Cultura
Los inicios del narcotráfico en el Paraguay: 1950-1970 (II)
Anticipamos hoy la segunda parte del artículo que será incluido en el Anuario 2023 de la Academia Paraguaya de la Historia. Un problema, un concepto y dos historias que contar.
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La segunda historia que contar…
A principios del siglo XX, al igual que en el resto del mundo, la marihuana era una planta completamente legal en Brasil. Según los periódicos de la época, su producción y origen se encontraban, fundamentalmente, en las ciudades portuarias de Santos, Bahía y Alagoas, localidades que concentraban una alta actividad esclavista debido al arribo de la población africana sometida a través de estos puertos [1]. En aquel tiempo, al cannabis se lo denominaba [2] vulgarmente “cosa de negros” o “macumba” (Jornal do Recife, 1907).
Por la tendencia y presión internacional, que venía de Estados Unidos, Italia y Francia, a partir de 1920 la prensa comenzó a cambiar el tipo de noticias relacionadas con la planta, inaugurando así las vertientes prohibitivas y estigmatizantes atribuidas a la hierba. Las crónicas, en primer lugar, continuaban ubicando su consumo en los sujetos antes mencionados, pero, además, y en segundo orden, emergía la relación perenne con hechos vandálicos, envenenamientos y el uso, ampliado, por parte de marginales y artistas propensos a llevar una vida bohemia.
Por ejemplo, en septiembre de 1928, un artículo titulado “Consecuencias de la maconha”, publicado por el Jornal do Recife, vinculaba a la citada sustancia con algo nocivo, tóxico, que afectaba a los jóvenes y era la causa de diversos trastornos mentales. El texto relataba el caso del “pardo” Antonio Márquez y del “preto” José Joaquín, quienes eran adictos a una planta que los entorpecía y que, al igual que el opio, los embriagaba y los dejaba fuera de sí. Por culpa de tal hábito, cometían desórdenes. Asimismo, en agosto de 1929, el mismo medio de comunicación hablaba de un veneno, vendido por inescrupulosos, siendo muy conocido por todos, el cannabis.
Sumándose a los discursos mediáticos tendenciosos, surgieron las declaraciones de especialistas, criminólogos y médicos, que explicaban la peligrosidad de la maconha. Citando algunos casos, el jefe de la Cárcel de la Ciudad sentenciaba al Jornal do Recife (1929b) que el cannabis generaba sueños y locuras en los presidiarios de su establecimiento. De igual manera, el doctor Juliano Moreira hablaba sobre los nuevos estupefacientes que imperaban en el Brasil de aquel tiempo, entre ellos, la marihuana, que le causaba mucha tristeza y preocupación, principalmente “por el daño que realizaría en la sociedad, pues es una hierba que originaba maleantes” (Jornal do Recife, 1929c).
Los testimonios y las crónicas citadas, junto con la Convención Internacional del Opio, de 1925, cerraron el círculo que provocó, en 1930, las primeras proscripciones, por región y/o ciudad, de la marihuana en el territorio estudiado. En Río de Janeiro, en 1933, se registraron las primeras detenciones como resultado del comercio clandestino del cannabis (Mamede, 1945). En 1936 se declaraba que la “cultura de la maconha” fue cancelada en Alagoas, lugar importante ya que, según la prensa local, ahí se hallaba uno de sus puntos de origen y promoción. En 1940, la Policía de Bahía detuvo a algunos individuos que se dedicaban al comercio ambulante de lo que se decía que era “maconha” (Araújo, 2006).
En este preciso momento, desde la década de 1930, las noticias mutaron radicalmente. Ya no se hablaba más de los efectos perjudiciales o de los potenciales daños al bien de la comunidad; ahora se contaban historias de “plantaciones ilegales”, de una droga que “se movía por la nación escondida” y de “narcotraficantes sumergidos en un mundo de locura” (A Federação, 1936; Jornal do Recife, 1938; O Jornal, 1940). Razonablemente, la represión a la planta cobró fuerza en Brasil (Araújo, 2006).
La lógica del narcotráfico se implantó y, consecuentemente, ante el aumento de la presión en las zonas consideradas tradicionalmente como rojas –Santos, Alagoas y Bahía–, la producción se fue mudando a otras áreas geográficas del Brasil, principalmente a Mato Grosso, demarcación de economía rural, de agricultura tradicional, históricamente desatendida y en pleno colapso económico, crisis iniciada por la decadencia de la empresa Matte Larangeira, a partir de la década de 1940 [3] (Ferreira, 2017).
Aquí es importante detenerse, pues se ha llegado a un imperioso punto de análisis. El relato de la marihuana en Brasil, justamente, ostentó una de las primordiales dinámicas del narcotráfico: la onda expansiva de la cancelación y persecución de una sustancia ilícita no significaría su erradicación, todo lo contrario (Blancornelas, 2005). Así, desde 1900 hasta 1930, se la identificó con un tipo de uso, especialmente consumida por una clase de población y cosechada, fundamentalmente, en un número determinado de lugares. Paulatinamente, en 1930 se la empezó a prohibir, pero la planta no desapareció, no dejó de ser utilizada y, tampoco, generada. Se trasladó a otros sitios, unos con menos vigilancia de las autoridades, más alejados de los centros urbanos y con carencias y desigualdades socioeconómicas.
Ya para finales de la década de 1950, brotaron las primeras noticias que situaban a Ponta Porã, ciudad del entonces Mato Grosso, como el nuevo centro donde se cultivaba la droga. O Journal, en noviembre de 1958, sentenciaba en su crónica informativa que la marihuana, conocida como la “hierba maldita”, era plantada en esta ciudad, provocando un grave problema, pues ella era movida clandestinamente al resto del país. “Se esconde en ropas íntimas”, agregaba el artículo noticioso.
En 1960, el Jornal do Brasil publicó un artículo titulado “Ponta Porã sustituye el mate por la marihuana para sobrevivir”. La nota resultó ser fundamental, ya que afirmaba que la marihuana se trasladó a dicha ubicación geográfica. Además, conectaba la transición con una realidad social complicada: una zona donde los labriegos que solían cosechar yerba mate comenzaron con el cannabis. Esto se explicaba, primordialmente, por la similitud en las técnicas de cultivo y el conocimiento agrícola que poseían. El texto también señalaba que el territorio se hallaba experimentando un “drama social”, uno en el cual los antiguos trabajadores de la yerba mate y capataces, que se habían convertido en agricultores empobrecidos, se estaban abocando a una paupérrima generación de la hierba ahora cancelada y perseguida.
Si, tal como se dijo en los párrafos anteriores, se complejizó al cannabis en virtud de una dinámica que no desaparecería por su prohibición, sino que mutaría a otro lugar, aquí emergió un segundo tipo de comportamiento: en el movimiento de un área a otra, siempre ha prevalecido el aprovechamiento de las precariedades, las desigualdades, las injusticias y el abandono social, político y económico. Si un sitio cumpliera con estas características, sería el indicado. En el caso relatado, fueron Mato Grosso y Ponta Porã, más específicamente.
En el mismo año, por igual medio de comunicación, se hablaba del estado actual de la maconha en el Brasil. Se exponía que las autoridades se centraban en la erradicación de las plantaciones y, además, que el cultivo se daba en todo el Mato Grosso, abasteciendo a São Paulo y Guanabara. Esta noticia también fue primordial, pues, por primera vez, se mencionaba la dinámica entre las ciudades fronterizas de Ponta Porã y Pedro Juan Caballero, donde aparecía la “droga paraguaya” que se movía en autos, buses y camiones, con ventajas en el “precio de venta” y las “facilidades en su producción”, ya que era una sustancia que no constituía un crimen en tal nación. Ciertamente, aquí se hallaron los inicios del narcotráfico en el Paraguay, a fines de la década de 1950 y comienzos de 1960, por la prohibición brasilera del cannabis y su mudanza a territorios alternos.
La plantación de marihuana en Pedro Juan Caballero, de hecho, se dio por las dinámicas de ciudad espejo con su vecina Ponta Porã. A pesar de la división política, que definió espacios y territorios, y de legítimas historias e intereses, la frontera Brasil-Paraguay se exhibía, al igual que hoy, imprecisa, gris, plástica y viva. La cultura de los pueblos fronterizos, sus lenguas y costumbres, junto con las iniciativas económicas compartidas, basadas estas en una movilidad sin control, hicieron que los límites fueran indeterminados y las identidades constitutivas, fueran similares (Machado, 2005).
Ramón Fogel, en La concentración de la tierra en los departamentos fronterizos del Paraguay, junto con los periódicos brasileros de aquel tiempo, describieron a la localidad de Pedro Juan Caballero, la de esa época, como un sitio de incipiente concentración de tierra (más del 50% de las grandes fincas en manos de un 3% de la población); carencias materiales de los pobladores (ausencia de todos los servicios básicos de vida digna); comercio bajo la modalidad de contrabando, yerba mate, primero, y luego café, que efectuaron y forjaron, en un futuro próximo, los caminos trazados y las formas establecidas para la circulación de alternas ilegalidades; y nula, escasa y/o cómplice vigilancia. Estos cuatro factores, sumados a la necesidad de mover la producción del Brasil y la no prohibición, aún, de la hierba en el Paraguay, hicieron de Pedro Juan Caballero la zona perfecta para el cultivo.
Por último, en 1971, apareció la noticia “Camino de la marihuana”. En ella se hablaba de una producción de años, que se llevaba entre las ciudades fronterizas de Ponta Porã y Pedro Juan Caballero, una en la cual el dominio, del lado paraguayo, era comandado por la familia del brasilero João Morel.
Los Morel, hasta los inicios del siglo XXI, fueron considerados como uno de los grupos que efectuaron el mayor control del estupefaciente en el territorio nacional. La hegemonía se terminó el 13 de enero del 2001 cuando, por orden de Fernandinho Beira Mar, mataron a los hermanos Ramón y Mauro Morel, descendientes de João, en una zona boscosa de Capitán Bado, Amambay (Última Hora, 2014) [4].
En el año 2021, O Globo publicaba: “Del café a la cocaína: cómo los narcotraficantes brasileños se convirtieron en ‘reyes de la frontera’ con Paraguay”. La noticia afirmaba que existía una extensa lista de ciudadanos brasileños que se emergieron en “celebridades del crimen” en Pedro Juan Caballero, aprovechando, hace décadas, la “frontera seca”, poco vigilada, para transportar mercancías a gran escala a través de carreteras: “a lo largo de más de medio siglo de actividad, los principales productos de contrabando fueron desde el café brasileño, los cigarrillos americanos, el whisky escocés, marihuana, hasta la cocaína”.
Esta nota, concluyentemente, vino a reafirmar la hipótesis del presente estudio y a cerrar la segunda historia contada.
Palabras finales
Aunque las crónicas de Ricord en la nación tuvieron elementos y recursos de una trama interesante y atrapante, estas corresponden a una segunda etapa en la evolución de la historia del narcotráfico en Paraguay. Los verdaderos orígenes, como se pudo demostrar en el desarrollo de este texto, se remontan a finales de la década de 1950.
La presión internacional ante un supuesto problema, noticias estigmatizantes y alocuciones racistas dirigidas hacia ciertos grupos de población, sumadas a prohibiciones y persecuciones, llevaron a que el cultivo del cannabis se trasladara, primero, dentro del territorio brasileño y, luego, siguiendo la lógica de ciudades espejo, llegara a Pedro Juan Caballero.
Lo contado, efectivamente, mostró una secuencia de eventos que se desarrollaron de manera procesual. Se logró evidenciar, además, la importancia de prestar atención a los factores sociales, ya que si ellos no se habrían configurado de la manera en que lo hicieron, no se habría producido ese traslado, primero a Mato Grosso, luego a Ponta Porã y finalmente a Pedro Juan Caballero.
También, la historia narrada obligaría a pensar en cuándo “una cosa” se convirtió en un problema. La marihuana –el cáñamo– era perfectamente normal hasta comienzos del siglo XX. Su prohibición la convirtió en un drama, uno iniciado, fundamentalmente, por una presión internacional que tenía como uno de sus principales exponentes a los Estados Unidos, país en el cual primaban discursos racistas hacia los afroamericanos. En lo mencionado, incluso, se hallaría una segunda y última reflexión, que giraría en torno a intentar comprender las razones que llevaron “a algo”, en el pasado o en la actualidad, a ser prohibido.
Habiendo marcado este punto de inicio, queda ahora adentrarse en las otras etapas de la historia del narcotráfico en Paraguay (segundo periodo: jerarcas militares (1970 a 1989), tercer periodo: patrones de frontera (1989 a 2001), y cuarto periodo: empresas transnacionales del crimen organizado: Comando Rojo y Primer Comando de la Capital (2001 hasta la actualidad), una tarea que se realizará en futuras ediciones del Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia.
Notas
[1]“Probablemente se debe a los negros esclavos la introducción de la marihuana en Brasil; esto queda demostrado hasta cierto punto por su denominación como fumo d’Angola” (Lucena, 1934). “Entró a través de la mano del vicio. Como alivio de las asperezas de la esclavitud y como bálsamo para la dolorosa añoranza de la lejana tierra donde la libertad había quedado atrás, el negro llevó consigo, escondidas entre los harapos que envolvían su cuerpo de ébano, las semillas que germinarían y perpetuarían el vicio” (Dias, 1945).
[2] Tenía varios nombres: a) según la región: fumo d’Angola, liamba, riamba, marijuana, rafi, baseado, cheio, fumo brabo, gongo, malva y fêmea; b) según las maneras de consumirla: ópio do pobre (hojas secas en cigarros), morrão (dos gramnos) y fininho (un gramo), y c) en trabajos pesados: oleo de liamba (Câmara Cascudo, 1954).
[3] Matte Larangeira poseía terrenos tanto en Brasil como en Paraguay. Un contexto macro a considerar: de 1929 a 1945, las economías de enclave empezaron a declinar. La compañía se vio profundamente afectada por este escenario. De aquí, justamente, aparecieron los proyectos agrícolas post Matte Laranjeira a ambos lados de la frontera.
[4] Una semana después, el padre de ellos, el gran patriarca João Morel, que se encontraba en prisión, fue asesinado con cuchillo en la celda 38 de la cárcel de seguridad de Campo Máxima, Brasil. La justicia brasilera acusó a Fernandinho Beira-Mar de ser el ideólogo del crimen.
Referencias bibliográficas
Las obras citadas en este artículo pueden encontrarse en este enlace.
Nota de edición
El autor agradece a los miembros de la Academia Paraguaya de la Historia, Mary Monte de López Moreira, Ricardo Pavetti, Claudio José Fuentes y Gustavo Acosta Toledo, quienes lo motivaron a desarrollar el tema mediante consejos, lecturas y obtención de algunas de las fuentes presentadas.
* Carlos Aníbal Peris Castiglioni es sociólogo con posdoctorado en el Instituto de Altos Estudios Latinoamericanos, Universidad Sorbona – París 3. Punto Focal en Ciencias Sociales Unesco Paraguay e investigador del CONACYT – Nivel 1. Sus líneas de investigación son narcotráfico, ilegalidades y policiamiento. En 2023 recibió la Medalla al Mérito “Domingo Martínez de Irala”, de la ciudad de Asunción, por sus trabajos de investigación.
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