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Opinión

Sal y luz

5/13Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. 14Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en los cielos.

 

[Evangelio según san Mateo (Mt 5,13-16) — 5º domingo del tiempo ordinario]

 

El texto evangélico para este domingo se centra, después del gran anuncio del “código de la suprema felicidad” (bienaventuranzas), en el rol de los discípulos que, en el momento del anuncio, conforman el gran auditorio, destinatario del discurso programático del Reino de los Cielos (Mt 5,1—7,29). En efecto, Jesús invita a sus discípulos y a la multitud a ser como la “sal” y la “luz”, referentes simbólicos, propios de la vida humana, que describen de modo figurativo la misión de quienes se adhieren a Cristo en palabras y obras.

 

El primer elemento, la “sal” (griego: hálas), indispensable para el hombre, sirve para condimentar y depurar (2Re 2,19-23), proteger de la putrefacción; además, es utilizado para el sacrificio (Lv 2,13; Ez 43,24), es símbolo de la alianza, pero también de la sabiduría (Col 4,6) y en el mundo griego, de la hospitalidad. En el midrash a Nm 18,19 la Torah es comparada con la sal.

 

A través de un interrogativo paradójico se plantea el caso en que la sal pierda su sabor, es decir, su razón de ser. En consecuencia, ya no sería útil. El cloruro de sodio es un componente sólido que, de ordinario, no puede perder su cualidad. Si bien la expresión de Jesús no se basa en la experiencia real, sino sobre una hipótesis, muy probablemente la fabricación de la sal se hacía de manera imperfecta, de tal suerte que podía corromperse, según Plinio (Naturalis Historia XXXI,44,95).

 

Mediante las dos expresiones “ser tirada afuera” y “ser pisoteada” (Is 10,6; 25,10) se describe el juicio de Dios en relación con aquellos discípulos que pierden su identidad y, consecuentemente, son incapaces de comunicar el Evangelio que han recibido.

 

Paralelamente a la imagen de la “sal”, Jesús plantea la imagen de la “luz” (griego: fōs) que, en el Antiguo Testamento, indica la presencia eficaz y salvífica de Dios (Is 9,1; 60,1-3), el cual se hace presente mediante sus enviados (Is 42,6). El símbolo de la luz, conocido comúnmente en la tradición neotestamentaria (Jn 8,12; 9,5; 2Co 4,6), en el primer Evangelio es usado para describir la actividad de Jesús en Galilea, región considerada zona tenebrosa y de muerte (Mt 4,12-17). La “luz”, a la que los discípulos son comparados, tiene la función de iluminar el “mundo”, término con el que Mateo se refiere a la experiencia de una misión no más relegada en los confines de Israel, sino abierta a todos los pueblos sin discriminación de raza, nación o cultura (Mt 26,13; 28,16-20).

 

Para reforzar la misión de los discípulos, que no pueden eludir su responsabilidad, se presenta la doble imagen: de la ciudad que puesta sobre un alto monte no puede ser escondida y la de la lámpara (o celemín) colocada en el interior de la casa sobre el lucernario. Este, de hecho, se halla en un lugar alto de la habitación con el objeto de iluminar no solo a una parte sino a toda la casa. Sería un absurdo encender la lámpara y colocarla debajo de la cama.

 

La aplicación final (Mt 5,16) que identifica la luz con las “obras buenas” de los discípulos no se refiere solamente a la praxis de los creyentes, sino sobre todo a su fe coherente que se traduce en el amor activo. El estatuto de los discípulos, descrito a través de las dos imágenes de la “sal” y de la “luz”, se explica mediante el estilo de vida de los seguidores de Cristo que consiste en una plena adhesión al “código de la suprema felicidad” (o bienaventuranzas), que se hace vida, carne y sangre en la cotidianeidad de los creyentes. Si los discípulos tuviesen este estilo de vida se convertirán en “sacramentos” mediante los cuales se puede llegar a reconocer la paternidad de Dios. Con su testimonio ellos tienen la capacidad de conducir la humanidad a Dios que aquí, por primera vez en Mateo, es llamado Padre y en cuanto tal debe ser reconocido y glorificado por los hombres.

 

La invitación del Papa Francisco a vivir la “sinodalidad” en la Iglesia es una convocación a todos los bautizados para ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”, es decir, anunciadores del Evangelio de vida y testigos de Cristo, la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,1.14). Mediante la vivencia de los valores evangélicos, la Iglesia se presenta ante la humanidad como un “faro” en la oscuridad (“luz”) para dar sentido a la vida humana que se abre a Dios (“sal”). Como diría el anónimo autor de la Carta a Diogneto, en la era patrística, “lo que el alma es para el cuerpo, los cristianos son para el mundo”.

 

 

1 Comment

1 Comentario

  1. Fredy Giménez

    5 de febrero de 2023 at 16:47

    Gracias Padre por compartir la reflexión del pan de la Palabra. Dios le bendiga 🙏

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