Cultura
Manifestación [1]
Antonio Berni, "Manifestación", 1934. Obra de la colección del MALBA, expuesta actualmente en diálogo con Mondongo. Cortesía EFR
Quería pensar en algo bueno sobre los artistas, pero no del museo. El agua de la pava eléctrica se calentó hasta burbujear, cuando el celular se sacudió dando breves estertores. La coincidencia de los tres sucesos, mis ganas de alcanzar un pensamiento, el de otra persona que se me anticipaba por medio del dispositivo digital y el agua llegando a su punto de hervor, hizo que se me saliera el corazón por la boca.
Una cantidad de ansiedad indefinida se me disparó a través de una sucesión de imágenes mentales, sin que pudiera ponerle límites. Los departamentos que cuidaba no eran como las casas de mi barrio, ni como las de los que están a su alrededor; y ningún perro ladra cuando sucede algo fuera de lo normal, o cuando el silencio llega a su límite de oscuridad. Desorientado, intenté recuperar la tranquilidad volviendo sobre mis ideas.
Desde que trabajo en la administración de edificios me acostumbré a usar ascensores y a pasar días enteros más allá del piso 5, fuera de las plataformas de casas donde vivimos los trabajadores. Plataformas residenciales de muy bajo nivel que se conectan entre sí mediante las vías de tren y autopistas flotantes. Yendo de una plataforma a otra es posible ver la superposición de la otra ciudad, que se ordena con regularidad, en manzanas más o menos cuadradas y con calles de cemento que las conectan formando largas pasarelas para el desarrollo de las economías formales. En ellas, se levantan los edificios y los departamentos en los que trabajo. Así, la ciudad total parece un tejido irregular que no llega a formar una trama, que se deshilacha hacia los bordes perdiendo sus enlaces.
Tomé el teléfono digital y constaté que solo se trataba de un mensaje de una compañera de la oficina. Una nueva dirección donde ir. Debajo de este, mantenía el de Sol sin contestar desde hace unos días. Me había compartido un video de la red social que promocionaba a unos artistas que el museo MALBA presentaba para celebrar un nuevo aniversario de otro artista. Todos muy conocidos. Me lo habría enviado imaginando que me gustaría, que me interesaría, que me indignaría o, simplemente, que respondería de algún modo.
―Gracias por el link.
Fue todo lo que pude decir después de recibir la nueva llamada para no demorarme más y no ser desconsiderado. Solo había podido mirar, con esfuerzo, la mitad del video que comentaba la exhibición, pero ahora se me ocurría que su mensaje había llegado durante el tiempo de Inti Raymi.
―Te lo comento con detalles ni bien pueda.
Alcancé agregar unas palabras para hacer de ellas un intento de respuesta unos minutos más tarde, e imaginar qué pensaría ella sobre lo que me enviaba. Paradójicamente, no pude pensar nada concreto y apenas atiné a tratar de imaginar las buenas intenciones de los artistas, sin preocuparme por las de la institución. En pocos lugares me siento tan disconforme con lo que pasa alrededor de lo que despierta mi interés.
Siempre ando yendo y viniendo desde una punta de la ciudad a la otra. De vuelta hacia mi plataforma de Barracas, desde Retiro [2], pensé en mis vueltas de las últimas semanas. Al pasar por la puerta de la estación de trenes vi un estand comercial de color blanco, sobre el que se exhibían tres bolas doradas que imitaban el metal y llamaban la atención por su brillo, casi intocable. Una chica vestida de traje se ubicaba detrás de cada una y la fila de personas que esperaban llega hasta la parada de mi bondi.
―Parece que te leen el iris y te pagan en criptomonedas ―me dijo el tipo parado delante de mí, intentando iniciar una conversación al ver que la situación capturaba mi curiosidad.
―No sé cuánto me ofrecerán por mis ojos, pero al menos están en el lugar indicado. Quienes van a la 31 [3] los entregarían por lo que sea ―insistió, para vencer mi silencio y mi sonrisa de agradecimiento por su primer comentario.
―Eso atraparía a cualquiera. Es la primera vez que veo esto ―atiné a responder lo más honestamente que pude, pero sin aceptar su invitación. De todos modos, no hubiera podido responderla sin saber algo del tema.
―Sí, está cheto. Salvo cuando leen los ojos de los pibes y las pibas.
Me respondió de forma concluyente, aceptando mi negativa con sentido de la realidad. No había forma de que siguiéramos hablando del asunto durante el viaje, aunque debí reconocer que me ofreció una carnada respetable. Quizá sea la provisión de datos una de las contribuciones productivas de los cuerpos jóvenes en el futuro; pero, al menos por ahora, parecía que se recibía muy poco a cambio. Apenas unos billetes en la mano y algo más. Que a cualquiera se le quemarían con solo tocarlos, pensé, haciendo una mueca con la comisura de los labios.
Desde la ventana del bondi imaginé que las manzanas que veía correr a mis dos costados daban orden al centro de la ciudad y a sus vehículos y que en ellas también se encontraban los museos. Y que así como era posible que una ciudad se desarrollara sobre otra, no habría nada de novedoso ni de sorprendente en encontrar que una vivienda popular se ha levantado junto a los cimientos de una edificación formal, o que las dos se superponen mostrando su falta de enlace. Tampoco que los artistas que viven en ambas se manifiesten sobre ello.
En el camino, me imaginé una conversación completa con Sol. Un pasatiempo libre y sin mucho sentido, pero gratuito. Una costumbre de quienes se encuentran en la soledad, que interrumpí cuando le ofrecí el asiento a una señora mayor que cargaba con tres bolsas de arpillera. Una de ellas dibujada con un pequeño perfil de un conejo, que parecía garabateado por un niño con tinta azul.
Al ponerme de pie y cambiar mi punto de vista, olvidé por completo el diálogo imaginado. Salvo que en los medios de comunicación solo se decía de Rosario que era una ciudad tomada por el narcotráfico, como si pasara únicamente allí, y que algo bueno de la exhibición de Sol podría ser que también contaba de las vidas de sus trabajadores, que podrían ser los de cualquier ciudad de Latinoamérica.
Al llegar al límite de San Telmo con La Boca, a la altura del Parque Lezama, volví a cambiar de punto de vista. El mástil enclavado sobre la plazoleta, que emerge sobre el cruce de las avenidas, es mi última señal. Me bajé del bondi en la avenida Almirante Brown para tomar otro, unas cuadras más allá. Con ello, abandoné la conversación sobre la exhibición y mis recuerdos de las calles de Rosario. Me bastaba con vivir en dos ciudades superpuestas como para querer agregarle una capa más.
Sentí las tripas revolviéndoseme y me di cuenta de que no había comido nada en todo el día, y de que me faltaba poco para llegar porque ya estaba cerca del puerto. Giré a mi alrededor buscando dónde tomar algo caliente y, viendo dónde, salté el cordón en dirección a un puesto de café.
El tipo que atendía me pegó una mirada de arriba abajo y me saludó con amabilidad, mientras me lanzó una taza de café oscuro como el petróleo y dos medialunas de manteca endurecidas que me ofreció como regalo. Supuse que le había sobrado de la venta del día y se las agradecí con la misma amabilidad.
Detrás de la barra que nos separaba unos centímetros, una pantalla mostraba imágenes de la Copa América que se jugaba en los Estados Unidos y de la Eurocopa en Alemania. En medio de una ola de calor, la selección de fútbol de Paraguay perdía con la de Colombia, con gol de James Rodríguez, un árbitro se desmayaba y Dinamarca empataba con no sé quién.
―¿Juega Almirón? ¿Cuál era su nombre? ―le pregunté, mirando cómo se desarrollaban los movimientos sincronizados de los jugadores, sin sacar los ojos de la pantalla verde.
―No llegó. Sigue lesionado. Nos quedamos sin el diez.
Me respondió a medias y sacándose la bronca de encima con un insulto en guaraní que deslizó entre los dientes, apoyando el codo sobre la barra y orientando su perfil en la misma dirección.
Notas
[1] Título de la exhibición que la dupla de artistas Mondongo presenta en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) hasta setiembre de 2024, que retoma el de la obra de Antonio Berni perteneciente a la colección del museo. Mondongo trabaja colaborativamente desde 1999; la dupla está integrada por Juliana Laffitte (1974) y Manuel Mendanha (1976). El conjunto propuesto por Mondongo dialoga con una serie de referencias provenientes de diferentes disciplinas artísticas, entre la que se destacan dos pinturas paradigmáticas del arte nacional, símbolos de los movimientos sociales en la Argentina.
Una de estas dos referencias es Manifestación, de Antonio Berni (1905-1981), pintada en temple sobre arpillera en 1934, que muestra a un grupo de trabajadores que salen a la calle para manifestarse; se ven pocas mujeres y una niña, que también podría ser un niño, que lleva un pan entre las manos. La escena se desarrolla en una calle de la ciudad ribereña de Rosario, provincia de Santa Fe, al final de la cual se identifica una edificación de estilo fabril, anticipada por unas líneas de casas bajas y una pancarta que reclama por pan y trabajo. Elementos que permiten establecer una serie de contrapuntos con la obra homónima de Mondongo, que muestra un grupo de personas de su círculo íntimo, que también salen a manifestarse, pero alrededor de la Plaza de Mayo de la ciudad de Buenos Aires. El grupo representa a diferentes sectores sociales, incluye artistas de diferentes disciplinas, además de a sí mismos, y cuenta con la presencia de más mujeres, niñas y niños que la de Berni. Además, incluye elementos relacionados con discusiones del presente, como las de género y la de derechos de la naturaleza, que podría estar representada por presencia de animales. Sin embargo, la representación de la movilización reproduce la composición icónica propia del abordaje de los temas sociales del muralismo mexicano, utilizada por el artista rosarino en su mural portátil. También propone un el clima de extrañamiento por medio de la experimentación con materiales, que refuerza el artificio de la representación, y que Berni logra apelando a elementos de corte metafísico y surrealista.
La otra es Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova (1886-1927), pintada al óleo en 1934 para ser presentada en el segundo Salón del Ateneo en Buenos Aires. La obra, que pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes y que originalmente se llamaría La huelga, muestra ―mediante un estilo naturalista y realista― a una familia obrera en el interior de su barraca. El trío está compuesto por un niño, o niña, a quien una mujer amamanta mientras dirige la mirada a su pareja, un trabajador capturado por su deseo de participar del conflicto social que presencia más allá de la ventana y es protagonizado por un grupo de huelguistas y la policía montada frente a un paisaje fabril.
El conjunto de obras presentado por Mondongo se compone de cuatro piezas, una instalación de sitio específico y tres tablas realizadas con la técnica de la plastilina. La instalación recrea una vivienda popular construida en el subsuelo del museo, contrastando la dimensión material y simbólica de vanguardia del edificio institucional. Dentro de esta vivienda se acumula una serie de elementos diseñados por la dupla artística, ubicados sin un orden aparente pero cargados de significados. Entre ellos, una reversión de la Cárcova pintada sobre una bandera de color negro que ocupa la pared central de la vivienda ―que propondría la representación física de la habitación pintada por el artista en ese óleo y un juego de espejos que diferenciaría o equipararía niveles de realidad―, una ermita dedicada a la música eléctrica, el dibujo de un conejo enmarcado con materiales improvisados que se ubica detrás de unas cortinas diseñadas con recortes de géneros ―que podrían imitar el terciopelo azul y ofrecer referencias cinematográficas―, una lámpara prendida de color azul sobre una mesa con pie de cajón de frutas, la inscripción de la palabra “Amor” sobre uno de los parantes que sostiene la casa, un lámina de plástico impermeable que cuelga del lado exterior del techo mostrando un dibujo impreso de una soga con ropas de color azul que cuelgan para secarse. Con los dos tondos de madera ―TAC II y Villa II, ambas de 2023― y la tabla rectangular de madera ―Manifestación, de 2024― ponen el foco en las viviendas de los barrios populares y en la movilización social de Latinoamérica.
De este modo, haciendo dialogar sus cuatro obras con las pinturas de gran formato de Berni y de la Cárcova, así como con referencias de otros campos del arte, como el cine y la literatura, Mondongo pone en duda su estatus de autores y actualiza la representación de las problemáticas sociales, económicas y políticas de la modernización expresando su continuidad hasta el presente, señalando algunas de sus especificidades y enfatizando la participación de los artistas como parte activa del devenir del conjunto social. Es decir, retomando la estructura narrativa de sus obras anteriores, como No soy tan joven para saberlo todo (2016) ―performance surrealista en la que se caracterizan algunas dinámicas de poder de la escena nacional, que se actúan en un espacio arquitectónico construido sobre otro, donde se desarrolla un universo relacional diferenciado―, Mondongo articula una serie de referencias para diseñar su espacio expositivo como si fuera una ermita, o exvoto arquitectónico. Dentro de ella, parecieran encontrarse el espacio y el tiempo necesitados para ubicar sus obras y rendir devoción a sus dioses paganos. En ese espacio de síntesis, también de la cultura popular y la académica, la experimentación con materiales juega un rol fundamental para hacer su práctica más compleja, conducirla hacia el extrañamiento y habilitar su resignificación.
[2] En los barrios de Barracas y Retiro de la ciudad de Buenos Aires se ubican dos de los barrios populares más importantes de la ciudad. Denominados villa 21-24 y 31, se desarrollan junto a las vías de las líneas de trenes Roca, Mitre y Belgrano.
[3] Se refiere a la villa 31.
* Ezequiel Filgueira Risso es especialista en Políticas y gestión cultural local e internacional. Mail: [email protected]
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