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Cultura

La política cultural ante las trasformaciones del paisaje cultural urbano

© Fotociclo

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En las últimas tres décadas, se extendieron y profundizaron las transformaciones sociales y sus consecuentes impactos territoriales –manifestados inicialmente desde fines de los ’70–, ante el tránsito  de un país con mayoría de población rural, a otro, con mayoritariamente urbano, condición que fue relevada en el Censo de 1992 (50,5% urbana; 49,5% rural).

En la actualidad, el 63,5% de los residentes vivimos en ciudades y núcleos urbanos; en 2025, alcanzaremos el 65%. En los inicios, el aumento sustantivo lo aportó la migración del campo a la ciudad; en los últimos años, se ha ido consolidado la migración interurbana, desde los centros pequeños a las áreas metropolitanas, en donde los sectores más vulnerables se asientan en las zonas sujetas a riesgos de origen climático y antrópico, como el lecho del río, los bordes de los arroyos y los humedales.

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Estas cifras enmarcan realidades manifiestas en el aumento de las demandas de acceso al trabajo, a los bienes y servicios básicos –entre ellos, la vivienda, la educación, la salud, el transporte público–. Se construyen nuevas relaciones comunitarias y formas de ocupación del suelo urbano (aunque no urbanizable, las más de las veces), apreciables en los patrones de asentamiento, que mudan de la tradicional dispersión rural a la densificación de las nuevas localizaciones.

Cambio de usos y funciones del hábitat

El proceso de urbanización transforma radicalmente la relación de la vivienda con su entorno inmediato. En el lugar de origen, el exterior funciona como  espacio de estancia y de producción: en él se trabaja, se descansa,  se comparte con los niños y estos juegan, se cría de animales, se cultiva verduras y hortalizas.

En la ciudad, los nuevos pobladores intentan mantener la función productiva de la vivienda, sustituyendo la chacra con pequeños comercios y ofertas de servicios, los cuales suelen complementarse, en cierta escala, con la cría de animales domésticos para el consumo familiar.

Con el tiempo, pasan de la familia extendida a la monoparental o polinuclear; cambia la actividad laboral, la cual, de un carácter prevalentemente primario, se vuelca al sector terciario, sea formal o informal. También hay modificaciones sensibles en la movilidad; quienes lo hacían con baja frecuencia, ahora deben aumentarla y encarar las fricciones derivadas del tránsito, independientemente del medio o modo de transporte.

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No se trata solo de fenómenos cuantitativos (aumento de la población, de la ocupación del suelo, del tránsito de personas y vehículos) sino de profundas modificaciones del paisaje cultural, generadas con la incorporación de usos, costumbres, productos y lenguajes que se suman al ambiente urbano y que, generalmente, no se integran con el preexistente, generando condiciones de exclusión.

A nivel global, los medios de comunicación muestran situaciones de fuerte conflictividad, como las que ocurren en los países europeos con la llegada de los inmigrantes desplazados por los conflictos bélicos y otras razones humanitarias. La falta de integración induce su localización temporal en recintos, semejantes a los campos de concentración de dolorosa memoria, hasta que las autoridades decidan enviarlos al punto final de arribo.

El paisaje cultural urbano

Los cambios sociodemográficos afectan a todas las dinámicas urbanas y  se reflejan en el paisaje urbano.

Dicha representación (visual y perceptible por los demás sentidos) da cuenta de las intervenciones que, a lo largo de su historia,  la sociedad ha venido aportando al sitio original de emplazamiento, en la búsqueda –no siempre exitosa– de combinar de forma  armoniosa las condiciones naturales con las demandas sociales.

El paisaje cultural es un atributo y un legado que expresa el devenir histórico de la ciudad y de los patrones culturales que la modelaron. Es un patrimonio vivo que genera valor económico (turismo), social y recreativo, porque promueve oportunidades de integración; es identitario, al ser reconocible por terceros y apropiable por los ciudadanos, y también es un recurso educativo y patrimonial.

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La integración de nuevas comunidades ofrece las ventajas de la diversidad, un valor agregado para cualquier ciudad, como los barrios chinos, japoneses, italianos, griegos y otros, en las urbes europeas y norteamericanas; son espacios que mantienen diversas características de sus naciones de proveniencia y, a la vez, incorporan usos y costumbres de los territorios de destino.

Las relaciones interculturales de intercambio y comunicación asumen como valor agregado las diferencias étnicas, religiosas y/o lingüísticas y las expresan en el paisaje cultural resultante. Este promueve el sentido de pertenencia, se refleja en las prácticas cotidianas como valor intangible y va adecuando el entorno, a medida que el desarrollo impulsa dinámicas sociales, económicas y culturales que crean las condiciones tangibles para “el buen vivir”.

Retos ciudadanos e institucionales de la urbanización. Política Cultural y participación social

Las modificaciones sociales, económicas, culturales y ambientales propias de la urbanización interpelan al sistema educativo y a la política cultural.

Esta última debe definir lineamientos y prioridades que se traduzcan en una “hoja de ruta” para el campo cultural, orientando las acciones estatales –en la esfera central y en la descentralizada– con el propósito de integrar a los sectores sociales como sujetos y objetos del desarrollo. La Política Cultural requiere un amplio acuerdo entre los beneficiarios directos, la institucionalidad pública y los expertos en el amplio espectro de los campos y las prácticas culturales, tanto en el proceso de análisis, como en el de diseño, formulación y ejecución.

La expansión de la urbanización en el Paraguay tiene diversas causas y flujos de proveniencia, a la vez que, convenientemente valorada, puede aportar en forma sustantiva al desarrollo urbano. En la actualidad, los flujos más intensos se deben a los compatriotas que se desplazan dentro del territorio nacional, del área rural a la urbana, entre áreas urbanas y las comunidades indígenas desplazadas de sus territorios ancestrales. Las brasileras se suman a las de épocas anteriores, como las de origen europeo y asiático.

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La Política Cultural orienta la acción del Estado en el campo cultural, permitiendo definir los lineamientos y prioridades de la producción, circulación y distribución de los bienes y servicios culturales, que serán articulados con las distintas instituciones de la esfera central, adecuados a las realidades departamentales y locales, gracias a la promoción de la descentralización de la gestión cultural. A tal efecto, es indispensable una eficiente interacción con los agentes culturales (colectivos de artistas, promotores, académicos, grupos de interés, asociaciones gremiales, comunidades vecinales, entre otros).

La Política Cultural fija objetivos cuyo cumplimiento induzca y concrete el cambio de situaciones profundamente injustas e inequitativas, contrarreste los prejuicios y actitudes excluyentes, promueva el debate y valore la diversidad.

Su sostenibilidad tendrá un buen soporte si se fomenta el estudio y la reflexión sistémicos sobre los modelos, las conductas y prácticas culturales dominantes a lo largo de nuestra historia.

No somos pocos quienes nos preguntamos sobre los motivos que han consolidado actitudes contradictorias, como la de enorgullecernos de la “garra guaraní” y permitir vejaciones inconcebibles a las comunidades originarias, ser creyentes y, a la vez, normalizar la ilegalidad, el clientelismo y el debilitamiento del Estado, que nos priva del cumplimiento de los derechos básicos, que culmina con la práctica de elegir a los responsables de la enorme precariedad de la institucionalidad pública.

La invisibilización de la transversalidad de la cultura y de su potencial para un cambio sostenible se debe, en parte, a que la Política Cultural se redujo a la promoción de eventos, desconectados de un enfoque integral, al margen de un proceso que establezca horizontes de mediano y largo plazo. A ello se suma la dispersión del presupuesto en múltiples instituciones,  la falta de evaluación de los procesos de gestión pública y de los resultados de la aplicación de los recursos. Qué se hizo, cómo y a quiénes se otorgó los recursos, cuáles fueron los resultados.

Si no se da una radical “vuelta de timón”, seguiremos expulsando talentos y obligando a nuestros creadores a penosas peregrinaciones en busca de apoyo, a la par que ignorando las oportunidades que ofrece el paso de una sociedad rural a una mayoritariamente urbana.

 

* Mabel Causarano es doctora en Arquitectura y urbanista por Universidad de Roma “La Sapienza”, Italia. Es docente e investigadora de la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”. Es miembro de la Academia Paraguaya de la Historia y de la Sociedad Científica del Paraguay, así como miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de España y de la Junta de Estudios Históricos de La Recoleta, Buenos Aires, Argentina.

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