Nacionales
Sobre esos vínculos sólidos con un largo proceso por detrás
Milvago chimachima con Hydrochoerus hydrochaeris. Foto: Rebeca Irala
Cuando miramos la naturaleza vemos diferentes tipos de adaptaciones, colores, formas, sonidos, comportamientos, que en muchos casos nos invitan a usar nuestras redes neuronales para imaginarnos alguna “razón” de esas características. En muchos casos hablamos de convergencia, algo así que como con el tiempo la vida va adaptándose a ciertas condiciones y “evoluciona” para hacer más eficiente esa relación.
Cuando comento esto, los ejemplos como son los picos de algunos picaflores y las flores mismas que utilizan, las formas y colores de los buitres y las carcasas u osamentas de las que se alimentan, las lianas o enredaderas trepadoras con sus sistemas de “agarre”, algún que otro carpincho que se beneficie de un ave que le limpia su piel de parásitos externos, y hasta de un chogui o celestino que come frutas y las dispersa.
Y en la naturaleza existen muchos otros casos muy evidentes y que suelen pasar desapercibidos, como los cactus que cuelgan de ciertos troncos, o las hormigas que viven en el tronco ahuecado de las cecropias que vulgarmente conocemos como amba’y.
Y así, podemos citar cuestiones que tienen que ver con las estrechas interrelaciones entre los organismos vivos, plantas con plantas, animales con animales y plantas con animales, y obviamente ni que hablar de los hongos, otro grupo de seres vivos que no suelen ser tenidos muy en cuenta. Los hongos quizás son un claro ejemplo de esas interrelaciones, de las cuales algo sabemos.
Obviamente, es mucho más de lo que no sabemos, situación que nos pone en mayor vulnerabilidad ya que nuestras acciones deterioran el ambiente, producen cambios muy rápidos y bruscos que no permiten la adaptación de los seres vivos. Igualmente, la naturaleza se abre pasos a esos cambios, tratando de amortiguar el cambio y de restaurar el daño, los vemos en la colonización de plantas y animales en lugares abandonados.
Esos vínculos entre los seres vivos y su entorno conllevan miles de años de adaptación, de caracteres que aparecen y resultan beneficiosos, y se quedan en esas formas, colores, sonidos y comportamientos, y van haciendo que los seres vivos estén más íntimamente relacionados. Un picaflor no podrá alimentarse sin esas formas de flores tubulares ya que su pico está adaptado a ello, o quizás las flores no podrán polinizarse y así generar nuevas plantas con flores si no son polinizadas por los maynumbi; como las hormigas de los amba’y no encontrarán otros huecos para hacer sus nidos como el hueco del tallo de esta planta, y la planta no recibirá la protección que le dan las hormigas ante depredadores.
Estas relaciones las podemos clasificar en diferentes tipos, el mutualismo cuando hay una interacción biológica entre individuos de diferentes especies, en ambos obtienen ventajas y mejoran su aptitud si están juntas (el chimachima u otra ave sobre el lomo del carpincho para sacarle los ectoparásitos, por ejemplo). Cuando una de las dos especies recibe algún “premio” (refugio, alimento, u otro) se habla de mutualismo defensivo.
No debemos confundir mutualismo con cooperación que es la que se da cuando hay “cooperación” entre dos miembros de la misma especie, como es el acicalamiento en ciertos monos, buscándose estos ectoparásitos. Cuando una de las especies tiene una ventaja de esa relación, pero la otra no, hablamos de comensalismo; por ejemplo, las aves que usan huecos o construyen sus nidos en los árboles, o muchos cactus u otras plantas que usan de sustrato la corteza de ciertos árboles. Cuando esta relación es negativa, hablamos de parasitismo, como ocurre en algunas aves, y en cualquier tipo de parásitos de los que conocemos.
Parasitismo, comensalismo, mutualismo, y sus varias tipologías son relaciones entre dos (o más especies) de la diversidad de la vida en el planeta que se conoce como relaciones simbióticas. Estas relaciones a veces son permanentes y en otras son temporales, o son obligatorias o facultativas, y esto quizás también muestra una forma de cómo fueron evolucionando, ya que uno imaginaría que, si las condiciones se mantienen, lo temporario podría pasar a ser permanente y lo facultativo a obligatorio, haciendo que las especies de “especialicen” y cuando más especializadas más vulnerables a ser afectadas por los cambios.
Estos cambios que causamos en el ambiente, sea por la deforestación o secar humedales, por contaminar las aguas, los suelos, no sólo con tóxicos, pero también con contaminación visual y sonora, afecta de manera importante la relación entre las especies y afectan su supervivencia.
Miremos un sendero dentro de uno de los parques nacionales más emblemáticos (el Ybycui) y pensemos arrasar con toda esa naturaleza, lo que vemos que se destruye, y lo muchísimo más que no vemos ni percibimos. Nuestras acciones deberían ser más estudiadas, ya que, al afectar ese equilibrio dinámico natural, estamos poniendo en riesgo miles de años de evolución, que las hacemos desaparecer en un momento, inclusive sin tener real conocimiento de cómo nos afectará en nuestra propia supervivencia.
Se agradece la inspiración de Lidia Pérez de Molas, Rebeca Irala, Tatiana Galluppi y José Maria Paredes.
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