Opinión
El rey humilde
Cuando se aproximaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, envió Jesús a dos discípulos con este encargo: “Id al pueblo que tenéis en frente, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella. Desatadlos y traédmelos. Y si alguien os pregunta algo, decid: ‘El Señor los necesita, pero en seguida los devolverá”. Esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Decid a la hija de Sión: Mira tu Rey viene a ti, humilde y montado sobre un asna y un pollino, hijo de animal de yugo. Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: Trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendía sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: “¡Hossana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hossana en las alturas!” Al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. “¿Quién es este?”, se preguntaban. Y la gente decía: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”.
[Evangelio según san Mateo (Mt 21,1-11) — Domingo de Ramos]
Entre los textos propuestos para este Domingo de Ramos, he preferido comentar el que corresponde a la procesión, antes de la entrada al templo, porque se refiere a una antiquísima tradición de la Iglesia: La bendición de las palmas y ramos que recuerda el ingreso de Jesús a Jerusalén y que marca el inicio de la Semana Santa.
La llegada a Betfagé, la villa situada entre los límites jurídico-religiosos de la ciudad santa, es el signo de que Jesús ha llegado a Jerusalén donde será condenado a muerte (Mt 16,21; 20,17-18). El evangelista informa que cerca de esta villa se halla el monte de los Olivos, lugar que en la tradición judía evoca los eventos mesiánicos. En este episodio se concede gran espacio a la descripción de la orden impartida por Jesús a los dos discípulos. Ellos fueron enviados a tomar una asna y un pollino para su ingreso a Jerusalén. El relato de los preparativos del ingreso a Jerusalén tiene la finalidad de introducir a la escena siguiente en que Jesús es presentado como el Mesías aclamado en Jerusalén por la muchedumbre: Jesús, el Hijo de David, que ordena con autoridad, es aquel que entra en la ciudad santa como un rey humilde.
El centro del texto está ocupado por una citación bíblica que, planteada de tal modo solamente por el Evangelio de Mateo, llega a ser la clave interpretativa del episodio. Mediante la introducción “para que se cumpliese”, fórmula característica de Mateo, evidencia de qué manera la entrada de Jesús a Jerusalén corresponde al cumplimiento de la auténtica promesa mesiánica, que viene de la tradición bíblica. Se trata de una composición redaccional de Is 62,11 y de Zc 9,9, o bien de una edición corregida de este segundo texto. La citación —que se refiere al “rey”, el cual cabalga sobre un “asna” y un “pollino”— es de tal modo relevante que influye en todo el relato. Para Mateo, de hecho, Jesús da la orden a los dos discípulos de traerle no solo una “burra”, sino también un “pollino” que usará para cabalgar en la entrada a la ciudad santa (Mt 11,7), diversamente de Marcos y de Lucas según los cuales Jesús ordena traer una cría de asna (Mc 11,2; Lc 19,30).
En la citación bíblica, el oráculo dirigido a la ciudad de Jerusalén llamada “Hija de Sión”, anuncia la llegada de un “rey”. Este apelativo para describir a Jesús es usado por el evangelio de Mateo más frecuentemente que los otros sinópticos (Marcos y Lucas). Si bien el término griego basileus (rey) no aparece en la genealogía en referencia a Jesús, en ella se indica su origen real (Mt 1,1-17). Él es reconocido “rey” por los magos (Mt 2,2), y en cuanto tal ejercerá el juicio sobre la humanidad al término de la historia (Mt 25,34.40). Este apelativo a menudo se le atribuye a Jesús en los relatos de la pasión, pero en su acepción nacionalista: “rey de los judíos/de Israel” (Mt 27,11.29.37.42). La realeza de Jesús no se encuadra en los modelos mesiánicos triunfales o imperiales, sino puede ser comprendida solamente a la luz del evento de la cruz y de la resurrección.
Como se puede notar, “rey” no es un término con el que Jesús se describe a sí mismo, ni tampoco un apelativo usado por los discípulos. En el Evangelio de Mateo, en cambio, sirve para interpretar su misión en relación con las promesas davídicas y a su destino de sufrimiento y de muerte. Es precisamente sobre la base de esta elección que él resulta habilitado para ser el rey mesiánico y escatológico. Así, su realeza es de otro signo. Es un “rey” servidor, humilde, sin ínfulas de poder mundano. Es un “rey” (Hijo de hombre) que vino para servir y no para ser servido (Mt 20,28).
El soberano descrito en el texto profético tiene la característica de la “humildad”, de la “mansedumbre” (griego: praüs), actitud que solo el primer Evangelio atribuye a Jesús. En el pasaje de Zacarías aparece inmediatamente ante los ojos como el rey mesiánico presentado no solamente como “manso”, sino también como “justo” y “salvador”, requisitos que desaparecen cuando la citación es tomada por el texto de Mateo. Con esta operación literaria el evangelista pretende poner particularmente de resalto la “mansedumbre”, indicando de qué manera esta actitud es decisiva para comprender el comportamiento de Jesús durante los eventos de su pasión y muerte. Se trata, por otra parte, de una cualidad mesiánica, subrayada solamente en el Evangelio de Mateo, el cual indica con ella ya sea la relación que tiene Jesús con Dios Padre, ya sea su atención en relación con los pobres y con los oprimidos (Mt 11,25-30). La característica mesiánica de la mansedumbre es reforzada por la presente escenografía: Jesús cabalga sobre la borrica, sobre la cual montan los dignatarios, los príncipes y los jefes del pueblo, y esta es la cabalgadura del tiempo de paz, mientras el caballo es la cabalgadura del tiempo de guerra (Zc 9,10; cf. Jue 5,10).
La numerosa multitud es la protagonista de la segunda parte (Mt 11, 8.9.11). Ella, al ingreso de Jesús en la ciudad, reacciona extendiendo los mantos sobre la tierra. Este gesto recuerda el ritual de entronización real, como el caso de Jehú, en honor del cual, cuando fue ungido rey por un discípulo de Eliseo, sus oficiales extendieron sus mantos (2Re 9,13).
Si la primera parte del relato ha sido construido en base a la citación profética, la segunda resulta influenciada por otro texto de la tradición bíblica. El texto es puesto en los labios de la multitud que aclama: “Oššanah al Hijo de David…”. Las palabras provienen del Salmo 118/117 (vv. 25-26) que de ordinario es usado en la fiesta de las campanas para acoger a los peregrinos que llegan a Jerusalén y que recibe en el judaísmo una interpretación mesiánica. La aclamación popular es descrita en el imperfecto, indicándose así la continuidad de la acción. La invitación inicial del salmo tendiente a preparar un cortejo con ramas frondosas inspira la descripción evangélica de la multitud. La ovación hebrea oššanah, que corresponde a una invocación y significa “dónanos (ya) la salvación”, repetida dos veces, pone de resalto cómo la esperanza mesiánica del pueblo se realiza ahora en Jesús.
Jesús es reconocido por la gente de Jerusalén como el “hijo de David”, el rey mesías esperado que lleva a cumplimiento la promesa bíblica. Este título subraya de qué manera Jesús cumple las promesas de Dios hacia su pueblo. Con todo, su misión no coincide perfectamente con las expectativas de Israel, tanto que será rechazado y se abrirá, consecuentemente, a los paganos.
Únicamente Mateo relata la reacción de la ciudad de Jerusalén (Mt 11,10-11). El ingreso que suscita entre la multitud entusiasmos mesiánicos es descrito por el evangelista a través del verbo “agitar”, como un evento desestabilizador. Este término es usado también para describir el terremoto que sigue a la muerte de Jesús (Mt 27,51) y la reacción de los guardias que se espantan ante la presencia del ángel que anuncia la resurrección (Mt 28,4). Jesús, en otras palabras, entrando en Jerusalén, se revela rey mesiánico y agita a toda la ciudad, reacción que anticipa la turbación provocada por su muerte en la cruz y en la resurrección.
Mediante la pregunta de la multitud que se interroga sobre la identidad de Jesús se tiene la cuasi-impresión que nazca un diálogo entre él y la ciudad; habiendo antes aclamado, ella es capaz de reconocer en él al “profeta” proveniente de Nazaret. Con este apelativo es identificado por la muchedumbre (Mt 16,14; 21,46). Jesús es el Mesías pacífico que se revelará en su plena identidad solamente después de haber vivido hasta el fondo el destino del profeta rechazado, perseguido y asesinado (cf. Mt 23,30.31.34.37). No se trata de un título mesiánico, sino puesto en el episodio del ingreso de Jesús a Jerusalén muestra que la multitud ha sabido reconocer en él, proveniente de la remota región de la Galilea, al profeta esperado, el rey portador de la paz.
Brevemente: Jesús de Nazaret, al inicio de los eventos que clausurarán su ministerio con el arresto, pasión, muerte y resurrección, se presenta como “rey humilde”, en el sentido de “manso” y “pacífico”, portador de una realeza y del ejercicio de un poder axiológicamente distinto, asimétrico con los reinados políticos y con el sistema de poder vigente en el mundo. Su trono real será la cruz y su potencia radicará en su “impotencia”. No recurre a estratagemas de prepotencia o demostración de fuerza, ni a esquemas de supremacía o golpes de efecto. No rehúye de su misión. Sus armas son la verdad, la misericordia y la justicia de Dios. De este modo, reina por los siglos de los siglos, mediante la diaconía de un poder que es servicio.
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