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Cultura

Un baile en el campo (Paraguay, 1900)

Retrato de Cecil Gosling, ilustración de Maximilian von Poosch. De "Travel and Adventure in Many Lands", 1926.

Retrato de Cecil Gosling, ilustración de Maximilian von Poosch. De "Travel and Adventure in Many Lands", 1926.

En las últimas semanas, he compartido con ustedes fragmentos del Paraguay de principios del siglo XX, extraídos de las memorias de Cecil Gosling, entonces cónsul del Reino Unido, hábil jinete, diligente representante de su país y excelente narrador de anécdotas.  Hemos visto cómo recorría Asunción preguntando a la gente sobre sus vidas y recuerdos.  También lo vimos conversando con el padre Fidel Maíz, que aunque muy anciano ya, aún conservaba la notoriedad que había adquirido tras el fin del conflicto de la Triple Alianza.

Hoy ofreceremos una última mirada a Travel and Adventures in Many Lands, de Gosling, esta vez concentrándonos en sus observaciones de una danza en el campo en 1900. Veremos cómo el jeroky de aquellos días reflejaba la cultura paraguaya en general, y cómo el trágico final de uno de esos bailes envió un mensaje no sólo a la gente del campo de aquellos tiempos, sino también a sus bisnietos de hoy en día.

Índice de Travel and Adventure in Many Lands, libro publicado por E. P. Dutton & Company, Nueva York, 1926.

Índice de Travel and Adventure in Many Lands, libro publicado por E. P. Dutton & Company, Nueva York, 1926.

Aquí están las palabras de Gosling:

“Encontré estos bailes campestres mucho más interesantes que los de la propia Asunción, donde se observaban vestimentas europeas y las banalidades habituales de las danzas de salón. Los bailes del campo, por otra parte, eran a menudo eventos bastante emocionantes, y una vez estuve presente en uno donde ocurrió una tragedia.

“Sucedió de esta manera. Me estaba quedando con un amigo en una estancia, situada en una parte remota y solitaria del país, y una noche él sugirió que visitáramos a un estanciero vecino que estaba ofreciendo un baile. Nos vestimos con nuestras galas nativas, bombachas (pantalones anchos), botas de montar con espuelas de plata, abrigo ligero y pañuelo de seda de colores anudado al cuello.

“La noche llegó de golpe. Mientras observábamos, tres cohetes se elevaron repentinamente en la noche cada vez más oscura y explotaron con un fuerte estallido. Esta es la señal que anuncia a todos los vecinos, de cerca y de lejos, que se acerca una fiesta y no se requiere ninguna otra invitación. Ya estaba oscuro salvo por las estrellas y las luciérnagas que cruzaban el camino, pero los caballos conocían el trayeecto y avanzaban a medio galope, de modo que en menos de tres cuartos de hora estábamos en nuestro destino.

“‘Bienvenidos, señores, apéense’, fue el saludo de nuestro anfitrión, así que, atamos nuestros caballos e ingresamos a la casa, donde fuimos gratamente recibidos por su esposa e hija, quienes estaban ocupadas preparando los refrescos para la noche. Estos consistían en una bandeja de chipa recién horneada, una damajuana de vino seco, un vino blanco fuerte, y otra de caña, el ron paraguayo, que es un aguardiente agradable pero muy potente.

“Ramona, la hija de nuestro anfitrión, era la bella del distrito. Alta y esbelta, de facciones regulares y un par de brillantes ojos oscuros, sólo tenía quince años, pero su incipiente figura era un modelo para un escultor, y caminaba con la gracia y la poesía de movimiento comunes a las mujeres de Hispanoamérica.  Estaba vestida con una sencilla bata blanca, con encaje en el cuello y las mangas, y una falda blanca, bajo la cual asomaban sus pies desnudos perfectamente formados. En un mechón de su espeso cabello oscuro llevaba un manojo de ysypo dorado de dulce aroma. No hace falta decir que una chica tan hermosa tenía muchos admiradores. Pero de ellos, sólo dos resultaron favorecidos. José, el que más parecía gustarle, era dueño de un pequeño terreno y una casa cercana.

“Era domador de caballos de profesión y, cuando no cortejaba a Ramona, recorría el campo, deteniéndose en cualquier estancia donde hubiera potros para domar. Era un jinete muy fino, de esa vieja clase de domadores de caballos que, según la frase gaucha, no ‘respetaban’ a ningún animal. Nada podía moverlo de la silla de montar, y lo he visto sentar a un potro feroz con una gracia perezosa y un cigarrillo entre los labios, pero siempre alerta y listo para el próximo movimiento del animal enfurecido debajo suyo.

“A veces el potro giraba repentinamente la cabeza e intentaba asir entre sus dientes las patas del jinete o, encabritándose, se tambaleaba y caía hacia atrás, esperando así aplastarlo. Pero José siempre era demasiado rápido, ya estaba en pie antes de que el animal cayera, y cuando éste se levantaba sobre sus patas José saltaba de nuevo a la silla como un felino hasta que, cansado de sus ineficaces luchas, el potro decía y se sometía al dominio del hombre. Parecía tan fácil y, sin embargo, era tan difícil de imitar para cualquiera que no hubiera nacido para el oficio, y sólo uno se daba cuenta de la severidad de la lucha cuando el domador desmontaba, pues entonces, si el potro hubiera sido realmente difícil de manejar, se vería la sangre goteando de la nariz del jinete y escurriéndose lentamente de sus oídos.

“La vida de un domador, sobre todo si continúa con su profesión después de su juventud, no suele ser larga. Es una clase de hombres a quienes uno no puede dejar de admirar por su extraordinaria habilidad y valentía. Así era José, el amante favorecido por la hermosa hija de nuestro anfitrión.

“Blas, su rival, que se negaba a perder la esperanza de conquistar a Ramona, aunque su preferencia por el otro era evidente para todos, era cazador de oficio y hacía buen negocio vendiendo las pieles de los animales que abatía.

“Los invitados comenzaron a llegar a caballo, seguidos por sus mujeres, que reían y charlaban mientras desmontaban. Los dos rivales también habían hecho su aparición, montados en hermosos y enérgicos ejemplares, con sus sillas y bridas profusamente adornadas con plata. Todos los caballos quedaban atados bajo los árboles alrededor de la casa. Los músicos –dos guitarristas, un violín y un arpa– comenzaron a afinar sus instrumentos y poco después el baile se abrió con la acostumbrada cuadrilla, que fue danzada con considerable ceremonia, después de la cual todo el mundo se preparó para el asunto de la noche.

“Ramona aún no había bailado, pero se había ocupado repartiendo copitas de vino y pasteles a los invitados mayores. Cumplidos estos deberes, fue reclamada para el baile que entonces comenzaba José. Blas también se había levantado con el propósito de invitarla, pero se le adelantó su rival, que estaba más cerca de ella. Se sentó malhumorado y la observó de cerca. La escena en la habitación, débilmente iluminada por velas, era animada, a la que daban color los pintorescos vestidos de los hombres, mientras el tintineo de sus grandes espuelas gauchas acompañaba el palpitar de las guitarras. Muchas de las mujeres llevaban luciérnagas en el pelo, y en los rincones más oscuros de la habitación la luz de estos insectos centelleaba con un brillo que se parecía, pero superaba, al fuego de los ópalos.

“Hacia medianoche las parejas se formaron para el Santa Fé. Se trata de un baile compuesto por intrincadas figuras, en el que las mujeres alternativamente alientan y luego retroceden ante el ardor de sus compañeros. La gracia y la audacia caracterizan la participación de los hombres en el baile, y juegan mucho con las espuelas y el rebenque con cabeza de plata, que se balancea desde un lazo atado a su muñeca. El poncho doblado, que cuelga del hombro, también aporta movimiento a la escena. Habitualmente los hombres y las mujeres improvisan versos en español o guaraní durante los bailes, y es esto lo que hace que sea tan difícil para un extranjero lograr distinción en el Santa Fé.

“Hubo un gran aplauso al concluir la danza, cuando el baile cesó por un momento, mientras los invitados centraban su atención en los refrescos, que fueron repartidos por nuestra anfitriona y su hija. Las montañas de chipa fueron devoradas con avidez y se hicieron grandes incursiones en las damajuanas de caña y vino seco.

“Cuando habíamos comido y bebido hasta saciarnos, los dos guitarristas pidieron permiso para cantar algunas coplas. Los cantantes son conocidos en toda Sudamérica como payadores y corresponden muy estrechamente a los trovadores de la Edad Media porque viajan de un lugar a otro y cantan baladas que cuentan la vida y las hazañas de famosos gauchos y otros héroes populares.

“Una de las canciones que cantan trata enteramente de las acciones de un tal Pedro Luna, famoso bandido que floreció en Argentina hace unos cincuenta años y uno de los asesinos más infames que jamás haya deshonrado a ningún país. Sus hazañas de equitación y el hecho de que a menudo era generoso con los pobres le granjearon el cariño de la gente y provocaron que su memoria se mantuviera viva en versos y canciones mucho después de haber pagado la pena por sus numerosos crímenes. La palabra payador tiene un origen curioso, ya que deriva de la palabra guaraní payé, que significa hechicero. La conexión entre un curandero indio, un intérprete y un cantante con la guitarra parece algo remota, pero, sin embargo, creo que es bastante auténtica y surge del hecho de que el payé soplaba en una calabaza hueca, lo que producía sonidos que los indios creían que era la voz de los dioses. Payé también significa brujería, y es una palabra de uso común entre los paraguayos.

“En esta ocasión, como pronto supimos, los cantantes no estaban preocupados por el pasado, sino por el presente, pues debían actuar cada uno a su turno, como trompetistas de la fama de los dos hombres que rivalizaban por la mano de la hija de nuestro anfitrión.

“El primer artista era un hombre de mediana edad con un rostro moreno y hermoso y cabello largo que se volvía gris, que le llegaba casi hasta los hombros. Una vez afinada su guitarra, el payador procedió a cantar con voz nasal aguda de tenor las cualidades y los logros de su patrón, José Campos. La voz del cantante no era del todo simpática para los oídos europeos pero, como todos los españoles y sus descendientes, tenía un maravilloso sentido del tiempo y del ritmo. La música tenía esa nota melancólica y conmovedora de salvajismo que recuerda los días del dominio moro en España. Las palabras de la balada fueron improvisadas y, aunque toscamente compuestas, no carecían de rastros de imágenes poéticas comunes incluso a las personas sin educación de estas tierras. Sólo un verso, una vívida descripción de la equitación, permanece en mi memoria. ‘Mozo ginetazo, ahijuna, capaz de llevar un potro a sofrenarlo a la luna.’

“Hubo un gran aplauso cuando nuestro payador terminó y, apenas hubo amainado, el segundo trovador pidió permiso para divertir al público. Éste era un hombre mayor, más cercano a los setenta que a los sesenta, y muy hábil tocando la guitarra, pero sus versos improvisados, más que cantar en alabanza del rival Blas, estaban en guaraní, así que yo, por mi parte, no entendí mucho de su significado. Su esfuerzo, sin embargo, fue evidentemente apreciado, como lo demostraron los aplausos que recibió. Ahora la música empezó a tocar un vals, pero ya empezaban a despuntar las primeras luces del alba por el este y entre los invitados había una falta de animación muy diferente a la que reinaba al principio de la velada.

“Tanto José como Blas se levantaron y fueron hacia Ramona a reclamarla para el baile. Cuando los dos hombres se encontraron frente a ella hubo una pelea, el destello de un cuchillo, y José, después de tambalearse por un momento, cayó al suelo. Su rostro estaba mortalmente pálido y la sangre manaba de una herida profunda en la parte inferior de su costado. Ramona le sostenía la cabeza entre sus brazos y se esforzaba por detener el flujo de sangre. Los demás se reunieron en círculo observando al herido. La pálida luz del amanecer ya había penetrado en la habitación y, mezclándose con la luz de las velas, mostraba cada detalle de la escena con una claridad espantosa. Oímos el galope de un caballo sobre la hierba. Era Blas huyendo de la justicia.

Tragedia en un baile paraguayo. De “Travel and Adventure in Many Lands”, de Gosling, edición de 1926. Ilustración de Maximilian von Poosch.

Tragedia en un baile paraguayo. De Travel and Adventure in Many Lands, de Gosling, edición de 1926. Ilustración de Maximilian von Poosch.

“Mientras mirábamos, se hizo más claro que José estaba muriendo. Varias veces intentó hablar con Ramona, pero las palabras no le salían y había un sonido ominoso en su garganta. Finalmente logró sentarse, se volvió para mirar los ojos de la mujer que lo sostenía y, al cabo de un momento, cayó muerto en sus brazos.  La habitación quedó rápidamente vacía de invitados, que montaron sus caballos y emprendieron el regreso a casa. Mi amigo y yo esperamos la llegada del juez local y, tras hacer un relato completo de lo ocurrido, también montamos nuestros caballos y nos marchamos.

“Al llegar, un baño en el arroyo y luego el desayuno nos revitalizaron después de los acontecimientos de la noche. Pero pasaron muchos días hasta que recuperamos el ánimo después de la tragedia que habíamos presenciado. Blas escapó y no se lo volvió a ver en esa parte del país y uno o dos años después la hermosa Ramona se casó con un tropero muchos años mayor que ella, tuvo varios hijos y se decía que era extremadamente feliz. Pero estoy seguro de que nunca olvidó el trágico final de aquel baile”.

El baile que Gosling presenció parece tener más elementos de las danzas tradicionales argentinas –como se ven, por ejemplo, en Martín Fierro y Don Segundo Sombra– que de lo que podríamos esperar de tales reuniones en Paraguay. Recordemos que las guaranias que con el tiempo cobraron tanta importancia en la música bailable paraguaya aún no se habían compuesto.  Dicho esto, es casi seguro que en el baile de Gosling se tocaron “polcas” tan populares como el London Karapé y versiones tempranas de Mamá Cumanda, pero es probable que él no las reconociera como la forma de arte esencialmente paraguaya que eran.

No se debería culpar al cónsul británico por no analizar desde un punto de vista musicológico el jeroky que presenció.  Él estaba interesado en la gente (y los caballos) y tal vez no sea sorprendente que llamara a esas personas “gauchos”. En el Paraguay actual, tal designación parecería inexacta y quizás incluso peyorativa.  De todos modos, debemos apreciar que Gosling intentara comprender el país. Es posible que sus reflexiones sobre el baile hayan quedado cortas en algunos aspectos pero, al desglosar sus palabras, podríamos preguntarnos cómo un visitante paraguayo hubiera contado la misma historia de baile, romance y tragedia.

Este será nuestro último examen de Travel and Adventure in Many Lands de Gosling.  No obstante, recomendamos a los lectores consultar el libro completo.  Además de los temas paraguayos que ya mencionados, también aborda el experimento utópico en Nueva Australia y Cosme, las operaciones del quebracho en el Chaco y la colonización alemana en el Paraguay oriental.  Al igual otros representantes de potencias extranjeras, Gosling recordó episodios de caza en zonas aisladas del país, así como reuniones y recepciones oficiales.  También lo vimos ocupado con la “basura” del trabajo diario.  Incluso, en este último caso, ocasionalmente relató detalles de utilidad para nosotros hoy.  Los lectores encontrarán sus observaciones siempre interesantes.

 

* Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.

2 Comments

2 Comentarios

  1. Aldo

    14 de julio de 2024 at 15:01

    Más que interesante, doctor Whigham, el relato aviva la imaginación.
    Nos recuerda compuestos como Guyra farra, Mateo Gamarra y otros.
    Hasta hace poco las bombas no podían faltar en una boda en el campo por ejemplo.

  2. thomas whigham

    20 de julio de 2024 at 21:27

    Lo unico que recuerdo yo era la vez que me invitarion a asistir un baile en el seccional en Ybycui en 1973, y yo era demasiado timido–estupidamente–para pedir que alguna chica me acompana. Mucho mejor en este sentido de tener sesenta y nueve anos en vez de dieciocho.

    Gracias don Aldo.

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