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Aparearse no es barato, y prevalece el egoísmo y la inmortalidad
Pareja de Aratinga nenday. Foto: Rebeca Irala
La reproducción en la vida del planeta no es una tarea menor, las especies se preparan, responden a estímulos del ambiente, se producen cambios hormonales, histológicos y de comportamiento, todo con el fin de poder perpetuar los genes propios del individuo como así también los de la especie. ¿Qué es lo que quiero manifestar? Parece que la evidencia que hemos venido acumulando nos habla de que el individuo tiene comportamientos que primeramente hace que sus genes, su información genética, se pueda combinar con los de otro individuo para que juntos formen un individuo (o varios) que tenga la fortaleza, el vigor para hacer frente a las condiciones del ambiente. Esto lo han tomado quienes pueden manipular la información genética para favorecer ciertos caracteres, este vigor híbrido (porque se cruzan dos individuos, a veces dos especies o razas) o heterosis, lo que hace es que este híbrido tenga ventajas. Se ha escrito mucho al respecto, hasta el concepto del gen egoísta entendido como el gen inmortal, en el cual la unidad básica de la reproducción sería el gen y no el individuo. Entender esta situación significa que todos esos cambios que se producen con miras a la reproducción, ocurren en respuesta a lograr que esos genes que tenemos en nuestros organismos, las diferentes especies, solo buscan perpetuarse y en esta lucha prevalece el egoísmo para lograr la inmortalidad del gen. Hasta se ha debatido la visión de la fidelidad, de la monogamia versus la teoría de perpetuar el gen y de hacerlo inmortal.
Como siempre, creo que la respuesta está en la naturaleza, y la naturaleza es tan diversa como la heterogeneidad de opiniones al respecto. Por un lado, el aguapezó o jacana (Jacana jacana), una hembra que copula con varios machos para poner huevos que posiblemente tengan diferentes padres, una hembra con carácter, ya que ella es la que elige los genes con los cuales se combinarán los suyos, seguramente la diversidad de padres, aumentará la diversidad de vigores en sus proles, aumentando la supervivencia y la inmortalidad de sus genes. Por otro lado, los machos del ñandú (Rhea americana) parecen ser quienes dirigen la orquesta haciendo que las hembras de su harén coloquen los huevos en el nido que él construye y se encarga también de incubarlos y criar los polluelos. La hembra de jacana elige a los machos con los cuales copulará para perpetuarse, mientras que el macho de ñandú confía en que los huevos que ponen las hembras, son huevos que contienen su información genética.
Reproducirse y todo lo que está asociado, como los cambios en el plumaje de las aves son eventos con un costo energético alto, son procesos dinámicos, y se ha debatido que tal alto costo podría estar en riesgo cuando se invierten “todos los huevos en una misma canasta (para no salir del tema)”. En la naturaleza se ven muchos casos de infidelidad, visto con una visión humana muy particular, en algunos casos lo que se busca es que la descendencia se origine con individuos que no están emparentados, recordemos que normalmente la descendencia originada entre parientes (genes similares o idénticos) producirá genes de menor calidad e incluso la aparición de enfermedades congénitas que solo se presentan cuando ya no hay tanta variabilidad genética, es decir tanto vigor híbrido, en un fenómeno que se lo conoce como “inbreeding” o endogamia. Esto pasa en muchas aves y son mayormente las hembras las “infieles” que buscan salir de su territorio, donde están los machos “parientes”, para reducir la probabilidad de que tengan genes similares.
Lo cierto es que la ciencia cada vez hace más aportes y con eso abre grandes interrogantes, por qué algunos machos serían exitosos y se perpetúan si es que no están cuidando sus propios genes; y en el caso de las aves, parece que podríamos encontrar todas las respuestas, los machos por lo general, se adornan, se esmeran, se lucen para atraer a la hembra, la que finalmente decide con quién compartirá sus genes en unos nuevos individuos.
Agradezco a Rebeca Irala Melgarejo y José María Partes por las fotografías.
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