Opinión
Capital natural en proceso de extirpación
Alberto Yanosky.
“Había una vez un bosque …”, así comienzan muchas de las historias que hemos leído o nos han contado cuando éramos niños, y seguramente en nuestros roles de padres, tíos o abuelos, también las hemos leído o recitado. Y no puedo dejar de pensar en Don Herminio Giménez y su relato de cómo se inspiró para escribir “Canto de mi selva”, ese himno que es considerado una exhortación a recordar que la vida debe ser protegida por sobre todas las cosas y sobre todas las ambiciones personales. Sin embargo, las condiciones que se dieron para que hubiese la necesaria inspiración para escribir tal obra maestra, seguramente ya no existen.
Esa selva, ese bosque de unos nueve millones de hectáreas que tuvo alguna vez la región oriental del Paraguay, en gran parte ha desaparecido para dar lugar a la expansión de las habitaciones humanas, de infraestructura en general, agricultura y ganadería, y más al este para permitir que una de las hidroeléctricas más grandes del mundo pudiera existir y operar. Si bien Paraguay tiene un marco legal exigente, que obliga al propietario privado a mantener al menos el 25% de los bosques nativos, además de proteger los recursos hídricos con los bosques protectores; estos requisitos parecen no cumplirse en la visión del paisaje que hoy tenemos.
Los bosques remanentes de esos nueve millones de hectáreas están “apenas” protegidos y conservados en las unidades de conservación que tiene la región, mientras que un simple recorrido por gran parte de los departamentos de la región oriental (con excepción de algunas zonas de pastizales naturales y humedales) demuestra que lo escrito en la ley no se condice con la realidad. Una discusión con los propietarios privados demuestra que hay una sensación de sobrecargar en el sector privado un beneficio de la sociedad, y obviamente si todos disfrutamos y nos beneficiamos con ese servicio ambiental, todos deberíamos pagar por él, como hacemos con el agua potable, la recolección de basuras, la electricidad.
Y como si esto fuera poco, las áreas protegidas que deberían albergar muestras representativas están siendo devastadas ante los ojos de la autoridad y de la ciudadanía, extracción ilegal de madera, de vida silvestre y cacería, plantaciones ilegales y amenazas con la propiedad de la tierra, invasiones y alguna obscura relación con la narcopolítica y el tráfico de todo tipo. Da la sensación que estas áreas son la caja chica que queda para financiar vaya a saber qué fraudulentas acciones.
Lo cierto es que recargamos sobre el sector privado, las unidades de conservación en manos de la administración pública están siendo gravemente afectadas, y solo por unas iniciativas privadas de conservación es que estamos conservando los últimos remanentes de esta ecorregión que alguna vez fue la base económica para el desarrollo de la región, no sólo aquí sino también el nordeste y este brasilero, y en la provincia argentina de Misiones.
Los asentamientos campesinos también en manos del estado sufren una escasa o nula planificación, haciendo con instancias como estas poco ejemplificantes de cómo compatibilizar conservación y desarrollo, imágenes de “espina de pescado” que cada vez tienen menos “huesos” debido a la deforestación de los asentamientos.
Y otra instancia que también en manos del estado debe atender la conservación de este bosque, tiene que ver con las comunidades indígenas, quizás unas de las pocas áreas y sitios que aún conservan una muestra de lo que fue ese bosque o selva hace pocas décadas atrás, pero que por cuestiones de presión social, económica y hasta ambiental, cada vez tienen menos bosque y lo que queda está siendo degradado a un paso acelerado.
Miles de hectáreas que han desparecido y que, si hemos aprovechado algo, quizás haya sido la madera. Una riqueza en especies de la fauna y flora, una intricada red de relaciones entre seres vivos y las condiciones en las que se encuentran (suelo, agua, clima), servicios de la naturaleza que ni valoramos; en fin, un sinfín de aspectos de ese capital natural que en un 90% lo hemos perdido para siempre, y el que el restante 10% (¡si es que aún queda eso!) urge que se tomen medidas para conservarlo, esté o no en áreas protegidas, y nos pongamos a trabajar en la recuperación o restauración de ese paisaje forestal en aquéllas áreas que así lo requieran.
Necesitamos los cultivos, necesitamos el ganado, necesitamos la infraestructura, pero también necesitamos que ese capital natural que fue la base de la riqueza ganada, se perpetúe, de lo contrario estamos y estaremos más aun afectando la base natural de nuestra propia economía.
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