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Tasa de natalidad en declive: ¿Qué significa esto para el futuro de Paraguay?
Paraguay se suma a la lista de países que registra una baja tasa de natalidad, ya que, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), se reporta una importante caída en la cantidad de nacimientos. El descenso en cuanto al promedio de hijos por mujer se observa a lo largo de 70 años.
Según los datos de la institución, actualmente ese promedio queda en un poquito más de 2.1, quedaron muy atrás los tiempos de nuestras abuelas y bisabuelas.
En todos los países este fenómeno genera preocupación, debido a que la población joven irá disminuyendo, arrojando los retos sociales, económicos y ecológicos de nuestro mundo moderno ¿Está el Paraguay pensando en el futuro de la generación actual?
Para conocer por qué se da este fenómeno y sus consecuencias, desde El Nacional, analizamos esta situación con el doctor en Ciencias Sociales y sociólogo por la Universidad de Buenos Aires, Sebastián Bruno, quien en nuestro país se desempeña como investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
– La disminución en la tasa de natalidad es algo de lo que se viene hablando hace mucho ¿Por qué cree que se da este fenómeno en Paraguay?
Este fenómeno forma parte de la transición demográfica que experimentan los países en determinado momento de su historia poblacional. Esa transición se expresa en dos componentes fundamentales: la mortalidad y la fecundidad. Por un lado, ya desde 1950 (cuando Paraguay empieza a disponer de información demográfica sólida) empieza a haber notables mejoras en las condiciones de vida (fundamentalmente acceso a vacunas y a agua segura). Pasamos de una esperanza de vida de 58 años en 1950 a unos 74 años en la actualidad; donde las mejoras en la mortalidad infantil tienen mucho que ver.
Esas mejoras en los indicadores de mortalidad empiezan a convivir con un cambio en las pautas de fecundidad. Hasta 1960, las mujeres paraguayas tenían (en promedio, que la demografía calcula a partir de la tasa global de fecundidad) más de 6,5 hijos. Desde esa década se empieza a dar un aumento sostenido, que se acelera en la década de 1980. Según las estimaciones más recientes, las paraguayas tienen en promedio 2,4 hijos.
Entre otros efectos, esta pauta de menor cantidad de hijos está impactando sobre la cantidad de nacimientos torales. En 2015 registramos la mayor cantidad (más de 116 mil) y en los años siguientes estamos viendo una tendencia hacia la disminución.
– ¿Por qué cree que se da este fenómeno en Paraguay? ¿Considera que es pertinente calificar a la situación como un mayor “empoderamiento de las mujeres”?
Quienes han abordado este tema en profundidad en distintos países nos marcan, entre otros, a dos factores estructurales: los cambios derivados de la migración rural-urbana y los cambios en los roles sociales de las mujeres. Sobre lo primero, tengamos en cuenta que desde la década de 1960 y especialmente en la década de 1970, empieza a darse un proceso emigratorio muy importante desde el campo, con destino a Asunción y Central; Ciudad del Este, encarnación y progresivamente, ciudades intermedias (además de la migración al exterior).
Con la migración hacia las áreas urbanas se agota el estímulo a las familias extensas, que proveían brazos para la producción agropecuaria (y que además compensaban altas tasas de mortalidad); así como las familias empiezan a valorizar más la inversión educativa de niños y niñas. Estructuralmente, la conformación de familias en las áreas urbanas tiende hacia un menor tamaño.
En cuanto al rol de las mujeres, tenemos una ganancia de autonomía que se expresa en varias dimensiones. Progresivamente, se fue ganando en acceso a métodos anticonceptivos modernos; y en las últimas décadas observamos otro tipo de rol en el ámbito público. En 1992 solo el 23,8% de las mujeres era económicamente activa, nivel que casi se duplicó ya para 2005 (51,4%); y actualmente está por encima del 62%.
Probablemente, el Censo 2022 nos confirme los resultados de estos cambios: una edad más avanzada al momento de tener el primer hijo/a, además de una menor fecundidad total. Si bien el fenómeno tiene muchas aristas, se despega el rol de la mujer como sujeto fundamentalmente vinculado a la condición de maternidad; validándose socialmente incluso proyectos de vida de mujeres que optan por no tener hijos.
No obstante, en Paraguay, como en casi todos los países de Latinoamérica, estos procesos son desiguales. Mientras que mujeres de orígenes socioeconómicos más favorecidos disponen de un mayor acceso a servicios de salud reproductiva y a oportunidades de estudio y empleo que les da más autonomía de decisión sobre su maternidad; otras mujeres viven bajo condiciones mucho más similares a las que tenían la generación de sus abuelas.
– ¿Cuáles son las consecuencias de la disminución del bono demográfico? ¿Cómo se puede preparar el país para dicha situación?
En otras palabras, Paraguay está avanzando muy rápidamente en su transición demográfica, que tiene como resultado una sociedad más envejecida, dado que ya tenemos menos nacimientos y muchas más personas llegan a cumplir los 60 o 65 años (edades consideradas de retiro del ámbito laboral) y con una vejez más extendida en años. Estamos actualmente en esa etapa llamada “bono demográfico”, que básicamente significa un enorme contingente (66,9%) en edad productiva (15-64 años) que debe sostener un conjunto relativamente pequeño de niños y niñas menores de 15 años (24,3%) y personas adultas mayores de más de 65 años (8,8%).
Las experiencias más exitosas de aprovechamiento del “bono demográfico” apuntan a una inversión en las capacidades de su población joven (generando un salto en los niveles de producción y productividad) y en la integración de quienes están trabajando en mecanismos de aporte jubilatorio, asegurando tanto la vejez de quienes hoy están retirados como en una protección previsional una vez que esta generación adulta vaya cumpliendo la edad de retiro.
Este último aspecto es crítico. El país prácticamente no tuvo avances en la formalización de quienes están ocupados y sus reglas de cotización no están diseñadas para el mercado de trabajo que realmente existe. La solución que encontramos a esta situación es la pensión alimentaria (que cubre a la mitad de las personas mayores de 65 años), pero su sostenibilidad estará en jaque si no mejoramos la cobertura de la seguridad social contributiva.
Así como nuestros mecanismos de mercado de trabajo y cotización no tienen en cuenta el escenario laboral real; muchas decisiones públicas no tienen en cuenta nuestra demografía actual. Si todo sigue inercialmente será un “invierno demográfico” muy duro, con muchos de nosotros y nosotras ya en edad de retiro, demandando servicios sanitarios, de cuidado (hoy son muy exiguos) y jubilaciones y pensiones; cuyos costos estarán en las espaldas de los cada vez menos personas adultas (los niños y niñas de hoy).
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