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Cultura

El Supremo y dos cuartetas

José Gaspar Rodríguez de Francia. Retrato. Cortesía

José Gaspar Rodríguez de Francia. Retrato. Cortesía

Seguí con suma curiosidad la serie de artículos que el historiador estadounidense Thomas Whigham dio a conocer en este sitio entre junio y julio, relativa a las poco conocidas impresiones del cónsul británico en Asunción entre los años 1902 y 1908, Cecil Gosling, vertidas en un libro titulado Travel and Adventure in Many Lands (Viaje y aventura en muchas tierras), publicado en 1926 y nunca traducido al castellano.

Al diplomático ya lo conocíamos como fuente importante de la historiografía local centrada en aquella tumultuosa primera década del siglo XX, mediante sus reportes oficiales al Foreign Office citados en libros de Juan Carlos Herken Krauer, Milda Rivarola y Harris Gaylord Warren, por ejemplo, o más de pasada en los ensayos histórico-literarios de Helio Vera. Gosling tuvo como diplomático un importante protagonismo en el “caso Rafael Barrett”, cuando el periodista hispano-británico cayó preso el 4 de octubre de 1908 a raíz de la publicación en la prensa asuncena de su artículo “Bajo el terror”, en donde denunciaba precisamente la ola de arrestos indiscriminados tras el golpe llevado a cabo por el mayor Albino Jara. Aun después de finalizado su servicio en el Paraguay, Gosling siguió en contacto con el escritor anarquista hasta poco antes de su muerte en Francia, en 1910.

Curiosamente y, dicho sea de paso, en el oficial Directorio de Diplomáticos Británicos actualizado en 2020, que se cita en el segundo artículo de la serie —“Mr. Gosling se encuentra con el padre Maíz (1900)”—, el periodo en que el cónsul reportaba al Reino Unido desde Asunción no está registrado. Tampoco su nombre aparece en la lista de plenipotenciarios ingleses en el Paraguay, aunque se aclara que hasta 1941 hubo concurrencia paraguaya con Argentina; y solo desde 1952, un Embajador en Asunción. Parece, pues obviamente no tengo los conocimientos suficientes al respecto, que se conviene en que Gosling fue diplomático en Asunción entre los años citados más arriba, aunque llegó al país en 1899.

Retrato de Cecil Gosling, ilustración de Maximilian von Poosch. De "Travel and Adventure in Many Lands", 1926.

Retrato de Cecil Gosling, ilustración de Maximilian von Poosch. De “Travel and Adventure in Many Lands”, 1926.

En la primera de las tres entregas (“Doctor Francia, el poeta”), además de introducir al lector a la naturaleza del libro de memorias más personales que diplomáticas, Whigham comenta el pasaje en el que Gosling refiere que la figura del Dictador fallecido en 1840 todavía tenía viva influencia entre los paraguayos a fines del siglo XIX. Sobre todo, en algunos testigos oculares de su gobierno, quienes al hablar con Gosling no “lo llamaron por su nombre, sino que se referían a él como El Supremo”. Un anciano le refirió al cónsul una anécdota relacionada con José Gaspar Rodríguez de Francia. Este practicaba su habitual ronda a caballo en la zona de Lambaré una mañana, tras una noche tormentosa, cuando vio que los raudales dejaron a la vista huesos humanos de un cementerio. Al escampar, en una calavera había crecido velozmente una flor de ojo de ángel de color azul pálido. Al verla, el doctor Francia detuvo a su caballo y se quedó pensativo frente al florido cráneo, “emblema de la mortalidad”. Luego dijo unos versos:

Dichosa flor, que te vi nacer
Cuán infeliz fue tu suerte
Que en el paso que diste
Te encontraste con la muerte.
Si te cojo, es cosa fuerte,
Si te dejo, peor;
Pues dejarte con vida
Es dejarte con la muerte.

Ante esta anécdota, Whigham correctamente se extraña de ver asociado el nombre del Dictador con una aparente e inédita vena lírica. Se pregunta si este era un “poeta frustrado” que improvisaba, o solo citaba versos de memoria que tal vez eran suyos o que no. Finalmente, Whigham espera que “Francia haya sido el poeta que sugiere esta anécdota”, antes que la misma no sea más que “el tipo de historias sobre el pasado de Paraguay” que el informante de Gosling “sabía que a los extranjeros les gustaba escuchar”.

La verdad es otra, en realidad. Francia, primeramente y con seguridad, no era un poeta (y no estaba particularmente dotado para ello, en mi opinión). Era más bien un correcto prosista burocrático, que a veces tenía arrebatos lingüísticos que no llegaban a lo poético a fuerza de ser en esencia la suya una escritura de mandatos. Esto Whigham lo sabe, por supuesto. Puede que lo contado por Gosling haya sido ese tipo de historias para consumo turístico de extranjeros incautos, pero tampoco eran una invención espontánea aquellos versos: a despecho de la inverosimilitud de la imagen de este Francia desgranando coplas en voz alta en las afueras de Asunción, sin testigos como acostumbraba a suceder cuando él realizaba sus recorridos, son en verdad la cita más o menos textual de un poema escrito siglos atrás. De hecho, toda la anécdota misma es la adaptación paraguaya de una extendida leyenda cuyos orígenes se remontan, al menos, hasta el siglo XVII y a lo largo dos continentes.

Esta es, brevemente, la historia de los versos en cuestión y de su esquiva autoría.

Flor en la calavera

El motivo de “la flor que crece en la calavera” existe desde la antigüedad, como la vida que nace de la muerte. Sin embargo, es en la poesía y la narrativa populares del Renacimiento europeo donde gana importancia entre poetas de lenguas romances y germánicas, transidos por la nueva dialéctica entre el nacimiento y la muerte a que empujaba la progresiva secularización del acto poético mismo. En Alemania, el tema se manifestó en leyendas rurales; en Inglaterra, en cuentos populares, según la fuente principal de este artículo, el catedrático de la Universidad de Jaén, David Mañero Lozano[1].

Es en España donde el tema adquiere verdadera nombradía durante el llamado Siglo de Oro, el XVII. La primera vez que aparecen los versos más o menos como se los conoce hasta hoy es en 1680, en la célebre antología titulada Varias hermosas flores del Parnaso… Allí hay varios poemas que responden al motivo, pero el más importante para el asunto que nos atañe es la última de las ocho décimas (diez versos de ocho sílabas) atribuidas a Francisco de la Torre y Sevil:

Oh, flor bella y desdichada
junto a fealdad espantosa,
que cuanto tienes de hermosa,
has de vivir de asustada.
¿Dónde irás, fija o cortada,
que escapes de infausta suerte?
Que arrancarte es golpe fuerte;
dejarte, muerte crecida,
pues dejarte con la vida
es dejarte con la muerte.

Patentemente, resalta la similitud de los cuatro versos finales con el poema atribuido al Dictador paraguayo. Además, la forma estrófica y métrica de esta versión de hace 350 años nos señala algo también obvio formalmente: en la transcripción del poema hecha por Gosling no vemos la misma cantidad de versos ni la misma regularidad silábica. El poema atribuido a Francia por el anciano finisecular está formado por dos cuartetas con métrica irregular (distintas extensiones de los versos), dejando incluso la sensación de que los mismos han sido amputados o alargados por la memoria.

El poema de 1680 —que podemos llamar “original” solo a instancias filológicas— fue sucesivamente modificado e imputado a diferentes autores, hasta al menos bien entrado el siglo XX: desde Francisco de Quevedo hasta Miguel Hernández. De hecho, con Quevedo aparece por primera vez no solo el mismo tipo de introducción narrativa que hizo en Paraguay el anciano informante antes de reproducir los versos, sino las dos cuartetas en lugar de la décima. El doctor Francia aquí reemplaza al poeta español como protagonista de la anécdota. Dice la versión atribuida al autor de El Buscón:

Bella flor, cuando naciste,
¡qué funesta fue tu suerte!
Al primer paso que diste,
tropezaste con la muerte.
Dejarte aquí es cosa triste,
y llevarte es cosa fuerte;
dejarte donde naciste
es dejarte con la muerte.

Quevedo fue probablemente el poeta español más popular, apócrifo y oral de la América hispánica de los siglos XVIII y XIX. El historiador y ensayista colombiano Germán Arciniegas citó alguna vez unos versos suyos que los campesinos colombianos analfabetos solían decir con pasión en pleno siglo XX, mientras sembraban. En España, se citan por decenas las anécdotas del tipo de la calavera y la flor protagonizadas por el poeta.

Hay testimonios de la presencia pública y de la autoría variopinta de la cambiante composición todavía más en el ámbito latinoamericano —desde México hasta Argentina, pasando por Guatemala, Ecuador o Colombia hasta Argentina—. Mañero Lozano registra la transcripción de los consabidos versos en los más variados contextos: grafitis callejeros, lemas de pulquerías, epitafios de cementerios y calendarios, a lo largo de todo el continente. ¿Qué explica este traspaso anecdótico de España a América?

La tesis de Mañero Lozano dice que los contextos sociolingüísticos actualizan las historias populares modificándolas a lo largo del tiempo y el espacio, pero no como una forma de salvarlas de la muerte cuando los contextos que les dieron origen se agotan —como afirman un par de teóricos de la poesía tradicional, a los que Mañero Lozano sigue y, a la vez, cuestiona—, sino como “un fenómeno de migración de contexto o propagación contextual”, en este caso típico de los trasvases culturales durante los siglos del imperio español. Es decir, unos versos como los que nos atañen hallan “nuevas circunstancias de transmisión que propagan su memoria, sin duda condicionadas por la necesidad de reinterpretar o adaptar el sentido de los textos a nuevos contextos culturales”. Las “nuevas circunstancias” paraguayas, según la historia que nos ocupa, se reducían específicamente a la marca profunda de la figura del doctor Francia en la mente de los habitantes del siglo XIX paraguayo.

En suma, el poema atribuido falsamente al Dictador nació autoralmente falsario: no pertenece a nadie más que a la innominada tradición, por lo que siempre será un poema atribuido a “alguien” según las necesidades escriturarias y jurídicas de la cultura occidental moderna; pero también según las necesidades orales y premodernas de la América indígena y mestiza, legendariamente anecdóticas y apócrifas. Esto es: el poema en cuestión nunca tendrá un autor y siempre tendrá muchos.

En cualquier caso, lo que sorprendentemente notamos en la versión paraguaya de la anécdota y el poema es lo mucho que dice en poco acerca de las particularidades de la historia y del temperamento nacionales. Resalta así con nitidez que en este país no haya sido un poeta en quien haya recaído el protagonismo de la anécdota que contó el anciano al cónsul Gosling, sino un dirigente político: un Dictador. En la Nota final del Compilador de Yo el Supremo, Augusto Roa Bastos dice, precisamente, que los dictadores cumplen “esta función: reemplazar a los escritores, historiadores, artistas, pensadores, etc.)”. En la tradición autoritaria del Paraguay el reemplazo de estos por aquellos es todavía más común y evidente, como lo demuestra el pasaje citado por Whigham en su artículo.

Quizá, finalmente, en las particularidades métricas (como en “si te dejo, peor”, inocultablemente arrítmico por mutilado) es donde está no tanto la autoría francista de los versos, sino la autoría específicamente paraguaya de los mismos. Alguna palabra utilizada en el poema (“cojo”), la alusión a una flor algo improbable en la introducción a los versos (¿no será un geranio?), tienen señas de identidad más bien españolas antes que paraguayas; pero el quiebre rítmico a partir de la mutilación, fruto seguramente del olvido en la transmisión oral, suena como ninguna otra versión de este poema varias veces secular y viajero: suena interesantemente paraguayo.

En esto me parece que hay que centrarse al leer los versos reproducidos ante Gosling por el anciano de los tiempos del doctor Francia, reproducidos a su vez por Whigham en uno de sus deliciosos artículos: en cómo habrá sonado un paraguayo (del siglo XIX) diciéndolos-creándolos, en cómo suena hoy. Los mismos versos (y no) que ciudadanos de toda Hispanoamérica dijeron, dicen y seguirán diciendo, cada uno a su manera y con su acento, hasta que la lengua castellana se calle.

 

Nota

[1] “A una flor nacida en una calavera: En torno al concepto de propagación contextual” (2020). En: https://link.springer.com/article/10.1007/s11061-021-09707-4

 

Blas Brítez es escritor y periodista, autor del volumen de cuentos La lámpara del lenguaje (2021).

1 Comment

1 Comentario

  1. thomas whigham

    29 de julio de 2024 at 03:26

    Excelente, don Blas. Gracias por toda la informacion util. Ofrece prueba de que podemos aprender de las anecdotas del pasado pero tambien debemos tener cuidado con ellas. Ojo, dentro de una o dos semanas El Nacional va a publicar otra “poesia” de la etapa del Dr. Francia que yo descubri en un lugar curioso. Espero que podemos contar de nuevo con los talentos de Ud. como detective literario para que podamos entender mas sobre su procedencia y significado. Gracias de nuevo.

    saludos de

    Thomas W

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