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Pohã ñana: más evidencias de la importancia de la biodiversidad
Agosto poty (Senecio grisebachii). De origen nativo. Su floración amarilla al final del invierno no pasa desapercibida en los campos naturales del país. Foto: Rebeca Irala.
Mantener uno o unos cuantos individuos de una planta o de un animal tiene poco valor para la naturaleza, quizás es altamente probable que se extinga; y esto es porque la biodiversidad es mucho más que unos pocos individuos. La biodiversidad o diversidad biológica, “la heterogeneidad de la vida” comprende tanto la diversidad dentro de una especie, sea planta, animal u hongo, o un ecosistema como la diversidad y heterogeneidad entre especies o ecosistemas. Y la diversidad dentro de una especie se puede dar básicamente por las diferentes poblaciones y por la diversidad genética.
Las poblaciones son conjuntos de individuos de una especie con características propias normalmente en un espacio y tiempo. Los cambios en la biodiversidad pueden influir en el suministro de servicios ecosistémicos, ya que esta diversidad existente entre los organismos vivos, es esencial para la función de los ecosistemas.Y estos servicios ecosistémicos, como venimos diciendo, muchas veces no los percibimos, pero están allí y hasta han sido valorados.
La biodiversidad, al igual que los servicios ecosistémicos, ha de protegerse y tenemos la obligación y debemos exigir que la misma se gestione de forma sostenible, ya que son parte de nuestra seguridad, como lo es la salud, el acceso al agua, y a un ambiente saludable. Los servicios ecosistémicos son la multitud de beneficios que la naturaleza aporta a la sociedad. Los servicios ecosistémicos y los productos que estos nos dan, hacen posible la vida humana, por ejemplo, al proporcionar alimentos nutritivos y agua limpia; al regular las enfermedades y el clima; al apoyar la polinización de los cultivos y la formación de suelos, y al ofrecernos esos beneficios cada vez más necesarios como los recreativos, culturales y espirituales.
Algunos cálculos mencionan que estos bienes se podrían valorar en más de 120 billones de dólares americanos, y como es normalmente común, lo que damos por hecho, lo que está ahí y se nos presenta como abundante y todos somos dueños, pero nadie responsable, no reciben la atención adecuada en las políticas y las normativas económicas, en tanto no se invierte lo suficiente para protegerlo, ordenarlo y usarlo sustentablemente. Y vamos a ir hablando de estos servicios y productos del ecosistema, que están ahí y que no nos damos cuenta de su importancia hasta que nos falta, como lo es el aire, respiramos y todo bien, pero en estos difíciles momentos de pandemia, algunos han tenido que experimentar y en forma muy dura, la falta de oxígeno, estaba ahí, lo usábamos y teníamos la capacidad de hacerlo, pero nunca lo valoramos hasta que no podemos respirar.
Vamos a ocuparnos de esas plantas que están en la naturaleza, algunas las domesticamos, otras no, pero que nos ayudan a curar nuestros males, y me refiero a las plantas medicinales, o las Pohã ñana, esas que vemos en el mercado, esas que están expuestas sobre mesas en lugares de mucho tránsito, esas que mujeres y hombres de nuestra tierra venden por las calles y se exhiben en sus planos y suculentos canastos, esos que nos trae “la yuyera” para nuestro rico mate o tereré, sí, esos que buscamos cuando sentimos un malestar.
Esas plantas que se exhiben es una clara relación de nuestra relación con la biodiversidad, no solo porque nos muestran la cantidad de plantas que tienen importancia en nuestro bienestar, sino porque nos muestran que hay un conocimiento que se generó (seguramente por prueba y error, algún antepasado habrá consumido una hierba que afectaba la salud en lugar de mejorarla, y también aprendimos a evitarlas). Ese conocimiento tradicional que alguien conocía de hecho lo validamos de derecho y pasó a ser parte de nuestro conocimiento societario.
Sin embargo, son pocos los casos en los que estos Pohã ñana se producen en condiciones sustentables, sea en viveros o con cosechas sustentables, y los colectores de estas hierbas o yuyos cada vez deben ir más lejos (a la naturaleza) para poder ponerlos a nuestra disposición en nuestros ambientes urbanos y además ganarse la vida generando ingresos con la venta de las plantas medicinales. Por suerte, nuestros colegas han captado la rica cultura sobre plantas medicinales en Paraguay y la región, y hasta algunas de ellas ya las hemos catalogado como especies con problemas de conservación, lo que es una llamada de atención, ya que si no hacemos algo pronto careceremos de ellas. Y hasta se han desarrollado empresas que “industrializan” el conocimiento y lo deshidratan, y lo envasan con más acceso a los consumidores.
El supermercado y la farmacia de los pueblos originarios, con un conocimiento ancestral, está allí todavía por conocerse para los que no somos de estos pueblos; sin embargo, ese super y farmacia está desapareciendo a pasos agigantados y así también todas estas plantas medicinales. Estas plantas nativas de nuestros bosques, pastizales, humedales se combinan con otras traídas de otras regiones para darnos una de las grandes variedades de plantas medicinales del mundo. Las hay para los problemas digestivos (jaguarete ka’a, kapi’i katî, kuratû, hierba lucero), para cortar la diarrea (arasá, mburukuja), las que nos abren el apetito (ka’arê, ñangapiry), las antisépticas (ñandypa o para para’i) o cicatrizantes (cola de caballo), o las diuréticas (tapakue, ysypo milhombres), antirreumáticas (tarope), antiinflamatorias (karanda’y), antiparasitarias (ka’arê), o algunas como el amba’y que nos ayudan con los problemas del corazón o los problemas respiratorios.
No hay dudas de su importancia y su valor, hasta la katuava (etimológicamente “lo que da fuerza al indígena [katu + ava] ) es ampliamente reconocida por mis amigos (obviamente, no yo!) al ser un estimulante sexual bien potente, y si bien algunos la toman para controlar la ansiedad, yo creo que podría ser por alguna otra “disfuncionalidad”; lo cierto es que sean hojas, tallos, semillas, frutos, flores o raíces, tenemos una cultura poco valorada de estos recursos genéticos que nos brinda la naturaleza y que han servido de base para el desarrollo de muchos medicamentos que hoy se nos presentan ahí para comprarlos, sin reconocer su evolución en la naturaleza, el rol que cumplen en el ecosistema y el conocimiento que hemos adquirido para que hoy podamos utilizarlo para nuestro bienestar.
Tenemos la obligación de gestionar sustentablemente estos recursos, en algún momento se nos van a acabar si no lo hacemos, y existen altas chances de que el arrepentimiento no nos devuelva el recurso genético que la naturaleza nos proveyó, afectándonos por un lado por la carencia de ese bien y también afectando a la naturaleza por haber “extirpado” o extinguido algo que no sabemos muy bien qué rol cumple.
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