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Opinión

Diciembre con aroma a flor de coco

POR Esther Prieto
Jurista, especialista en derechos humanos por la universidad de Estrasburgo, Francia.

Diciembre es un mes especial, es el mes que anuncia la llegada de un nuevo año, el mes en que celebramos el nacimiento de Jesús, con el significado simbólico del renacer, con esperanza de recibir un nuevo año, realizando un recorrido de lo que fue nuestra vida durante el tiempo que se va. Al final del año no podemos evitar las preguntas ¿qué hice bien?, ¿en qué me equivoqué?, ¿en qué estuve genial?, ¿qué aprendí?, ¿cómo me trato la buena suerte? Planificamos cómo pasaremos la nochebuena, hacemos compras y preparamos, dentro de nuestras posibilidades, los regalos para nuestros seres queridos, rememorando esos días de navidad de nuestra infancia. Es hermoso recordar nuestro andar en nuestras propias geografías. Diciembre nos abre el camino hacia nuevos atardeceres, esperando el nuevo año, el siguiente ciclo, con cierta ansiedad, tejiendo nuestros sueños hacia nuevas alegrías. Diciembre es apasionante.

Diciembre es también el mes de la celebración de nuestra Virgen paraguaya de Caacupé, a cuyo santuario acuden miles de personas, a cumplir con sus promesas y a pedir otros favores, volviendo a sus hogares con sus corazones llenos de esperanza para una vida armoniosa, donde nada falte, ni el pan, ni la salud, ni la alegría, ni la escuela para sus niños. La vida de mucha gente es antes y después de Caacupé. Es también emblemáticamente el mes de los derechos humanos, el que se celebra en todos los rincones del mundo con proyectos de sueños de transformaciones sociales y económicas, ya que fue el 10 de diciembre de 1948 que se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se conmemora su aniversario como un signo del inicio de un nuevo tiempo de paz para la humanidad.  Y aunque no se cumplen sus principios en su totalidad, sin duda representan hasta hoy la gran utopía de la humanidad en su desafío por la igualdad y la justicia para todos.

Pero diciembre de este año en Paraguay es atípico. De lo que recuerdo, por primera vez en una fecha y un día único, precisamente hoy, se celebran las elecciones de los precandidatos de los partidos y movimientos políticos para las elecciones generales, concentrando la mayor parte de la atención de la ciudadanía en los abundantes carteles de propaganda electoral en la prensa y en las redes, acompañados de los elocuentes discursos con las consabidas promesas sobre las cuestiones anheladas por la gente. Pero en realidad, estas elecciones internas vienen a complicar un poco la ya recargada agenda de fin de año. Me dicen que siempre se realizaron estos comicios hacia el mes de noviembre, pero, además, lo nuevo es que este año en el marco de las elecciones internas partidarias, se realizarán también las elecciones del colectivo de partidos políticos y movimientos que se nuclean en la Concertación, lo que implica una doble expectativa. Un acto ciudadano muy especial, ya que los votos se  depositarán con el padrón nacional en lugar del partidario.

Difícil es combinar estos escenarios de intensa actividad política con el significado singular que tiene diciembre para muchos de nosotros, ya que las familias cristianas de cualquiera de las iglesias se preparan para recibir el nacimiento de Jesús, una celebración impregnada de símbolos de gran espiritualidad y de significado emblemático para el perdón, las reconciliaciones y la gratitud, ya que la Navidad suele ser propicia también para el fortalecimiento de los vínculos afectivos. Habrá alegría, pero habrá también tristeza en algunos hogares. Espero que la gente vuelva a dar significado al humilde pesebre de nuestra tradición con aroma de flor de coco, en lugar de competir con los adornos y el tamaño del árbol de Navidad, que nada tiene que ver con nuestra realidad identitaria, ni con nuestra historia.

Quisiera, finalmente,  que en el marco de la espiritualidad y la circunstancia política que nos lleva a cumplir con los deberes ciudadanos, este diciembre nos permita soñar en el derecho inalienable a la felicidad, nos permita soñar en un país sin desigualdades, sin corrupción, sin impunidad, sin discriminaciones, sin deforestación, sin exclusión, sin autoridades que lucran y despilfarran el dinero de nuestras contribuciones impositivas, y que emprendamos con firmeza la marcha hacia la construcción de  un país donde “nadie se quede atrás”, una sociedad de abundancia para todos y todas, un país donde los niños y las niñas puedan jugar en las plazas sin riesgos de que sean victimas de abuso sexual, que las mujeres puedan disfrutar su vida libre de la violencia masculina y que los servicios públicos sean eficientes, sin cortes de electricidad y provisión de agua potable. En eso quiero soñar este diciembre, en nuestro país pluricultural donde la buena práctica de la interculturalidad y el derecho a ser diferente marquen las pautas del “buen vivir”.

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