Nacionales
Un buitre como los hay pocos
El yryvu ruvicha (Sarcoramphus papa). Foto: Carlos Olmedo
Una vez más, Carlos Ortega nos fascina con una captura de lo que ve a través de su cámara fotográfica, y en este caso sobre un ave majestuosa de nuestra riqueza natural. Un ave que se conoce con el nombre de buitre real o yryvu ruvicha, científicamente Sarcoramphus papa. Es un ave de amplia distribución desde México hasta el norte argentino y uruguayo, y adopta otros nombres como zopilote, cuervo o cóndor, siempre con el adjetivo real (o rey) acompañando al sustantivo. Esta característica de real o rey hace referencia a esa majestuosidad, a ese carácter de mayor, más destacado, y es cierto ya que, dentro de su grupo, el de los jotes o mal llamados “cuervos” (ya que no son de la familia de los córvidos), y pertenecientes a los catártidos, junto con el cóndor, son los de mayor tamaño, y la familia alberga otras tres especies más, el jote negro, el de cabeza amarilla y el de cabeza roja; estos tres también forman parte de nuestra fauna nacional. Si bien estos “cuervos o jotes” están emparentados, parece que el registro fósil indica otras especies que precedieron a nuestro yryvu ruvicha.
Mientras el cóndor es andino, el yryvu ruvicha es conocido también como cóndor de las selvas, ya que se encuentra más asociado a los bosques fuera de zonas andinas. Su nombre científico hace referencia a la forma que tiene el pico (como el de un águila) y que es carnívoro carroñero. Es un habitante de bosques y selvas, y es allí donde ejerce un rol clave en la naturaleza. Al ser carroñero, se encarga de limpiar el ambiente de cadáveres. Y aunque esto pueda no ser muy agradable no podemos dejar de reconocer que, en el ciclo de la vida los seres vivos mueren y el proceso de descomposición y “reciclaje” es prioritario. Este jote limpia el ambiente de cadáveres al alimentarse exclusivamente de los cuerpos en descomposición y al cumplir este rol ayuda a la contención de epidemias, plagas y otras enfermedades que podrían propiciar cuerpos en putrefacción, mientras que reciclan los nutrientes. No podríamos imaginar un ambiente sin la existencia de estos “limpiadores de ambiente”, en particular de los bosques y selvas. Una de las preguntas es cómo detecta la carroña y la evidencia que hoy tenemos indica que es a través de un poderoso poder olfativo.
Es un ave de gran tamaño que supera los 75 cm y una envergadura alar de casi dos metros y un peso que puede oscilar entre los 7 y 14 kg. Llaman mucho la atención sus colores, con ojos blancos, un cuello despejado de plumas de color naranja y amarillo, también una cabeza desnuda de color gris y un anillo en los ojos también de color naranja, base amarilla del pico, mientras que la punta de este es color naranja. Si bien es difícil diferenciar los sexos, los juveniles tienen una coloración diferente y alcanzan el plumaje de adulto aproximadamente a los cinco o seis años de vida.
La biología de la conservación destaca que esta especie requiere de estrategias de conservación ya que los agroquímicos, y en particular los residuos organoclorados, podrían afectar la sensibilidad de las cáscaras de sus huevos; también la ingesta de animales muertos que hayan sido envenenados por el ser humano, además de la fragmentación y la desaparición de sus hábitats naturales, en particular los bosques y selvas, y la colisión con tendidos eléctricos. Más recientemente existen evidencias de que algunos fármacos utilizados en la ganadería podrían afectar la supervivencia de la especie, cuando ingieren ganado muerto que ha sido tratado. La creencia de que esta especie, así como otras, podría depredar sobre las crías recién nacidas, hace que también se la persiga en los ambientes en que se encuentran.
No es un ave que se pueda ver en cercanías de poblados, y siempre prefiere las zonas más bajas (por debajo de los 1.500 metros sobre el nivel del mar) y con poca modificación humana. Si bien es cierto que la cría de ganado por parte del hombre también le ofrece más alimentación. Se lo suele ver solo o con su grupo familiar, ambos sexos se encargan de cuidar las crías, y verlos planear, con poco aleteo, muestra la habilidad de las aves para “supervisar” el terreno en búsqueda de justificativas para alimentarse y limpiar su ambiente.
Tenemos una inmensa responsabilidad para que esta especie y los otros “descomponedores” puedan seguir jugando el rol que cumplen en la naturaleza, deberíamos poder ser conscientes de que la desaparición de esta ave podría significar la proliferación de cadáveres en el ambiente con las consecuencias que material en putrefacción podría significar. La sabiduría indígena ha captado la importancia de esta especie a la que se le asignan diferentes “poderes” y un grupo de líderes de seis naciones indígenas de Paraguay lo han tomado como su identificación para la Red para la Revitalización de Conocimientos Ecológicos de los Pueblos Indígenas (RECEP); queda una enorme responsabilidad en nosotros, los no indígenas, de asegurar la perpetuidad de la especie y con ella, el balance y integridad de la naturaleza. Y comenzar a mirar al “buitre” no como un ser vivo que se ceba gracias a la desgracia de otro, como lo hacemos al referirnos a un “humano buitre”, sino como un ser vivo que ayuda a mantener un ambiente saludable. La naturaleza nos muestra lo positivo y beneficioso, los humanos parece que nos encargamos de hacer ver lo negativo y lo perjudicial.
Se agradece a Carlos Ortega por sus fotos y su compromiso personal y profesional, a Rebeca Irala por el acompañamiento técnico.
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