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Nacionales

El mboreví, imponente herbívoro, jardinero del bosque

Foto: Carlos Ortega.

Foto: Carlos Ortega.

POR Alberto Yanosky
Director EIISA (Estructura Interdisciplinaria de Investigación Integral Socio-Ambiental) - UNAE.

Siempre nos preguntamos por qué en Sudamérica no tenemos los grandes herbívoros en las praderas o sabanas como los que existen en África; y, sin embargo, sí los hay, no son elefantes, ni jirafas, ni hipopótamos, pero tenemos ciervos y tapires, y hasta algunos ecólogos manifiestan que las hormigas podadoras podrían cumplir ese rol de los grandes herbívoros africanos. Pero a juzgar por los relatos de los europeos que llegaron al Uruguay, por ejemplo, esos pastizales infinitos estaban muy poblados con ciervos. Quizás nuestra presencia, la introducción de otros herbívoros como el ganado doméstico, la modificación de los hábitats, haya hecho que las poblaciones originales de grandes herbívoros haya disminuido y lo que encontramos hoy en la naturaleza sea apenas una pequeña muestra de lo que había antes de la llegada de los “conquistadores”. Uno de los grandes herbívoros sigue presente hoy en Paraguay y en la región, y nos recuerda al burro, por su tamaño y por otras condiciones que trataré de señalar más adelante. Hablemos hoy un poco de los tapires o mborevi (como se lo conoce en guaraní) o también anta o danta. Gracias a Carlos Ortega, que con sus excelentes fotos nos permite apreciar la especie y me llevó a escribir sobre ella.  El origen del nombre tapir, también proviene del tupí guaraní brasilero, ya que se refiere al animal como tapyra o tapira, así que este animal tiene dos nombres comunes que tienen su origen en guaraní. El nombre científico original de estos animales estuvo estrechamente relacionado con los hipopótamos.

El mboreví es tan emblemático que en diferentes provincias argentinas está declarado como monumento natural, lo que ayuda a su protección absoluta. Hasta tenemos un día que celebramos al mboreví o tapir, el 27 de abril, “Día Internacional del Tapir”. Lo cierto es que este gran mamífero necesita un gran territorio que utiliza con gran destreza tanto dentro del monte como en los pastizales como en el agua, y es un gran nadador, utilizando lagunas, riachos y ríos, los cuales cruza sin mayores problemas y donde bucea cuando se ve amenazado. Se lo encuentra mayormente en cercanías del agua, lo que demuestra que gusta de estos ambientes húmedos, y en los barreros dentro del bosque, sus rastros están siempre presente cuando la especie todavía existe en el ambiente. Tiene patas cortas y fuertes y tres dedos en los miembros delanteros y cuatro en los traseros, lo que hace que sus huellas sean muy características.

Foto: Carlos Ortega

Este animal es el mayor mamífero terrestre de Sudamérica, puede medir hasta algo más de dos metros de largo y pesar hasta unos 300 kg., tiene una cola crota y una altura al pecho que puede superar el metro. Su coloración es variada, de gris a marrón, con orejas pardas y puntas blancas, con una crin que va desde el cuello hasta la cola. La cría es muy distinta, tiene rayas blancas o amarillentas, lo que la hace muy mimética. Se dice que tiene una trompa, pero en realidad lo que tiene es un labio superior mucho más desarrollado, y con su nariz móvil (que conocemos como probóscis) se asiste para comer hojas, ramas tiernas, frutas, siendo un herbívoro nato. Y el conocimiento tradicional le ha dado el nombre de hierba del tapir o hierba del mborevi o mborevi ka’a a algunas especies que son muy palatables para el tapir, como los arbustos de Coussarea (también conocido como pimentero), de los bosques de la región oriental, también de la misma región los arbustos de los géneros Faramea y Rudgea (también conocido como karaja vóla). Estas son algunas plantas que el conocimiento local y tradicional ha identificado como plantas que come el tapir.

Es un animal muy tranquilo, que deambula solitario y no es agresivo, siempre y cuando no se sienta atacado, deambula en senderos que frecuenta y recorre un tanto torpemente, pudiendo alcanzar gran velocidad y siendo tan pesado y grande, que donde se encuentra deja rastros y huellas. Comenta la gente de campo que el único riesgo es cruzarse en el camino o encontrarlo con su cría y no tendrá reparo en pisarte y golpearte con sus miembros delanteros. Tiene una visión reducida, pero un increíble olfato, y cuando se lo puede ver, su comportamiento indica que está “oliendo el viento” y no necesariamente mirando. Gustan de los barreros donde aparentemente tienen oportunidad de lamer los terrenos con sal, la que buscan en los diferentes ambientes. De hecho, los cazadores suelen colocar sal en zonas barrosas para atraerlos y ubicarse en plataformas desde donde les disparan; evidentemente, en las alturas, los cazadores no son olfateados por los tapires.

Sus heces son parecidas a las que deja un caballo, burro o mula, bolos más pequeños de fibras vegetales que contienen hojas y semillas, que con frecuencia dejan en cercanías del agua o encima de ellas. La gran cantidad y diversidad de semillas que dispersa con sus heces le han dado el título de “gran restaurador del bosque” ya que estas bostas contienen mucho material genético de diferentes especies que ha pasado por su tracto digestivo, facilitando la disposición para la germinación, y el mismo mboreví con sus frecuentes movimientos es un gran dispersor de la riqueza del bosque, llevando material genético (semillas) a zonas alejadas de donde se produjeron e inclusive a zonas degradadas ayudando así a su restauración. Al ser un gran restaurador, interviene así en la dinámica del paisaje, permitiendo que un conjunto de especies pueda desarrollarse para mantener la matriz original del bosque.

Foto:  Carlos Ortega

Conservar la especie es nuestra obligación, con acciones como mantener su diversidad genética en poblaciones estables, reduciendo la pérdida de su hábitat, y además controlando la cacería, ya que la especie no solo es perseguida por su carne, sino también por su cuero. Es un animal dócil que se cría en relación con los humanos, lo he visto en varias oportunidades siendo criado por los Aché en Canindeyú. Puede vivir más de 30 años en cautiverio, aunque se estima que en la vida silvestre su vida promedio es de 20-25 años. Cría una vez al año, dando a luz a solo una cría. Y perdón, casi lo olvidaba, es que el mboreví  macho tiene un atributo que lo hace muy llamativo (y es pariente del burro) así que cuando a alguien lo llamen “mboreví” ya se podrá imaginar cuál es la razón.

Agradezco el apoyo de Carlos David Ortega por las fotos y la motivación.

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