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Cultura

De series, “cliffhangers” y adicciones: ¿el opio de la Matrix?

Suspense. Cortesía

Suspense. Cortesía

En su ensayo Aspectos de una novela, Edward Morgan Forster escribe: “En cuanto tal, la historia solamente puede tener un mérito: el conseguir que el público quiera saber qué ocurre después”. Encuentro aquí una idea que me hace pensar en el fenómeno sociológico que representa la visualización compulsiva de series a través de plataformas de streaming.

“¿Qué pasará ahora?” Desde los tiempos de la radio, toda buena serie asegura mantener viva esta pregunta en la audiencia. La forma más efectiva de hacerlo es insertar un cliffhanger, un recurso que sirve para crear suspenso y expectativa.

Aunque es posible rastrear su uso en la literatura, lo cierto es que el cliffhanger, como técnica de escritura, se popularizó entre guionistas televisivos a partir del siglo XX. En el caso de una serie, el cliffhanger puede no solo ser un recurso técnico para dejar entornada la puerta al siguiente episodio, también puede funcionar como un condicionamiento psicológico basado en la adicción. Una adicción narrativa, podría pensarse, aunque solo en la superficie. El término procede originalmente de una novela de Thomas Hardy (A Pair of Blue Eyes, 1873), en la que una escena finaliza con un personaje colgando de un acantilado. El lector se siente impelido a saber si va a salvarse o no, por lo que avanza inmediatamente al siguiente capítulo.

Creemos que miramos una serie porque nos atrapa un argumento. Y es verdad, en parte. Pero, en el proceso, desarrollamos una adicción patológica muy distinta a la que podría generar el relato de un libro, el cual tiene como particularidad regar de ideas el espíritu, multiplicar el sentido subjetivo del tiempo y aumentar el conocimiento intelectual y la sensibilidad hacia la realidad.

El adicto a leer relatos, por excelencia, es Alonso Quijano. Pero, a diferencia del adicto a series, este, ya convertido en Don Quijote, salió a recorrer el mundo para cumplir su descabellada misión. Encarnó una épica y trascendió su humanidad. La adicción a las series, en cambio, encubre la adicción a disiparse. Se basa en la explotación de la ansiedad y en la eliminación de toda posibilidad de introspección reflexiva. Igual que con una droga o el alcohol, buscamos aquello que nos saca de nosotros mismos y nos permite olvidar nuestra propia mortalidad, es decir, el vértigo de estar vivos en un mundo que pocas veces es como queremos que sea.

En el trance de ponernos a ver una serie, no solo somos egoístas en tanto le damos la espalda a la realidad, sino que nos comportamos como espectadores pasivos que apenas influimos en ella. Esto último es inquietante si pensamos que la adicción a una serie siempre estará destinada a la frustración que provoca un final. La frustración es la resaca del adicto, que entonces busca renovar la dosis.

La complejidad del problema asoma cuando situamos esta dinámica de adicción en un plano de mercado del entretenimiento que, como un parque de diversiones, debe funcionar las veinticuatro horas del día. Nos damos cuenta entonces de que la satisfacción plena de esta adicción, aun si fuera posible, no solo es incompatible con la continuidad del consumo masivo, sino que tampoco es deseable en sí misma.

Que la función termine significa que las luces se apaguen, que la gente vuelva a su realidad más inmediata, que inevitablemente reingrese al tiempo y experimente su propia mortalidad que, a diferencia de cualquier serie, no concede spoilers de futuro (la vida es incierta), ni maratones de pasado (la vida es fugaz), ni temporadas infinitas (la vida es mortal).

La culminación de la serie no es más que la reanudación de nuestra vida, la cual es un espejo que evitamos mirar en forma demasiado reflexiva. Y eso nos hace sentir miserables, desplazados del confort placentero, y aferrarnos a la siguiente serie.

¿Son las series el opio de la Matrix?

 

* Cave Ogdon (Asunción, 1987) es escritor. Ha publicado cuentos y novelas. Algunas de sus obras son Los incómodos (Arandurã, 2015, mención honorífica certamen literario Roque Gaona), Papeles de encierro (Arandurã, 2017), Luz baja (Aike Biene, 2018) y Perros del pantano (Póra, 2021).

1 Comment

1 Comentario

  1. Tomás Báez Servián

    2 de febrero de 2024 at 10:33

    Muy interesante el artículo… Esa frase “La frustración es la resaca del adicto, que entonces busca renovar la dosis”., la encuentro muy cierta y relevante en el contexto del escrito.

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