Nacionales
Colores de alerta y estrategias para engañar
Oxyrhopus_trigeminus. Foto: Hugo Cabral.
En ecología tenemos dos palabras que podrían hasta ser antónimas: críptico y aposemático; esta última como adjetivo derivado de aposemasia, mientras que la primera deriva de cripsis. Cuando hablamos de algo críptico, nos referimos a algo que pasa desapercibido, por ejemplo, un animal que difícilmente se pueda distinguir de su entorno, de su ambiente circundante, habrán visto varias mariposas, langostas y hasta serpientes que se confunden con el ambiente, por sus colores, por sus formas.
Lo contrario es aposemático, algo de colores o formas llamativos, que se destaca de su entorno y que, de una manera u otra, nos indica “estoy aquí” y muchas veces esos colores aposemáticos son señales de alerta, como los colores rojo, naranja, amarillo y su combinación con otros colores como puede ser el blanco y el negro. Habrán visto las avispas y algunas arañas y hasta orugas, que con esos colores nos alertan que podrían causarnos daño.
En realidad, la evolución parece haber llevado a estas adaptaciones para evitar la depredación, ya sea porque se confunden con el ambiente y los posibles depredadores no podrían distinguirlas fácilmente, o bien para evitar que los depredadores ataquen ciertas especies que ya presentan colores llamativos que son alertas.
Recientemente, dos colegas y amigos han publicado un trabajo científico, aparecido en la prestigiosa revista Biological Journal of the Linnean Society que específicamente habla de estas cuestiones, y me han hecho recordar mis primeras andanzas en la ciencia, que luego de dos de trabajo culminó con un trabajo científico sobre una especie que jugaba a dos roles, críptica y aposemática, ambas adaptaciones en una misma especie, publicado en 1988.
Hugo y Pier, junto a otro colega, han hecho una revisión de un grupo particular de serpientes, falsas yararaes, que incorpora a aquella especie que yo estudié, una falsa yarará con una escama muy particular en el rostro. Pero no era una falsa yarará cualquiera, era una falsa yarará que se transformaba en una falsa coral frente a una continua agresión.
Existen tres grandes grupos de serpientes venenosas, las yararaes, las cascabeles o mboichini, o las corales o mboichumbe. Como si fuese fácil entender cómo evolucionan las especies para ser crípticas o aposemáticas, el tema de hace más complejo cuando existen otras especies que tratan de parecerse a esas especies que son venenosas, y hay varias especies que tienen a parecerse a las yararaes, por sus colores, diseños, y otras que adoptan colores rojos, blancos y negros para parecerse a las corales. Inclusive hay varias especies que emiten un ruido con su “cola” recordando a las cascabeles, como así también hacen un movimiento con su extremo distal haciendo parecer “una cabeza” como hacen ciertas corales. Lo cierto es que en esos juegos adaptativos no solo han adoptado los colores para parecerse a otra especie, sino que también han adoptado comportamientos de esas otras especies venenosas.
Paraguay tiene una rica fauna de serpientes, con más de 100 especies, entre las que tenemos varias especies de yararaes y de corales, y una mboichini, pero muchas otras especies que son culebras, en mayor o menor grado inofensivas, que adoptan formas y colores para parecerse a las venenosas.
Ilustramos con fotografías a cuatro de estas especies conocidas como falsas corales, ya que no son corales verdaderas, entre ellas a Oxyrhopus rhombifer, Oxyrhopus trigeminus, Clelia clelia y Xenodon pulcher, en las que pueden observar las combinaciones de colores negros, rojos y amarillos, todas ellas con semejanzas a las corales verdades, como es el caso de Micrurus altirostris, observen cómo esconde la cabeza y hace un movimiento (juego) con su cola asemejando una cabeza, una adaptación posible para desviar la atención del depredador evitando que le dañen su cabeza.
Este comportamiento ha dado la creencia popular de que estas serpientes “muerden” también con su cola. Apreciar la naturaleza, con los cuidados y precauciones pertinentes, nos hace pensar en los miles y miles de años de evolución que las que estas especies cargan para poder sobrevivir en el ambiente y también nos impone una gran responsabilidad para permitir que los procesos ecológicos y evolutivos puedan permanecer.
Se agradece a José Maciel y Hugo Cabral por el apoyo y las imágenes.
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