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Opinión

El origen de Jesucristo

El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer; porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”, que traducido significa: “Dios con nosotros”. Una vez que despertó del sueño, José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Pero no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, a quien puso por nombre Jesús.

[Evangelio según san Mateo (Mt 1,18-25) — 4º domingo de Adviento]

Mientras en Lucas el anuncio del ángel se dirige a María (Lc 1,26-38), en Mateo se dirige a José. El primer evangelista pone de relieve en la genealogía (Mt 1,1-17) la identidad mesiánica de Jesús afirmando su descendencia davídica, casa a la cual Dios prometió una estabilidad eterna. En consecuencia, según la genealogía, Jesús es un descendiente de David no en virtud a María, sino de José (Mt 1,16). Es por este motivo que Mateo hace de José el destinatario del anuncio con el que se imparte la orden de desposar a María y de dar el “nombre a Jesús. Por tanto, José, reconociendo legalmente a Jesús como hijo, lo hace —en todas sus implicancias— descendiente de David.

La expresión inicial “origen de Jesucristo” (griego: génesis) retoma el título y la conclusión del texto precedente (Mt 1,1-17). Si con la genealogía, que atraviesa toda la historia salvífica de Israel, se afirma que Jesús es el cumplimiento de las esperanzas pasadas, con este relato se describen los orígenes del significado de su nacimiento en relación con su misión futura y en correspondencia con el mismo Israel.

María y José, en el momento del relato son novios (comprometidos). El noviazgo para la muchacha se realizaba ordinariamente entre los doce y trece años, mientras que para el muchacho entre los dieciocho y veinticuatro años. La novia continuaba viviendo en la casa del padre por el término de un año, aproximadamente.

En la época de Jesús, la praxis matrimonial constaba de dos etapas. La primera fase que correspondía con el compromiso matrimonial o “petición de mano” se denominaba ’ērûsîn en hebreo (latín: sponsalia), ceremonia en la que se intercambiaba el mutuo acuerdo de los novios para casarse en presencia de testigos (cf. Mal 2,14) y se pagaba el mōhar, equivalente a la “dote (patrimonio) de la novia”. Con el noviazgo la pareja se empeñaba recíprocamente con un intercambio formal de consensos, pero solamente con el matrimonio la esposa iba a vivir con el marido. Además, si antes de casarse cada uno vivía en la casa paterna, el noviazgo tenía el mismo valor jurídico del matrimonio y, en caso de infidelidad de parte de la mujer, esta era considerada adúltera con todos sus efectos e implicancias y era sancionada según las leyes. Por eso, Mateo recurre al léxico matrimonial de “marido”, “mujer” y “divorcio” con relación a María y a José. La segunda fase, o el matrimonio propiamente dicho, en hebreo niśśû’în, es aquella por la que el marido “se llevaba” a casa a su novia para vivir juntos (cf. Mt 1,18; 25,1-13).

Ya el compromiso matrimonial (primera fase) confería al novio toda clase de derechos legales sobre la novia, que, desde ese momento, podía considerarse como su “mujer” (Mt 1,20.24). El compromiso no podía romperse más que mediante una demanda de divorcio interpuesta por el novio, y toda violación de los derechos maritales del novio por parte de la novia se consideraba como adulterio. Después de la ceremonia de compromiso, normalmente la novia seguía viviendo en casa de sus padres alrededor de un año antes de que el marido se la llevase oficialmente a su casa.

María se hallaba encinta; y el autor se apresura e informa de inmediato advirtiendo que el embarazo no es fruto de la iniciativa humana, sino corresponde a una acción de Dios que se manifiesta a través de la fuerza del Espíritu Santo. Es inútil preguntarse si José estaba o no en conocimiento de los hechos, si había o no creído a María, y si María había relatado lo sucedido tal como ha acontecido. El evangelista, indicando la tensión creada entre los dos novios, deja estos planteamientos para describir, más bien, el cambio de José respecto a su postura inicial, dado que en principio había decidido repudiarla en secreto para no someterla a un proceso vergonzoso tomando sobre sí la responsabilidad de este acto, mientras después decide desposarla.

José es presentado como un hombre “justo” (griego: díkaios) por el evangelista (Mt 1,19). En el judaísmo, este término designa a quien observa de manera íntegra la ley, o bien a quien es misericordioso (Sal 37,21;112,4; Sab 12,19). Con todo, estos dos significados son insuficientes para comprender el cambio de José, el cual, precisamente en nombre de la justicia, en vez de repudiar a María, lo va a desposar.

En la teología del primer Evangelio la “justicia” designa el comportamiento de quien vive cumpliendo la voluntad del Padre (Mt 5,6.10.20; 6,1.33; 21,32). De esta manera, José, en cuanto justo, podrá cumplir el proyecto de Dios, pasando de una justicia sustentada por la ley revelada por Dios a una justicia de carácter superior (cf. Mt 5,20) siempre basada en el plan de Dios, pero conocido directamente mediante la revelación del mensajero (el ángel).

En el marco del relato, los dos elementos, el ángel y el sueño, ponen de relieve cómo el mensaje comunicado a José corresponde a una revelación divina. El sueño es, de hecho, el momento en el cual el hombre, por encontrarse inerme, está en situación ideal para acoger la manifestación de la voluntad divina. El ángel llama a José “hijo de David”, título que en el Evangelio se atribuye exclusivamente a Jesús. El apelativo en relación con José pone de relieve de qué manera José tiene un rol de primer plano en el nacimiento de Jesús, insertándolo en la descendencia davídica. Si María deberá engendrar el niño, José deberá darle un nombre, función específica del padre. Su paternidad legal no es menos importante para la historia de la salvación que la maternidad de María.

El nombre que José deberá imponer al hijo es Jesús (hebreo: Ješua/Jehošuá), que significa “el Señor es salvación” e indica el carácter de su misión mesiánica. Él salvará al pueblo de sus pecados. Los pecados son obstáculos para la relación con Dios.

El significado y el valor de este nacimiento son comprendidos e interpretados por el evangelista a la luz de un texto del Antiguo Testamento. Se trata de la primera cita de cumplimiento que, introducida por la expresión “con el fin de que se cumpliera” constituye un elemento específico de la teología de Mateo. Se evidencia, así, cómo Jesús viene a ser la realización de todas las esperanzas bíblicas.

La cita del primer evangelista de Is 7,14 describe por boca del profeta el anuncio del nacimiento de un niño mediante una muchacha. Este hijo será llamado “Emmanuel” (hebreo: In-manȗ-el), expresión que Mateo se preocupa en traducir en griego: “Dios con nosotros”. El texto de Isaías no insiste tanto en el modo en que el niño será concebido sino en la intervención eficaz de Dios que se hace visible mediante el nacimiento de un hijo.

Para el primer Evangelio aquella profecía dirigida al rey Acaz encuentra su verdadera realización en Jesús. Él, el Mesías davídico nacido por intervención de Dios, a través del Espíritu Santo, es el “Dios con nosotros” en cuanto comparte la experiencia humana. Solo el primer Evangelio presenta de modo explícito este dato cristológico: después de su resurrección, de hecho, Jesús no abandona su comunidad ascendiendo al cielo como nos relata Lucas (Lc 24,50-53), sino que envía a los discípulos a la misión universal garantizando su presencia constante en medio de los suyos: “Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). De ahora en más, Dios se hace presente en medio de su pueblo a través de Jesús, el Señor resucitado (cf. Mt 18,20).

En la parte conclusiva del texto, José obedece la orden del ángel desposando a María. La expresión “y no la conocía” debe entenderse por la ausencia de relaciones conyugales. El verbo “conocer” (griego: ginōskō) cuando se usa en la relación hombre-mujer indica la relación sexual (cf. Gn 4,1). El primer Evangelio mediante la afirmación “…hasta que ella dio a luz un hijo que él llamó Jesús” quiere poner de relieve el aspecto cristológico de la virginidad de María. Ella, en efecto, descrita en su estado virginal antes del nacimiento del niño, da a luz al Mesías solamente por obra del Espíritu Santo.

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