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Nacionales

Ecología forense: inspeccionando rastros y señales

Heces de caracol. Foto: Lidia Pérez.

Heces de caracol. Foto: Lidia Pérez.

POR Alberto Yanosky
Biólogo y conservacionista.

Quiero seguir hablando de la biodiversidad, de ese conjunto de seres vivos con los que compartimos nuestros ambientes, ellos y nosotros, somos partes de esa intrincada red de relaciones entre diferentes especies y de estas con su ambiente. Y muchas veces nos verán, a quienes amamos la naturaleza y nos deleitamos con ella, que estamos haciendo actividades poco comunes para los miembros de la sociedad.

Sin embargo, permítanme decirles que cuando comenzamos a mirar las señales que dejan los animales, comenzamos a descubrir un mundo al que difícilmente teníamos acceso y a través de, por ejemplo, los excrementos, las heces, las deyecciones, las bostas, como quieran llamarlas, podemos conocer mucho de las especies que habitan un lugar. Solo requerimos saber mirar, y cuando tengamos el hallazgo, entonces comenzamos a hacer las preguntas que nos permitirán entender esa señal dejaba por un animal.

Nosotros, quienes estudiamos la naturaleza y los elementos que ella alberga, nos enfocamos en obtener la mayor cantidad posible de información de los excrementos, y a pesar de ser poco atractivo, tenemos métodos para que, en caso de estar frescas, no emitan olores y bien, proceso de secado y deshidratación, para que podamos analizarlas sin sufrir los embates negativos de las heces. Pero por lo general, estas se encuentran en el ambiente ya secas, y normalmente son inodoras. Pero si tienen contacto con la gente de campo que está acostumbrada a interactuar con la naturaleza, sabrán que estos conocedores utilizan la información para saber qué animal o bicho anda por ahí y para confirmar sospechas, si alguno de ellos se atrevió a depredar sobre algún animal doméstico.

Los excrementos nos brindan información primero sobre la especie que está ahí y que deambuló por el lugar, además nos dice del tipo de hábitat que esa especie utiliza, en muchos casos las condiciones con las que marcan su territorio, pero lo más común es la información que obtenemos de sus hábitos alimenticios. Miramos las heces y podemos ver pastos, brotes, hojas, frutas, semillas o también huesos, plumas, pelos, que nos dice si estamos frente a un herbívoro o un carnívoro, o quizás frente a un bicho que es omnívoro, es decir que tiene una amplia gama de alimentos que escoge. Muchas veces nos encontramos con estructuras duras, que es la quitina que tienen los caparazones de algunos insectos y crustáceos, y ahí nos damos cuenta de que, por ejemplo, algunos animales comen otros animales que están en el agua.

Los olores que tienen las heces a veces son muy característicos y en ciertas épocas más fuertes, esto nos permite a veces saber qué animal defecó sin llegar a ver el excremento. Este olor se debe a unas glándulas odoríferas que tienen en la zona genital y que les sirve para aparearse. Los excrementos a veces se ven desde lejos porque ciertos animales defecan en zonas visibles (arriba de troncos, en lomadas, sobre rocas o sobre los mismos tacurúes), lo que sumado al olor, son claras marcas territoriales, que dicen “cuidado, que este territorio es mío”, o un macho o una hembra que dice “aquí estoy yo, listo para dejar descendencia”. Lo cierto es que los excrementos tienen formas y tamaños muy característicos que difícilmente cambien (a excepción, claro, de alguna ingesta inapropiada que le actúe como laxante, como cuando el aguará guasú ingresa al bosque y come mucha fruta de pindó), lo que sí cambia es el color, ya que este está relacionado con cuan fresco e hidratado está el excremento, y también el tipo de composición.

Recuerdo con el colega Gerry Zuercher hace varios años recorríamos el Bosque Mbaracayú y aplicó una técnica utilizando el ADN en las heces para poder confirmar que los Aché, quienes ayudaban en la identificación de huellas, podían identificar fehacientemente los excrementos de la fauna silvestre, como también recuerdo los tiempos en los que con el colega Ramón Villalba juntábamos y describíamos excrementos de la fauna paraguaya para poder sistematizar la información. La verdad es que si comenzásemos a ver qué restos dejan la fauna, podría saber más de los animales que merodean un lugar y en particular sus hábitos, como saber qué comen. La técnica de ADN ambiental que recientemente utilizáramos en Paraguay también permite esto, de identificar ADN en muestras de aguas, que podrían haber venido de las deyecciones de la fauna silvestre. Todos elementos que nos dicen qué fauna hay, sin tener necesidad de verla.

Es clave poder contar con esta información, incentivar la búsqueda de información, el despertar de la interrogación y entender las relaciones de la naturaleza en la que nos encontramos. Tenemos todos estos elementos a nuestro alcance para reconstruir nuestra relación con el ambiente, los educadores y los padres, juegan un rol clave en manejar estas técnicas de aprendizaje utilizando elementos de la naturaleza. Cuando no encontremos más rastros y huellas de la fauna, creo que es el momento de prepararnos para nuestra propia desaparición; ya entonces, no habrá marcha atrás para restaurar el daño realizado. Mientras existan, aprovechémoslo y aprendamos para entender mejor y ayudar a nuestra supervivencia.

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