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Clave para la humanidad desde su estado salvaje

Hace unos días compartía con colegas un viaje de campo al sur del país y allí pudimos ver a un muy “tierno” roedor a la vera del camino y en muchos casos con sus crías, el año pasado para la misma fecha también los habíamos visto, por lo que su época de reproducción es la primavera y verano, y evidentemente dieron a luz hace unos días, ya que las crías son pequeñas y se aventuran con sus madres a buscar alimento en los costados del camino. Cuando uno se acerca, rápidamente se introducen entro los pastizales al costado del camino, donde se pueden ver los huecos que frecuentan. Estamos hablando del apereá o cuis. Ya habíamos hablado en un número anterior este mismo año sobre “roedores que enternecen”, pues hoy nos vamos a dedicar a esta especie que es tan importante para la medicina, para
el esparcimiento, sin dejar de considerar el importante rol que cumple en los ecosistemas.

Aperea. Foto: Tatiana Gallupi.

Aperea. Foto: Tatiana Gallupi.

Este roedor de hábitos diurnos y herbívora, que se le conoce también como cuis, es de amplia distribución en nuestro continente sudamericano y se lo puede ver comúnmente en donde existan algunos pastos que le den abrigo y alimentación. Es un habitante de los pastizales y las sabanas. Prefiere salir en búsqueda de los tiernos brotes temprano por la mañana y tarde por la tarde, evitando las horas de mayor insolación. Tiene una serie de túneles superficiales y además una zona característica que usa como “baño” donde deposita sus excrementos, que son muy característicos, ya que parecen pequeñas lentejas o porotitos. Esta especie es utilizada por el hombre, recordarán los incendios que causaban ciertas personas para poder cazarlos cuando lo que es hoy el Parque Metropolitano estaba abandonado y no había control sobre las personas y su accionar. Las quemas intencionales eran para que los apereás saliesen de sus nidos y así pudiesen ser cazados, ya que su carne es muy apetecida a pesar de su tamaño, puesto que no llega a pesar más de ¾ kilogramo. Quienes hayan visitado Perú y Bolivia, habrán visto que hasta se los cría en cautiverio para poder disponer de una delicadeza como la carne de cuis.

Se lo conoce científicamente como Cavia aperea y el grupo de los Cavia es el que da origen al cobayo, por ello al cobayo también se lo conoce con el nombre de cuis o conejo o conejillo de las Indias. El cobayo en sí, ese animal que se usa en medicina y que además sirve de mascota, es un descendiente de nuestros cuises o apereá, el cual a través de un proceso de cruza (hibridación) produjo lo que hoy conocemos como cobayo. El cobayo como animal de mascota tiene más de 400 años de historia y fue llevado desde Sudamérica hacia Europa, desde donde se “mejoró” el animal. Los apereás entonces no solo juegan un rol importante en la relación con el ser humano por su docilidad y facilidad de mantener en condiciones de cautiverio, sino que ha sido clave en la cultura sudamericana, en la culinaria y en la medicina popular. Hoy sabemos genéticamente que el cobayo está relacionado con al menos tres especies, una de ellas, la nuestra, Cavia apereá, pero ya lleva más de 300 años la experimentación con cobayos para atender cuestiones de salud y enfermedad humana, y han sido claves en aportar a soluciones para la diabetes y tuberculosis, entre otra. Otra vez, su docilidad, su facilidad para mantenerlos en cautiverio, pero también su alta tasa de reproducción. Pero, además, tienen una memoria particular y pueden aprender rápidamente, por ejemplo, recordar caminos para llegar a una meta. Son sociales y pueden comunicarse entre ellos emitiendo unas vocalizaciones, las que seguramente utilizan para advertir sobre peligros, pero además para pasar otro tipo de señales.

Algunos estudios sugieren que el cuis o apereá cumple el rol de los herbívoros en los ecosistemas, ya que las vacas y otros herbívoros domésticos son exóticos, es decir, no son originarios de Sudamérica. Los cuises y los cérvidos (ciervos, corzuelas) junto a otros herbívoros como mamíferos y aves, podrían haber estado modelando el paisaje de pastizales y sabanas.

Quiero agradecer a Tatiana Galluppi, Rebeca Irala y Carlos Ortega por facilitarme fotos de estos increíbles seres de la naturaleza y solo invitarlos a que cada vez que vean un apereá no dejen de reconocer la importancia que tiene para la naturaleza, pero que, además, pocos roedores, no brindan tantos beneficios para nuestro bienestar.

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