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Cultura

Cómo me hubiera gustado querer… (Sobre “Un marido para Berta”, de Ever Román)

Fragmento de portada del libro de Ever Román. Cortesía

Fragmento de portada del libro de Ever Román. Cortesía

Creo que lo que más me gusta de los libros de Ever Román es que, por un lado, son textos que permiten ser leídos en distintas dimensiones o niveles, en cuanto hay un nivel de superficialidad, pero que es, en realidad, un simulacro de otra cosa. Por otro lado, y en relación con lo anterior, son textos que nos permiten reflexionar sobre la literatura misma, como disciplina y lenguaje. Por ejemplo, la trilogía (la voy a llamar así) de novelas de Ever pone en juego distintos “géneros menores”, formatos de la literatura popular o de masas: Serenos en la noche (novela de fantasmas); Resistencia (novela de viaje o aventuras) y ahora Un marido para Berta (En el margen, 2023), la novela rosa. En estas elecciones hay un intento de minorizar la literatura; no lo digo como juicio de valor, sino –en términos de Deleuze y Guattari [1]– como “literatura menor”.

En el caso de Berta…, esto se da desde el principio con el prólogo en primera persona que abre la novela y que es algo extraño; pues ubica la novela en un lugar menor: como realización de una novela rosa de Corín Tellado que el narrador ni siquiera leyó, cuya única referencia es la imagen de la tapa y la biblioteca de su madre, que sí leyó a la autora pero tiene Alzheimer. El prólogo instala un tono de rareza que va a acompañar toda la novela porque es una explicación que no explica nada. Toda la novela y en general, las novelas de Ever apelan a un tono monocorde o naif, sin estridencias pero –y aquí voy al simulacro– es un tono naif que da curso a lo siniestro, la violencia y la oscuridad.

De modo que los géneros de la literatura popular que, por lo general, están altamente estandarizados, sirven como estructura literaria para enmarcar esa violencia. Es una estructura que nunca termina de realizarse, nunca estamos ante una novela plenamente rosa o una novela de fantasmas tradicional, pero sí el género sirve como andamiaje para esa otra cosa (violenta, oscura, etc.). Esto no es novedoso, es un recurso tradicional de la literatura: podemos pensar en Cervantes usando la novela de caballería o Borges con la gauchesca o el policial.

Última novela de Ever Román. Cortesía

Última novela de Ever Román. Cortesía

En este caso, creo que Ever aprovecha un rasgo de la literatura “de género” que es que esta se arma en torno a una falta, un deseo, un vacío, un no saber, que en muchos casos tiene que ver con un pathos doble, el de la pasión pero también el del crimen. Toda la literatura popular privilegia el tópico criminal, el policial desde ya, pero la novela sentimental está repleta de crímenes y contextos truculentos y sórdidos. “No habla sino de eso –dijo Josefina Ludmer–, no habla sino del deseo, que es siempre el de la violación de la ley” [2].

La frase que dispara todo en la novela es una frase menor, en el sentido que parece trivial, pero es compleja, porque enuncia una doble falta: “¡Cómo me hubiera gustado querer un marido!”, exclama Berta, la protagonista. Si el deseo es falta, o sea, desde la antigüedad la representación del eros es desde la carencia, acá hay una doble carencia. Un deseo doblemente diferido porque se desea desear. Pero, además, esa frase, esa enunciación de la doble falta, dispara toda la peripecia de la novela, que se resolverá en distintos niveles de lo sórdido, el crimen e incluso la muerte.

La aparente superficialidad de la expresión, con su complejidad intrínseca, conjuga todo el movimiento que realiza Ever en torno a la lengua, y que hace en general en sus relatos, no solo aquí. Porque es una lengua extraña en su aparente sencillez, ya desde la rareza del prólogo, en el caso de esta novela, podemos observarlo. Una “literatura menor”, como la definen Deleuze y Guattari, es un ejercicio menor de una lengua mayor. Ello implica toda una serie de artilugios y trabajos no aparentes sobre la lengua: forzar una extranjería en la lengua propia, forjar una lengua desterritorizalizada; la lengua menor intensifica creativamente su pobreza, no la disfraza. La literatura menor es la que sitúa en primer plano los sótanos de la burocracia de la vida que en una literatura mayor permanecen ocultos.

En el caso de Ever tenemos esta mostración de lo bajo como evidente, de modo que podría pensarse que no hay secreto; pero, al mismo tiempo, tenemos la enunciación del deseo, incluso diferido, de Berta, que pone en primer plano la falta, el vacío, la carencia. Al punto que creo que toda la novela puede ser leída como una mise en abyme de esa falta, porque ella misma suple un vacío; es un intento de llenar el olvido enunciado en el prólogo, es decir, el recuerdo borrado de la madre con Alzheimer que olvidó la novela de Corín Tellado.

Notas

[1] Deleuze, Gilles y Félix Guattari (1978 [1975]). Kafka. Por una literatura menor. México: Ediciones Era.

[2] Ludmer, Josefina (2015). Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria. Buenos Aires, Paidós. Edición y prólogo de Annick Louis.

 

Nota de edición: Ever Román es un escritor paraguayo que reside en Buenos Aires. Su último libro, del que trata el presente artículo, fue lanzado recientemente en La Cazona de Flores, Buenos Aires.

 

* Carla Daniela Benisz es doctora en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente, investiga sobre la producción literaria y cultural del exilio paraguayo en Argentina durante los años sesenta. Es investigadora del Conicet y docente en el Profesorado de Lengua y Literatura de la Universidad Autónoma de Entre Ríos.

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