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Cultura

Hacia un auténtico estilo literario paraguayo: una modesta propuesta para traductores

Ruth Beebe Hill y una de las ediciones de “Hanta Yo”. Cortesía

Ruth Beebe Hill y una de las ediciones de “Hanta Yo”. Cortesía

Me encantan los matices y las contradicciones de la traducción. Siempre que encuentro una interpretación que pueda transmitir de manera inteligente las diferencias sutiles entre la palabra francesa para “rojo” y la palabra rusa para “bermellón”, realmente me emociono. Una sensación de hormigueo alrededor de mi cara se transforma en una sonrisa, luego mis oídos me dicen que es un logro maravilloso.

Sin embargo, reconozco también por qué el poeta interior me advierte tener cuidado, señalando que todas las traducciones son necesariamente una traición a la intención, la presentación y el sentido de belleza intrínseca del autor. Pero ¿podría ser de otra manera? Después de todo, las diferencias entre idiomas, sus distintos ritmos y sintaxis, sus tonos y texturas divergentes prácticamente prohíben la transmisión del significado completo de una lengua a otra. Necesitamos pensar en las palabras, en su relación con la ubicación en que se encuentran y las ricas ambigüedades que ofrece esta relación. Es casi seguro que también tendremos que detenernos en el ritmo de los párrafos. ¿La decisión de dividir una oración larga en varias cortas traiciona las palabras del autor? Parece que siempre obtendríamos una traducción en cierto modo insuficiente o engañosa, sin importar cuán hábil fuera el traductor.

Esto no significa que no podamos lograr buenos resultados. Una gran traducción reemplaza la lógica común, en el sentido de que aumenta la autonomía integral ya presente en el original. De hecho, hay algunas traducciones tan brillantes que constituyen grandes obras (originales) en sí mismas. La traducción de La Ilíada de John Dryden está en esta categoría, al igual que la traducción de Baudelaire de la poesía de Edgar Allan Poe o varias reinterpretaciones de Borges. Quizás debería incluirse en esta lista la versión en inglés de Gregory Rabassa de Cien años de soledad de García Márquez.

De menor reputación, pero de particular interés para el público paraguayo, es Hanta Yo, de Ruth Beebe Hill. Este fascinante trabajo, publicado en 1979, constituye el intento de la autora de capturar algo de la voz de los primeros pueblos indígenas de América del Norte, específicamente la voz sioux (o lakota), de tal modo que las vidas y las mentalidades de los indígenas desaparecidos hace mucho tiempo sean comprendidas por el lector moderno de literatura en lengua inglesa.

Hill afrontó el desafío de escribir una historia sobre los cazadores de búfalos Lakota en las praderas de América del Norte, justo antes y después de que los europeos llegaran a la escena en el siglo XVIII. Basada en un documento grabado en una piel curtida por un miembro de la banda Mahto (Oso Grizzly) de los Lakota, cuenta la historia de dos familias a lo largo de tres generaciones y señala todos los cambios que experimentaron durante ese período tempestuoso.

Ruth Beebe Hill y la primera edición de “Hanta Yo” (1979). Cortesía

Ruth Beebe Hill y la primera edición de Hanta Yo (The Journal of the San Juan Islands)

Para redactar esta obra magistral de 812 páginas, Hill leyó todo lo que pudo sobre la etnografía de los pueblos originarios y consultó a muchos estudiosos, varios de ellos indígenas. El resultado fue interesante, incluso sorprendente. Algunos sostuvieron que causaría un revuelo literario tan grande como Raíces, la famosa obra de Alex Haley sobre las vidas y la historia de los afroestadounidenses a través de varias generaciones.

Sin embargo, Hill fue dos pasos más allá con su trabajo. Raíces fue redactado en inglés de principio a fin, pero Hill –quien dedicó casi tres décadas a su interpretación de la obra– solicitó la ayuda de un anciano indio llamado Chunksa Yuha para traducir su texto del inglés a una versión lakota muy amena (aunque controversial). Luego, habiéndose convencido de que este nuevo texto era a la vez melódico y auténtico, junto con Yuha, lo tradujo nuevamente, a la lengua vernácula del inglés de principios del siglo XIX. De esta curiosa manera, Hill se tradujo a sí misma, esperando brindar a los lectores un inglés marcado por los primeros modismos, el tono e incluso la sintaxis lakota. Solo cuando hubo terminado esta tercera versión publicó el libro, que fue bien recibido inicialmente por el público en Estados Unidos.

Muchos de sus críticos no estaban convencidos y, para ser justos, tanto ella como su informante lakota cometieron errores de lenguaje, algunos bastante elementales, dejando el producto final decididamente menos elegante de lo que pudo haber sido. Confundió las determinaciones de género en la elección de los enclíticos (que en lakota difieren en forma según el género del hablante). Cometió algunos errores de vocabulario. Además, la narrativa no era etnográficamente convincente y su tratamiento de la mitología y la poesía nativas era, en muchos sentidos, cuestionable.

Aun así, me sigue encantando el libro. Considero que Hanta Yo es un experimento defectuoso, pero valiente, aunque no podemos estar seguros de qué tan bien transmite la realidad decimonónica de los Lakota. Es evidente que muchos indígenas actuales se sienten incómodos con esto. Pero, ¿podríamos hacer un trabajo más sensible a las culturas indígenas usando el mismo método? ¿Se deben las debilidades del libro a un mal diseño o a la imposibilidad de llevar a cabo ese diseño de manera efectiva? Es decir, ¿Hill todavía tiene algo que enseñarnos? Yo creo que sí.

Ahora deseo abordar el caso paraguayo. En Paraguay, tenemos una sociedad bilingüe que utiliza tanto el español como el guaraní para expresar ideas (que pueden ser universales o no). Al leer a Roa Bastos y otros escritores, tengo la impresión de que el español está reservado para situaciones formales y temas abstractos. El guaraní, por su parte, es una lengua telúrica utilizada para expresar intimidad en situaciones “dulces” o “picantes” o para revelar secretos. Tenemos una pista de esto en la página final de Yo el Supremo. Allí encontramos al compilador ficticio del texto que adapta una frase de El hombre sin atributos, de Robert Musil, en la que insiste en que la “historia encerrada en estos apuntes se reduce al hecho de que la historia que en ella debía ser narrada no ha sido narrada”. Para contar esa historia, que responde tanto a lo paraguayo como a la universalidad de la experiencia humana, tal vez necesitemos empezar de nuevo, experimentar. Y aquí entra Hanta Yo. Mi propuesta es ¿podríamos repetir el experimento de Hill en un contexto paraguayo?

Como, sin duda, afirmarían Teresa Méndez Faith y Rubén Bareiro Saguier, existe una rica tradición de literatura en lengua española en el Paraguay y una tradición ligeramente menos amplia de literatura guaraní en el país; esta última debilidad se debe a que, si bien el guaraní constituye la fuerza oral predominante en el campo paraguayo, pocas personas se han tomado el esfuerzo de escribirlo, e incluso hoy en día cuestiones básicas de ortografía todavía engendran fuertes debates; nadie, al parecer, ni siquiera los miembros de la Academia, ha tenido la última palabra sobre el guaraní escrito.

Ruth Beebe Hill y Chunksa Yuha. Cortesía

Ruth Beebe Hill y Chunksa Yuha. Cortesía

Pero permítanme argumentar aquí que no es ni del español ni del guaraní que debemos preocuparnos al reflexionar sobre el Paraguay, sino más bien de la relación entre estas dos lenguas; necesitamos concentrarnos no en el reverso y el anverso de la moneda, sino en el borde donde está, en cambio constante, el jopará.

Creo que aquí podemos enfocar nuestra atención en la escritura de Hanta Yo, de Hill, y los métodos de traducción que sugiere. Me gustaría ver a alguna autora contemporánea, por ejemplo Tahiana Takahashi, escribir una novela en español basada en Doctor Zhivago, ambientada en alguna comunidad rural del norte o del este del Paraguay durante la guerra civil de 1947. Entregamos esta obra en español a una experta en guaraní como Lilian Aliente Orué; una vez que ella completa su traducción a la lengua vernácula nativa, tomamos esta versión y la traducimos de nuevo al español. De esta manera, paradójicamente, utilizamos la especificidad del Paraguay para ofrecer el mensaje universal que el país y su gente siempre han tenido dentro de sí. Un proyecto así estaría lleno de contradicciones, una de las cuales es que yo, un extranjero, soy quien lo propone. Pero valdría la pena intentarlo.

Un proyecto de este tipo pondría de relieve muchos problemas pendientes e inconsistencias. Por un lado, existe una distancia considerable entre los procesos de pensamiento y la palabra hablada. El gran escritor mexicano Octavio Paz, señala que cuando aprendemos a hablar estamos aprendiendo a “traducir” entre el mundo de las ideas infantiles, apenas entendidas, y el mundo de la palabra hablada: “Aprender a hablar es aprender a traducir; cuando el niño pregunta a su madre el significado de esta o aquella palabra, lo que realmente le pide es que traduzca a su lenguaje el término desconocido”.

Muchas cuestiones profundamente humanas nunca han cedido fácilmente sus significados al lenguaje. En este sentido, vemos un ejemplo palpable en la correspondencia entre la psicología moderna, especialmente en su versión freudiana, y lo que los poetas guaraníes de la época precolombina consideraban espíritus o póra. ¿Cómo llegar a este fenómeno etéreo para proporcionar la fusión más cercana posible entre significado y palabra? ¿Cómo transmitir mejor el significado de los sueños a través de la palabra hablada?

Luego, hay más dificultades prácticas. En muchos casos, el guaraní ha cambiado de significado desde que fray Antonio Ruiz de Montoya escribió su Tesoro de la lengua en 1639. Se podría afirmar que las traducciones del idioma anterior a sus equivalentes modernos han borrado las voces originales y han confundido irremediablemente sus significados.

También debemos tener en cuenta que no es sólo el guaraní el que ha cambiado. Las lenguas romances también son diferentes. El genio original del español, el gallego y el portugués es demasiado florido, tautológico y aficionado a las metáforas para nuestros gustos actuales, que exigen franqueza de pensamiento para adaptarse a nuestra era contemporánea. ¿Cómo reaccionaría un lector en el mundo actual, por ejemplo, si un hombre de más de cuarenta años “se desvaneciera como una rosa en un tallo”? Esta expresión poética le parecería terriblemente artificial, aunque no hubiera sido así para un lector de Luis de Góngora o Lope de Vega del siglo XVI. El truco consiste en hacer que el oído contemporáneo sea más sensible a la belleza de un lenguaje anterior.

Y este lenguaje podría ser el guaraní. Noté que muchas traducciones literales de poesía guaraní no resultan en nada especialmente bello. Por el contrario, la versión en español suele perder las sutilezas, las alusiones y los ritmos, tan importantes para una lengua permeada por el folclore y lo onomatopéyico. La mayoría de los poemas publicados en los periódicos de guerra Cabichuí y Cacique Lambaré eran propagandísticos, destinados a degradar a los líderes aliados y la perfidia de la Triple Alianza; además de ser propaganda, los versos estaban destinados a divertir y, a veces, adquirir un carácter didáctico u obsceno en el que es evidente la cotidianeidad del guaraní. Traducir estos poemas al español de hoy corre el riesgo de hacerlos parecer trillados. Quizás cante la canción equivocada, pero al menos canta. ¿Hay alguna manera de hacer que la traducción sea más fluida, más sensual, más evocadora del pasado? ¿Deberíamos intentar descubrir un efecto similar al del original a través de alguna versión libre pero infiel, que al menos tenga sentido en español, o deberíamos intentar una traducción más literal para resaltar lo diferente y desconocido?

Estas son algunas de las ironías de la traducción. Y si doña Tahiana y doña Lilian, o algún otro escritor-traductor, quisieran asumir el desafío de producir un libro como el de Ruth Beebe Hill, tendrían que sumergirse de cabeza en esta agua fría. Sospecho que no será una tarea fácil, pero el resultado podría ser maravillosamente refrescante para el lector paraguayo, como nadar por primera vez en un ysyry ro’y de la Cordillera.

Y en cuanto al lector extranjero, la perspectiva de ver la literatura paraguaya cumplir su promesa al hacer una contribución apropiada al corpus universal, es doblemente emocionante. Entonces, ¿quién dará un paso adelante y hará que esto suceda? Al hacer esta pregunta, me gustaría enfatizar en cuánto se puede ganar con una reconsideración del idioma en el Paraguay. Creo que Turguenev lo expresó mejor al hablar del potencial de su propia lengua eslava, y aquí pondré sus palabras en versión española, sabiendo muy bien, como dije antes, que la traducción conlleva muchos desafíos:

En los días más pesados ​​de desesperación por el destino
de mi tierra natal
sólo tú eres mi ayuda y apoyo,
o gran, poderoso, portador de la verdad
y libertador idioma ruso.
¡Es imposible creer que un lenguaje así
no fuera dado a un gran pueblo!

Remplace la palabra “ruso” por el término “español paraguayo” y mi argumento estará completo.

 

* Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.

1 Comment

1 Comentario

  1. José Luis Martínez

    25 de septiembre de 2023 at 08:35

    Excelente artículo, propone una audaz idea. Felicitaciones Dr. Wigham, usted siempre con el Paraguay en su corazón.

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