Opinión
Los incendios, seguimos sin aprender de la experiencia
Alberto Yanosky.
Recientemente vivimos, y todavía lo estamos viviendo, un país inundado de humo y cenizas, y además nos llamaba la atención ya que, si bien tenemos esta mala práctica de quemar sin mucha lógica y control, lo que estábamos viviendo parecía no tener antecedentes. Luego nos enteramos de que en el vecino país, en la provincia de Corrientes, se estaban quemando miles de hectáreas de los Esteros del Iberá, conjunto de sistemas de humedales y pastizales de importancia mundial. Estos esteros se encuentran al sur de lo que son nuestros pastizales y humedales en Itapúa y Misiones, y podemos ver cómo eventos como este en países limítrofes nos afectan, ya que el humo y las cenizas “inundaron” Paraguay. La catástrofe de Corrientes nos dejó perplejos, no solo por las hectáreas quemadas, calcinadas, sino también por todas las pérdidas que se dieron para los pobladores, para los pueblos y ciudades y para instituciones como el INTA, e iniciativas de conservación, con altas inversiones para lograr la restauración de esos ecosistemas degradados por siglos de mal manejo del ambiente natural y la pérdida de biodiversidad.
Esto mismo podría ocurrirnos en Paraguay, con una capacidad más reducida de hacer frente a estos eventos, que podrían ser naturales o antrópicos, aunque cada vez son más “antrópicos” que causados por circunstancias naturales. Y tenemos muchas ciudades y poblados que están “construidos” en medio de pastizales y sabanas, que están sufriendo extensas sequías. El país requiere de una estrategia urgente para crear capacidad e instalar infraestructura, al menos, en puntos estratégicos, para dar la seguridad que se requiere. Nos urge tener un sistema de alerta temprana que nos indiquen las zonas de mayor riesgo de incendios, necesitamos que esta información llegue al que finalmente afecta estos incendios, y que además eduque, enseñe y entrene, para comenzar a erradicar esta práctica que, si bien parece medio innata y que viene con nosotros, hoy la aplicamos sin ninguna lógica y sin ninguna evidencia.
No sirve de mucho la preocupación por los fuegos, los incendios, si podíamos evitarlos; una vez que se han desencadenado y que han “contaminado” todo el aire, los que llenan de hollín y además ponen en peligro vidas e infraestructura. El fuego fue un elemento clave en el desarrollo humano (dar calor, cocinar y manejar el hábitat); también es cierto que existe algo un tanto innato en ese comportamiento de prender fuego, quizás basado en la actitud de descubrir, pero no es raro ver personas que prenden fuego y luego se dedican a apreciar el avance del mismo. No se puede dejar de reconocer que técnicamente el manejo del fuego ayuda a manejar el ambiente. Y es así que quizás mucho de lo que vemos como incendios, podría haberse originado por intenciones de mejorar los campos para el rebrote, dadas las primeras lluvias luego de la estación seca, como lo es el invierno. También se usa el fuego para la limpieza de los terrenos y los rayos durante una tormenta eléctrica también pueden iniciar incendios.
Estas prácticas, controladas y muchas veces descontroladas son las que dan origen a los incendios que se tienen hoy en día, cuando el manejo del fuego se escapa de las manos. El fuego tiene serios efectos sobre el ambiente, además de que una vez que pasa el fuego, el paisaje es un desierto carbonizado, la vida se limita a unos pocos individuos (aves rapaces o carroñeras u otros animales que buscan en las cenizas algo que comer), los nutrientes del suelo se volatilizan, elevándose y migrando, dejando un suelo casi inerte que en el mayor de los casos está calcinado. El rebrote que ocurre luego del incendio deja un suelo por lo general más empobrecido en nutrientes y favorece el avance de algunas malezas, que están más estratégicamente adaptadas a los eventos post incendios. El humo y el hollín contaminan la atmósfera generando serios problemas respiratorios y afectando más seriamente a las personas alérgicas. Como vimos en todo el territorio, ese humo causa problemas en la movilidad de la gente, de los vehículos y hasta afecta los servicios aéreos, enrareciendo el aire que respiramos y llevando toda esa contaminación al interior de los pulmones. Y además se ha visto recientemente que estos incendios afectan la infraestructura, poniendo en riesgo la vida de las personas, afectando sus casas y los diferentes comercios que sirven a la ciudadanía.
La capacidad nacional en los diferentes cuerpos de bomberos es limitada, afectada por recursos financieros y logísticos que permitan darle los elementos necesarios a estos héroes nacionales que voluntariamente luchan contra los incendios. No obstante, estos cuerpos voluntarios no están presentes en todo el país y entre los diferentes cuerpos de bomberos, las capacidades no son homogéneas ni sus necesidades básicas están satisfechas.
Los hábitos “incendiarios” y piromaniacos deben cesar, quemar la basura debería estar debidamente castigada en un marco legal que pueda ser implementado a nivel municipal, en donde está el manejo y la responsabilidad de los recursos naturales. En definitiva, los problemas que causan estos incendios son absorbidos por la ciudadanía. La quema de campos para mejorar pasturas debería estar debidamente regulada y quienes lo practiquen deben asegurar la prescripción y el control, asumiendo los riesgos del descontrol. En definitiva, se sabe cuándo y dónde ocurren los incendios y con un poco de planificación podríamos estar adelantándonos al riesgo de incendios, reduciendo así el impacto de los mismos. Como vemos, no es un tema local ni solo nacional, es un tema regional, como lo que estuvimos viviendo en la provincia argentina de Corrientes, lamentando las pérdidas y siendo afectados por el fenómeno.
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