Cultura
Curiosos contemporáneos del mariscal López: la reina Ranavalona
Mariscal López y reina Ranavalona. Cortesía
Muy lejos de China y Paraguay se extiende Madagascar, una enorme isla con grandes recursos naturales y una variada flora y fauna que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. Su cultura e historia política tiene más en común con Indonesia que con la cercana África meridional. Hasta donde los europeos sabían algo de Madagascar a principios del siglo XIX, creían (correctamente) que había servido durante muchos años como centro de piratería que interrumpió el comercio con la India y las Indias Orientales Holandesas. Estas empresas criminales se superponían a una activa trata de esclavos, que a su vez fue instigada por un gobierno real independiente que dominaba al pueblo malgache de la importante ciudad de Antananarivo, en las cordilleras centrales.
A medida que avanzaba el nuevo siglo, las potencias europeas descubrieron la presencia de ciertos políticos nativos, sin excluir a miembros de la familia real malgache, que veían el futuro en términos de imitar los logros extranjeros e integrarse al orden capitalista en expansión. Estos reformadores locales, que generalmente colaboraban con los misioneros protestantes y católicos y los patrocinaban, se veían a sí mismos como modernizadores de primer orden. En esto, utilizaron el mismo vocabulario de liberalismo y cambio económico que empleó Carlos Antonio López en el lejano Paraguay. Además, al igual que este último, a veces enviaban a sus hijos a Europa para adquirir experiencia en negocios, ingeniería y otros campos que pudieran estimular el desarrollo en su propio país insular.
Sin embargo, algunos individuos importantes dentro de la élite malgache se negaron a ceder a los estándares externos en cuanto a fe e inclinación económica. Rechazaron las enseñanzas de los misioneros extranjeros y se aferraron tenazmente al sistema de creencias asociado al culto ritualizado de los antepasados y a un sistema social de castas. No solo valía la pena morir por las viejas costumbres, sino también matar. Con este fin, los conservadores malgaches mantuvieron un gran ejército permanente, bastante parecido a los rígidos defensores de la dinastía Ch’ing de China.
Si podemos pensar en el negro intenso como un color sublime, entonces la más pintoresca de los conservadores malgaches que rechazaron el nuevo mundo del vapor, de ciencia y el gobierno constitucional fue la reina Ranavalona, que dominó en la isla entre 1828 y 1861. En control del gobierno tras la muerte de su joven marido, adoptó una política de aislacionismo parecida a la del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. Y, al igual que el Dictador Supremo, murió en su cama [1].
Aunque nadie lo hubiera notado en Antananarivo, Francisco Solano López se puso la banda presidencial en Paraguay solo meses después del fallecimiento de la sanguinaria reina. Por supuesto, era nominalmente un gobernante constitucional, pero sería interesante saber cuál de los dos líderes, el presidente paraguayo o la monarca malgache, inspiraba más miedo. En la práctica, ambos eran autócratas, pero es justo señalar que el futuro mariscal reconoció ciertos límites en lo que podía intentar para enfrentar los desafíos de los tiempos cambiantes. Ranavalona no reconoció tales límites. Hizo amplio uso del trabajo forzoso para completar proyectos de obras públicas y llevó a cabo ejecuciones masivas cada vez que percibía algún indicio de oposición. Algunos comentaristas europeos afirmaron que asesinó a un tercio de la población de Madagascar. Cualquiera fuera la verdadera estadística, era obvio que a veces mataba a sus súbditos solo por placer. Los pocos forasteros que lograron visitar su corte la describieron con “el apetito de Mesalina y el temperamento de Calígula”.
Semejante reputación resultó ser una gran carga y los estudiosos modernos de Madagascar tienden a mirarla con mayor tolerancia como defensora de la soberanía nacional. Sin embargo, no hay duda de que las historias de sadismo, libertinaje y asesinatos en masa eran verídicas y que, antes de morir, parece haber caído en la locura. Su odio hacia todos los extranjeros, y especialmente hacia los cristianos conversos, era legendario.
La reina Ranavalona hizo de Madagascar una fortaleza y lideró una lucha constante contra las ambiciones coloniales de las potencias europeas. En este sentido, ella era patriota. Pero también fue producto de su temperamento, educación y la época en que vivió. Y esos tiempos estuvieron plagados de peligros internos y externos, intrigas, traiciones y la amenaza casi constante de intervención de los franceses y británicos. Los europeos, aunque quizá menos crueles que los malgaches locales, eran igual de despiadados; constantemente participaron en complots contra el estado independiente. Puede que Ranavalona haya sido una tirana y una xenófoba, pero sus políticas pospusieron durante una generación la colonización total de su país. Solo en 1897 los franceses anexaron la isla. La última reina de los malgaches, también llamada Ranavalona, pasó sus últimos días bajo arresto domiciliario en el Argel francés.
Aquí quizás deberíamos anticipar la reacción de aquellos lectores que podrían considerar descabellada cualquier comparación entre Hong Xiuquan, Ranavalona y Francisco Solano López. Después de todo, estas tres figuras procedían de orígenes culturales muy diferentes, y el hecho de que vivieran el mismo período apenas es relevante. Las comparaciones deben ser pertinentes. De hecho, hay varios factores que vinculan a las tres. En primer lugar, todas gozaban de un amplio poder sobre sus respectivas sociedades. En segundo lugar, si bien Hong provenía de un entorno bastante modesto, los otros dos nacieron para el poder. Los tres usaron su autoridad indiscriminadamente. Es decir, gobernaron con mano dura, seguros de que los fines justifican los medios, sus medios. En esto, todos estaban dispuestos a violar los protocolos religiosos y sociales para proteger sus respectivos estados.
En el mundo actual, los comunistas chinos miran con profunda admiración a Hong Xiuquan, a quien ven como un precursor directo de sus propios revolucionarios del siglo XX. Los nacionalistas malgaches ven a Ranavalona como la encarnación del patriotismo y la oposición al imperialismo extranjero. Y los paraguayos, o al menos algunos de ellos, consideran el sacrificio del mariscal López como emblemático del precio que sus antepasados pagaron por la nación. Si alguna de estas tres figuras tuvo éxito en política y si sus pueblos vieron mejorar su suerte gracias a sus contribuciones, es otra cuestión. Al considerarlos juntos, también podemos preguntarnos cuánta luz podría arrojar el uno sobre el otro y si estos experimentos biográficos tienen valor. Seguramente, en la medida en que sus historias nos provocan una reconsideración de nuestros propios tiempos, el estímulo es bienvenido.
Nota
[1] Ver Hubert Deschamps, Histoire de Madagascar (Paris: Berger-Levault, 1965); L. Macleod, Madagascar and its People(Londres, 1865); Keith Laider, Female Caligula. Ranavalona the Mad Queen of Madagascar (West Sussex: Wiley, 2005).
* Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.
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