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Opinión

“Según la propia idoneidad”

[El Reino de los cielos] es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos se fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. ” Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparciste. Por eso, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

[Evangelio según san Mateo (Mt 25,14-30); 33er Domingo del tiempo ordinario]

El texto del Evangelio propuesto por la liturgia de la palabra gira en torno a los “talentos” que, básicamente, es un tema relacionado con las “capacidades”, “competencias” y “aptitudes”. Lo mismo que el texto precedente, sobre las “vírgenes necias y las vírgenes sabias” (Mt 25,1-13), para la presentación de esta enseñanza, Jesús se sirve —aunque no lo mencione explícitamente— del género literario de la “parábola” que emplea el mecanismo de la “comparación” como estrategia retórica. El tema de fondo es el “Reino de los Cielos” (cf. Mt 25,1) que se compara con un hacendado que, antes de ausentarse, distribuyó a sus siervos tareas administrativas vinculadas con sus “posesiones” (griego: tà hypárchonta) (Mt 25,14). En realidad, Mateo menciona la participación de tres servidores —aquí innominados—, diferenciados únicamente por pronombres relativos. A cada uno de ellos se le encomendó una cantidad específica o “talento” (griego: tálanton): “Cinco”, “tres” y “uno” respectivamente. El criterio que el propietario consideró para la distribución de las responsabilidades es la “idoneidad particular” (griego: katà tēn idían dýnamin) de cada servidor: “Según la propia capacidad”. Una vez distribuidos los encargos el hacendado se marchó (Mt 25,15).

Después de la primera parte, propedéutica (Mt 25,14-15), Jesús presenta la segunda fase del relato que narra las acciones realizadas por cada uno de los servidores. El verbo griego de movimiento poreúomai introduce las operaciones con las que, cada cual, ejecutaron la misión. Del primero de los criados, del que recibió “cinco talentos”, se dice que “se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco” (Mt 25,16). Es decir, poniendo en práctica su competencia invirtió correctamente el talento recibido y lo duplicó ganando el doble de lo asignado. Del segundo, del que recibió “dos talentos”, se dice lo mismo —aunque con un estilo abreviado—, pues comprendiendo que negoció adecuadamente, también pudo duplicar el capital, pues “ganó otros dos” (Mt 25,17). Seguidamente, la conjunción adversativa y pospositiva (griego: ) introduce una excepción al éxito obtenido por los dos primeros siervos. Se trata del tercer criado, el que había recibido “un talento”: “En cambio, el que había recibido uno fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor” (Mt 25,18). La narración se torna más detallada, descriptiva y puntual al referir, paso a paso, las acciones de este último siervo. Se detallan las actividades: “recibió”, “fue”, “cavó” y “escondió”. Este no hace una transacción; no invierte ni negocia el dinero de su señor como lo hicieron los dos anteriores. “Cavar la tierra” recuerda la práctica de guardar tesoros en la antigüedad con el fin de preservarlos. De hecho, el verbo griego krýptō indica la acción de “ocultar” o “esconder” el tesoro confiado. En este punto se especifica que los talentos eran de “plata” (griego: argýrion).

El vocablo “talento” (griego: tálanton) está relacionado con tálas, es decir, “aquello que sustenta o soporta”. También significa “lo que ha sido pesado” o “el peso”. El “talento” es la mayor unidad de peso, y en lingotes de 30 o 40 kg representa la carga que una persona es capaz de transportar. En la Biblia griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta), el griego tálanton sirve para traducir el hebreo kikkār (“círculo”). El capital que entraba anualmente en las arcas del rey Salomón era de 666 talentos de oro (1Re 10,14) y el rey Omrí compró el monte de Samaría por 2 talentos de plata (1Re 16,24). En la época helenística, Jonatán pidió al rey Demetrio II rebajar los tributos y prometió a cambio 300 talentos. A grandes rasgos se puede decir que un talento equivaldría actualmente a una cantidad millonaria en monedas. De esta parábola se deriva el uso de “talento” para referirse a las dotes intelectuales, una acepción que se halla atestiguada por vez primera en Paracelso (año 1537), un médico nacido cerca de Zurich, Suiza. Lucas, en vez de tálanton, empleará el vocablo “minas” (cf. B. Schwank).

En la tercera fase del relato, la más extensa, se da cuenta sobre el retorno del señor que acontece, según se indica, después “de mucho tiempo” (griego: polýn chrónon). La única tarea del hacendado consiste en “ajustar cuentas” con los siervos (Mt 25,19). La faena entre el señor y los criados tiene notas comerciales en el sentido de que había llegado el momento de presentar el resultado de las inversiones y las respectivas ganancias. Los tres han tenido suficiente tiempo para desplegar iniciativas en función de la obtención de ganancias con el fin de aumentar el patrimonio del señor.

Se suceden tres entrevistas, por separado, con cada uno de los tres siervos que recibieron la misión. El esquema de los dos primeros casos es idéntico: En primer lugar, se presenta el siervo que rinde cuenta del monto recibido y de lo que ha ganado. En segundo lugar, el señor felicita la acción del criado. En tercer lugar, el hacendado confiere una nueva misión de mayor envergadura que la anterior. En cuarto lugar, le invita a pasar en el “gozo de su señor”. La última entrevista varía respecto a las dos anteriores porque, después de su presentación, el siervo introduce un breve discurso justificando su opción y los procedimientos realizados. Si en las dos primeras entrevistas se constatan resultados positivos, en la última el desenlace resulta negativo. Estas comparecencias tienen los rasgos de un juicio escatológico.

La rendición de cuentas de los dos primeros siervos es escueta: uno recibió cinco y devolvió diez; el otro recibió dos y devolvió cuatro. En su felicitación, el señor comienza calificando de “buena” (griego: eoū) la transacción realizada; y luego usa dos adjetivos laudatorios para caracterizar a ambos siervos: “bueno” (griego: agathós) y “fiel” (griego: pistós). La “bondad”, ante todo, se predica de Dios. Aquí expresa la “buena obra” de los siervos que, empleando correctamente sus habilidades, lograron el objetivo deseado por el señor. Fueron eficaces e hicieron mérito (cf. J. Baumgarten). La “fidelidad” adquiere, en este contexto, no el sentido de “creyente” sino de “fiel”, es decir, “fiable”, “creíble”, “digno de crédito”. También es una cualidad atribuida a Dios en cuanto que cumple su promesa (cf. G. Barth).

El reconocimiento de la “fidelidad en lo poco” es el motivo de un encargo “mayor”. En los dos primeros casos se emplea la bina “poco” (griego: olígos) – “mucho” (griego: polýs). Resulta relevante subrayar el hecho de que tanto los “cinco talentos” como los “dos talentos” son calificados como “pocos”. Es decir, lo importante no radica en la cantidad encomendada sino en las ganancias conseguidas respecto al monto entregado. En ambos casos se duplican los dividendos. Las nuevas misiones que les serán conferidas implicarán responsabilidades superiores respecto a las anteriores porque han pasado la prueba de la eficacia. Fueron fieles al proyecto de su señor.

La recompensa por la buena obra para los dos primeros siervos consiste en: “Entrar en el gozo de tu señor” (Mt 25,21c. 23c). El vocablo griego chará caracteriza la dicha y la alegría que motiva la presencia de Dios en el mundo. En Mateo, por ejemplo, los magos de Oriente experimentaron “inmensa alegría” al ver la estrella que les conducía hasta el niño-Dios que ha nacido en Belén (Mt 2,10). También indica el “gozo” por la recepción inicial de la palabra de Dios predicada (Mt 13,20). Igualmente, describe el “contento” y la “satisfacción” de un hombre que encuentra un “tesoro escondido” —imagen del Reino— razón por la que vende todo lo que tiene para comprar el campo donde ha encontrado aquella fortuna (Mt 13,44). Asimismo, María Magdalena y la otra María se “alegran” al recibir, de parte del ángel, junto al sepulcro, la noticia de la resurrección de Jesús. En todos estos casos, la alegría está vinculada con la irrupción del Reino de Dios en la historia.

El último siervo —que recibió un talento—, al presentarse ante su señor, no habló de inversión, de negocio o de ganancia sino comenzó su entrevista ensayando una excusa basada no en su incompetencia sino en lo que él consideraba como defectos de su patrón, los cuales —según él— suscitaron su temor:  En primer lugar, lo considera un “hombre duro” (griego: sklerós ánthrōpos), es decir, alguien “rudo” y “rígido” y, en segundo lugar, explica en qué sentido se comprende semejante tosquedad: “…cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste” (Mt 25,24), un dicho proverbial negativo que expresa una exigencia fuera de lugar, un modo abusivo de actuar con sus criados, solicitando más allá de lo que corresponde. Según argumenta, en tercer lugar, este “conocimiento” (griego: ginōskō) que dice tener de su señor provocó “temor” en él (griego: phobéomai) y este “miedo” le paralizó por lo que no pudo hacer otra cosa más que “esconder bajo tierra tu talento”. Por eso, le devuelve el dinero sin ganancia alguna. Resulta gravoso el tono de sus expresiones: “Mira, aquí tienes lo que es tuyo” (Mt 25,25). En el sentido opuesto a los calificativos dedicados a los dos primeros siervos, a este último el hacendado lo caracteriza con dos epítetos negativos: “malo” (griego: ponērós) y “miedoso” (griego: oknērós).

Esta segunda nota no se trata tanto de “pereza”, como traducen algunas versiones, sino de una actitud “timorata”, “medrosa” típica de quien prefiere refugiarse en la inacción para no correr riesgos (cf. U. Luz). La “maldad”, por su parte, es una actitud y un modo de actuar vinculados con el campo ético y moral e implica perversión. Por eso, conlleva culpa y responsabilidad (cf. A. Kretzer).

Tomando el mismo argumento del siervo infiel, el señor lo rebate mostrándole la contradicción entre la motivación de su temor y su acción consiguiente, pues si sabía de sus exigencias, lo más razonable hubiese sido que entregara el talento a los banqueros para que cobrara los intereses al regreso de su amo (Mt 25,27). El “no hacer nada” no sirve para nadie; solo el “miedoso” y “vacilante” piensa que la inacción le puede cobijar. “Por miedo a fracasar ni siquiera intentó triunfar” (cf. U. Luz). En razón de la inexcusable explicación, acto seguido, el hacendado ordena que se le quite el talento que se le había confiado y determina que se entregue al que tenía cinco y produjo otros cinco talentos (Mt 25,28). El desenlace es obvio: Si el criado es incompetente no se le puede confiar una nueva misión y, mucho menos, de mayor responsabilidad. En definitiva, este siervo es “inútil”, improductivo y malogrado. No puede participar del “gozo de su señor”.

En la sección conclusiva, Jesús enuncia un dicho sapiencial, similar al empleado al inicio de los discursos en parábolas: “Porque a todo el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene” (cf. Mt 13,12). Desde una mentalidad distributiva, este refrán parece expresar una injusta decisión dejando sin nada al que tiene poco, pues se esperaría que se diera más al que menos tiene. Sin embargo, refleja un proceso por el cual el siervo va ganando, cada vez más, una mayor confianza de parte de su señor por la calidad de su servicio y su disponibilidad para ejecutar las tareas asignadas. Esta es la razón por la que cada vez se le confían más encargos y entra en la lógica de comunión, siempre más estrecha, con su jefe. En el caso del que no produce nada resulta al revés: Pierde la confianza de su señor y el encargo que pudiera haber recibido se confiere al que más produce (Mt 25,29).

La sentencia final es concluyente: “Y a este siervo inútil echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 25,20). De este modo, el reproche se transforma en juicio, en expulsión de la presencia del patrón para destinar al criado inoperante al ámbito de las “tinieblas” (griego: skótos), figura que representa el ambiente del Maligno. La parábola culmina con una frase típica de Mateo (“llanto y rechinar de dientes”) que subraya el régimen de condena e infelicidad para quien no supo corresponder a las expectativas de su señor.

Brevemente: La presente parábola nos enseña que la distribución de los distintos servicios en la comunidad eclesial debe tener como criterio la “idoneidad”, la “capacidad” o el “carisma” adecuado (cf. 1Cor 12). El “talento” o “aptitud” es un don, pues lo confiere el señor; por tanto, no queda espacio para la jactancia o vanagloria. Es más, no se puede hacer con las habilidades lo que cada uno quiere o desea porque se han conferido para provecho del proyecto de Dios (cf. 1Cor 4,7). De hecho, se deberá rendir cuentas sobre la confianza depositada al ser fiduciarios de una determinada capacidad. En el empleo de los talentos solo hay dos resultados posibles: Éxito o fracaso. Si el operario no actúa correctamente, tener muchos dones no es garantía de triunfo porque la inoperancia descalifica al siervo “timorato” e “inútil” que cayó en el inmovilismo y la falta de iniciativas.

Empobrece a la comunidad eclesial quien envidia los carismas de sus hermanos, actitud codiciosa que carece de sentido y que, no pocas veces, impulsa a diseñar estratagemas para ejercer un servicio para el cual no se posee ni la pericia ni la idoneidad. Hay distintos roles y ninguno es superior o inferior. Todos son necesarios. Su distribución requiere, más que afectos, discernimiento y sabiduría para evitar la desazón del cuerpo eclesial. Poseer talentos no es un privilegio sino una responsabilidad recibida para cooperar, desde la Iglesia, al crecimiento del Reino de los Cielos.

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