancia de la acción que va a realizar. Desea dotar a su fuerza de la potencia de Dios, origen de su poder. La acción de “gemir” (stenazō), por su parte, es un suspiro manifiesto que expresa el sentimiento de compasión y de lástima por el enfermo que sufre extremas limitaciones que le impiden vivir con libertad (Mc 7,34b).
Finalmente, Jesús pronuncia la orden señalando la actualidad del problema. Dando una orden, emplea un verbo arameo, en imperativo: Ephphathá que, literalmente, quiere decir “¡ábrete del todo!” (Mc 7,34c). El empleo del singular es señal de que Jesús se dirige al hombre, no a los órganos. Es toda la persona del enfermo (oídos, lengua, mente, corazón) la que es interpelada por el mandato con el fin de sanarse e integrarse plenamente a una vida libre y sin sujeciones físicas y sicológicas.
Acto seguido, el evangelista formula su observación sobre el cumplimiento de los efectos deseados: “Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente” (Mc 7,35). Marcos señala la inmediatez de la curación porque subraya que ocurrió “al instante”. En primer lugar, “se abrieron sus oídos” o, más precisamente, el “entendimiento” (akoē) y, en segundo lugar, la lengua quedó liberada de su atadura y podía “hablar correctamente” (elálei orthōs). Antes hablaba mal, tartamudeaba; ahora ya puede expresarse cabalmente. En el “hablar correctamente” resuena el texto del profeta Isaías: “Clara será la lengua de los tartamudos” (Is 35,6 – LXX).
Jesús no quiere publicidad. Embarga la acción terapéutica realizada prohibiendo que se difunda lo acontecido. No es la primera vez que advierte sobre el necesario silencio que se debe observar (Mc 7,36). Ya lo había requerido en el caso de la purificación del leproso (Mc 1,44), también en relación con la reviviscencia de la hija de Jairo (Mc 5,43) porque, según parece, la gente, en razón de la concepción mesiánica que tenía, aún no estaba en condiciones de aceptar la novedad del Evangelio y de sus efectos en Israel. Sobre todo, porque el beneficiario de la acción curativa no es un judío sino un anónimo personaje de extracción cultural pagana. Se trata del “secreto mesiánico”, tema que adquiere delineamiento teológico en san Marcos. Sin embargo, pese a la prohibición, los intermediarios, sin duda por la alegría experimentada, se dedicaban a difundirla. El imperfecto del verbo (ekērysson) señala que la acción de la divulgación del acontecimiento era constante.
El evangelista, al clausurar el relato, da cuenta de la reacción de la gente en dos momentos: En primer lugar, indica que quedó “maravillada sobremanera” lo cual implica un alto grado de impresión y de emoción ante el milagro del que fueron partícipes (Mc 7,37a). En segundo lugar, manifiesta una “evaluación” —mediante una exclamación— de que “todo lo ha hecho bien”, consideración que recuerda la observación del autor sagrado al final del relato de la creación: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1,31; cf. Eclo 39,16). El evangelista da contenido a la reacción verbal de los intermediarios detallando las palabras sobre las acciones realizadas por Jesús: “Hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37b). Ya no se habla simplemente de “tartamudos” (mogilálos) sino de “mudos” (alálois).
Ante todo, se puede constatar que, en este episodio, ni la mudez o tartamudez ni la sordera están vinculadas al mundo demoniaco sino a una limitación física y sicológica ponderables que oprimían, de manera notable, al enfermo. Este anónimo personaje, al no estar identificado, nos permite considerarlo como un personaje prototipo que puede corresponderse, simbólicamente, a cualquier discípulo. El texto nos indicaría la extrema dificultad de la mentalidad judía de los seguidores de Jesús a quienes no les resultaba sencillo abrirse a la universalidad. Su concepto mesiánico excluye a los paganos y reserva la gloria solo para Israel. La incapacidad de oír simboliza la gran dificultad para escuchar el nuevo mensaje aperturista de Jesús que extiende la proclama de su Evangelio a los gentiles. Del mismo modo, la incapacidad de hablar —o de hablar con dificultad— es figura de la incompetencia para transmitir correctamente el kerigma.
Por eso, la sanación de Jesús, que se relaciona con los órganos fundamentales de la comprensión (“oídos”, “entendimiento”) y de la comunicación (la “lengua”), tiende a habilitar al discípulo para escuchar la palabra del Mesías y convertirse, a su vez, en proclamadores del Reino de Dios. Sin embargo, según el presente relato, aún no es el momento porque —en el marco de un proceso— los discípulos no han llegado todavía a la madurez necesaria. Es el motivo de la orden de silencio. La valoración positiva de las acciones de Jesús que trabaja por el cambio de una mentalidad cerrada —como la de los judíos— hacia una apertura universal del Evangelio, que se abre a todos los hombres y mujeres, ya es un indicativo de esperanza hacia la superación de una comprensión exclusivista de la relación con Dios y, por tanto, de la salvación. Esta no consiste solamente en la sanación física y sicológica sino incumbe, sobre todo, a una plena armonía e integración con el espíritu que se manifiesta cuando “todo lo hacemos bien” (cf. Mc 7,37b).
Brevemente: La orden ephphathá, “ábrete del todo”, es un imperativo vigente, muy actual, dentro y fuera de la comunidad eclesial; muy necesaria, por cierto, sobre todo para superar los falsos muros divisorios que se erigen a raíz de ideologías cerradas en sí mismas que cercenan la libertad humana e impiden la realización plena de la persona. Los oídos y la boca son órganos de la sabiduría. Distorsionan el sentido de la vida cuando se los emplean como vehículos de la necedad y como propagadores de la mentira. Cumplen, sin embargo, su cabal función cuando se abren a las palabras de Jesús y las comunican por doquier para transformar el mundo con los criterios del Evangelio.
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Cap Morinigo
8 de septiembre de 2024 at 12:30
Con la venida de Jesús, tenemos la oportunidad de ser también sanados, para poder escuchar,ver y hablar la palabra de Dios por medio de su Espíritu Santo. También nos deja una forma de autoridad para expandir su reino proclamando sanación en su nombre.
Fredy
9 de septiembre de 2024 at 08:20
Señor permítenos escuchar y proclamar tu Palabra. Gracias Padre por su labor pastoral.